Usted está aquí: lunes 28 de julio de 2008 Opinión De esclavos e inmigrantes ilegales

Marcos Roitman Rosenmann

De esclavos e inmigrantes ilegales

Ampliar la imagen Opositores a la regularización de inmigrantes durante una protesta ayer en Postville, Iowa, donde las autoridades realizaron en mayo pasado una redada que terminó con 400 arrestos de indocumentados que trabajaban en la fábrica Agriprocessors Opositores a la regularización de inmigrantes durante una protesta ayer en Postville, Iowa, donde las autoridades realizaron en mayo pasado una redada que terminó con 400 arrestos de indocumentados que trabajaban en la fábrica Agriprocessors Foto: Ap

Ampliar la imagen Cientos de inmigrantes se manifestaron en Postville, Iowa, para exigir respeto a su derecho de trabajar. Grupos de judíos y de otras religiones llegaron desde Chicago y Mineápolis a respaldarlos Cientos de inmigrantes se manifestaron en Postville, Iowa, para exigir respeto a su derecho de trabajar. Grupos de judíos y de otras religiones llegaron desde Chicago y Mineápolis a respaldarlos Foto: Ap

En el siglo XVIII Europa vive una orgia expansiva de su razón cultural. El capitalismo avanza a pasos agigantados. El proceso de acumulación, que en el siglo XVI inicia su andadura con el etnocidio de aztecas e incas, entre otros, asentará dos siglos más tarde sus bases sobre la esclavitud africana. Las plantaciones de azúcar en el Caribe y la producción de tabaco y algodón unirán África, Asia y América hispana a una emergente economía mundo dentro de un orden global. Con él, se forja el concepto de Occidente y se crean las fronteras geopolíticas de un poder imperialista y colonial. Es la bienvenida a las formas de explotación justificadas bajo la idea de progreso, el utilitarismo y el lucro subsumidos en la revolución industrial. En el siglo XXI, dichos valores sufren alteraciones en función de los cambios tecnológicos y la forma de apropiación de las riquezas naturales y la fuerza de trabajo.

Si hacemos memoria, los centros imperiales no dudaron en desarraigar pueblos africanos para venderlos como mercancías. En sólo un siglo (1680-1786), Gran Bretaña movilizó mas de dos millones de esclavos a las Antillas. De esta manera la monarquía vio aumentar su riqueza, los empresarios sus caudales y la burguesía sus fortunas. Todo se beneficiaban, menos los africanos. La mano de obra esclava era considerada parte del capital. Su precio de mercado tasado como mercancía. Los bancos, las compañías aseguradoras y las navieras obtenían ganancias superiores a las provenientes del marfil u otros productos de ultramar. El porcentaje en muchos casos alcanzaba el 300 por ciento, y en situación de peligro durante la travesía, el capitán gozaba de autorización para deshacerse de la carga humana. El seguro corría con los gastos. Era un cálculo estratégico. Así, quienes violaban, secuestraban y encadenaban a los esclavos, eran los que transaban el precio con las baratijas y pacotillas entre los esclavistas. Un negocio redondo. Cuando llegaban al puerto de Bristol, Glasgow o Liverpool, mutaban en aristócratas, banqueros o burgueses. Algunos de ellos se consideraban benefactores de los pobres y buenos samaritanos. Los reyes del azúcar, del algodón y del tabaco eran conscientes del origen de su riqueza. Chorreaban sangre esclava por sus poros. Lo mismo acontecía en la España borbónica y en los países bajos. Pero traer esclavos era bicoca. Además se reproducían en cautividad.

La negritud en Europa y también en América se expande a consecuencia de la esclavitud. Es parte del desarrollo del capitalismo colonial. África se empobrece por el esquilme de su principal riqueza, la humana. A la par, se apropian de sus recursos naturales y la sangría de población continúa hasta bien entrado el XIX. No se habla de inmigrantes ilegales. Simplemente se procede a su expropiación como mercancía. Hoy, Europa occidental, cambia la estrategia. Bajo el criterio coste-beneficios considera mas rentable que esclavicen las transnacionales. Se pacta con las clases dominantes cipayas unos sueldos de miseria para sus trabajadores y se expolian los recursos naturales en las minas de uranio, oro, diamantes, cobre, etcétera. Así, apoyan gobiernos amigos proclives a sus dictados. Así, en sus fronteras, la civilizada Europa occidental crea un cordón de seguridad para repatriar a los indeseables. Leyes contra los inmigrantes ilegales.

La imagen de un capitalismo expansivo sin excluidos es un mito por definición del capitalismo. Sus fundamentos son la explotación y la violencia. Así se explica la muerte de miles de niños al día por hambre y por enfermedades provocadas conscientemente por los gobiernos y las empresas monopólicas que controlan la patentes de medicamentos y alimentación. Sin embargo, para millones de africanos, latinos y asiáticos, ahora inmigrantes ilegales, este mito esta vigente, es una opción. Bajo esta premisa emprende el éxodo hacia Europa occidental, buscando la ansiada recompensa: un trabajo y un sueldo digno. La planificación del viaje es milimétrica. Emigra el más fuerte, el más aventajado y luego seguirá la familia. El fracaso no es alternativa. Por ello, no tiene miedo al peligro, es osado. Quiere un futuro para los suyos y no ceja en su esfuerzo. Será de este sueño del cual se aprovechan los nuevos negociantes y empresarios de la muerte del emigrante. Mafias organizadas ofrecen permisos de trabajo, residencias, pasaportes falsos y un viaje tranquilo. Los incautos son vilipendiados. En la segunda guerra mundial, se hizo con los judíos, los comunistas, homosexuales que querían huir de Alemania. Eran timados. Entregaban joyas y hasta el último centavo buscando la libertad, y el día prometido de la fuga, esperaba la policía nazi, el campo de concentración y la cámara de gas. Hoy, no está el contrato de trabajo, se encuentra una balsa improvisada, el mar embravecido, la falta de alimentos y una muerte casi segura. En la otra orilla, las familias empeñadas, el llanto amargo del futuro roto. Sirva como dato macabro. En el mes de julio de 2008 han muerto en alta mar medio centenar de personas intentando llegar a las costas de España, buscando un trabajo. Nunca verán cumplida su meta. Pero quienes consiguen el objetivo de pisar tierra, lo hacen escoltados por la armada, la guardia civil, la cruz roja, el centro de acogida, los 18 meses de secuestro legal y una repatriación segura. La canalla de los gobiernos civilizados, conservadores o socialdemócratas, de una sociedad opulenta, prefieren solapar su vergüenza bajo la ayuda al desarrollo y seguir robando las materias primas. Ya no hay sitio para los negros, los latinos y asiáticos, salvo si son futbolistas de élite. Ayer los africanos eran una mercancía bendita, los indios de América latina eran utilizados para la mita y la encomienda. Hoy, todos son rechazados bajo el calificativo de inmigrantes ilegales.

La inmigración, tanto como el derecho a ser libre, se criminaliza con argumentos espurios fundados en supuestas leyes de saturación del mercado de trabajo en occidente. Es posible que las normativas contra los inmigrantes ilegales evidencien el límite del capitalismo salvaje y de sus élites políticas, validando la frase de John Kennedy: Aquellos que imposibilitan la revolución pacifica, hacen que la revolución violenta sea inevitable.

 
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