Usted está aquí: viernes 25 de julio de 2008 Opinión Penultimátum

Penultimátum

■ El Altísimo y el certamen Miss Universo

Taliana Vargas pertenece a una acomodada familia de Santa Marta, en la costa caribeña de Colombia. Su nombre y su presencia física arrasaron por varios días al vendaval noticioso que acompaña por el mundo el peregrinar religioso-político de Ingrid Betancourt. Taliana no fue secuestrada por la guerrilla, ni ella ni su entorno familiar han sufrido acción alguna de los sanguinarios paramilitares de su país que, como es sabido, contaron con el apoyo del gobierno para cometer todo tipo de crímenes. Pero Taliana se convirtió en noticia y eje de polémica por algo más importante: lograr el segundo lugar en el reciente concurso de Miss Universo, el negocio propiedad del magnate estadunidense Donald Trump y que este año se celebró en Vietnam. A su regreso a Colombia, la virreina universal (así la llaman sus paisanos) declaró al diario liberal El Espectador, que no ciñó el cetro por cuestiones más místicas que terrenales, porque “el perverso de Dios quería que yo fuera virreina”.

Conocedora privilegiada de cómo se las gastan en la Corte Celestial, Taliana sostiene que no es cuestión de mala suerte que la corona no haya sido suya sino de Dayana Mendoza, de Venezuela. Al contrario, esa fue “la voluntad de Dios. La corona era un regalo de Dios para ella y de mi boca nunca saldrá una palabra negativa sobre ella, que es carismática, disciplinada, bella por dentro y por fuera”.

En las clases de catecismo a los niños se les enseña que “Dios está en todas partes”. Como corresponde a una Iglesia en franca etapa de modernización, ahora se sabe que también tiene voto de calidad al elegir a las reinas de belleza. Colombia ostenta el cetro de ser el país donde más reinados de ese tipo se celebran en el planeta. Hay para todos los gustos: desde reina del carbón, el aguacate o el mamoncillo hasta de la policía o la cumbia.

Las declaraciones de la virreina desataron los más variados comentarios y el apoyo de quienes creen que en el mundo no se mueve una hoja sin la voluntad divina. Y por eso estiman que algún motivo tuvo el Altísimo para inclinarse por la representante Venezuela, cuyo gobierno tiene serios diferendos con el del presidente Uribe, que siempre anda con el “Jesús” en la boca.

Mientras los teólogos se ponen de acuerdo sobre la manera de formalizar la intervención divina en los negocios privados, esta columna advierte cómo quienes participan en Miss Universo y otros concursos de ese tipo son bellezas prefabricadas. La ganadora de este año, Dayana Mendoza, se sometió a varias ciru-gías. Dos en especial: se retocó la nariz y se aumentó los senos, pues era muy plana. Nada comparable con la campeona del bisturí, Juliana Dornelles, representante de Brasil en el concurso de 2001: 19 intervenciones.

 
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