Usted está aquí: sábado 2 de agosto de 2008 Opinión Unión por el Mediterráneo

Matteo Dean

Unión por el Mediterráneo

Como parte de su turno en la presidencia de la Unión Europea, Nicolas Sarkozy convocó el pasado 13 de julio a los miembros del llamado “proceso de Barcelona” a una reunión internacional para testificar el nacimiento de la Unión por el Mediterráneo. Una bandera dividida en dos partes: arriba, el blanco del cielo que los acomuna; abajo, el azul del mar que los separa. Cuarenta y tres países –los 27 de la Unión Europea (UE), más los que se asoman a las costas del mar Mediterráneo– integran esta nueva asociación internacional entre naciones. Y, sin embargo, los resultados no respetaron las premisas y menos las expectativas de quienes en este nuevo organismo buscaban legitimación política.

Los temas a tratar fueron muchos, quizás demasiados. Promovida por el gobierno de Sarkozy, la reunión fue la enésima edición y tentativa de la UE para concretar una política comunitaria hacia el área del Mediterráneo.

Consecuencia directa del “proceso de Barcelona”, promovido en 1995 en la capital catalana con la intención de favorecer el acercamiento entre la dos costas –norafricana y sureuropea–, la Unión que se fundó tiene todas las características de una película de cine: mucha publicidad y gran contenido virtual, nada real... o casi.

Las intenciones del galo neogollista, es decir, encontrar un espacio internacional de cierto peso para legitimar su papel diplomático internacional, han fracasado míseramente frente a la negativa alemana que bien entendió por dónde iba. Si en el continente latinoamericano Francia ha conseguido cierta presencia gracias a la intervención diplomática ante las FARC en favor de la liberación de Ingrid Betancourt, Sarkozy estaba tratando de reconquistar un papel y un peso en el contexto mediterráneo, y estaba haciéndolo no sólo mediante acuerdos bilaterales -con Libia, por ejemplo-, sino marginando a Alemania, su mayor competidor continental, y asignando un papel a su diplomacia en el difícil conflicto de Palestina. El resultado: nada, o casi. Alemania frenó cualquier acuerdo que empeñara a la nueva Unión y el encuentro se ha resuelto con un acuerdo macro que facilitará, ahora sí, los convenios bilaterales entre países.

Quizás el fracaso mayor sea otro. En el encuentro quedó al descubierto la profunda asimetría que separa las dos costas del Mediterráneo. Hay una diferencia evidentemente económica, pero también política que los europeos no buscan resolver, sino agudizar. Por un lado está la UE, que a pesar de grandes diferencias internas actúa de forma conjunta. Por el otro, un abanico de países se mueven, pero cada quien por su lado y cada uno por sus intereses. Un ejemplo destaca sobre todos: el peso de la ausencia de Libia, presente en la reunión en calidad de observador, habla claramente de los límites de la recién nacida Unión del Mediterráneo. Aunque Sarkozy recibió a Muammar Kadafi con todos los honores en París el pasado invierno, esto no logró ablandar las posturas del coronel libio ni que dejara a un lado su exigencia de reivindicaciones de autonomía política con respecto a la UE.

Así las cosas, sólo se logró ratificar el status quo de las actuales relaciones entre norte y sur del Mediterráneo. Las mercancías seguirán teniendo sus canales privilegiados para circular, sobre todo de norte a sur, mientras los seres humanos seguirán teniendo vetada la libre circulación. Porque hay que recordar que hoy día el Mediterráneo es, más que cualquier otra cosa, la frontera más dramática de la historia, mucho más que la que separa México de Estados Unidos. Aquí la relación entre rédito per cápita es de uno a seis, allá de uno a 14, situación dramática que cada año empuja a miles a cruzar el mar en el que se desarrolló La Odisea, de Homero,y sobre el que hoy se suceden las odiseas menos románticas y más trágicas de cientos de migrantes.

Al día siguiente de la ratificación del nuevo organismo internacional, mientras los representantes de las 43 naciones se tomaban las fotos convalidando así los nuevos acuerdos, un barco de migrantes se volcó a 75 millas del sur de la isla italiana de Lampedusa dejando un saldo de tres muertos, 30 desaparecidos y 76 detenidos en la isla.

Así, la Unión por el Mediterráneo se parece más a una operación de fachada que quizás busca esconder la profunda asimetría que divide la UE del norte de África. Casi es una tentativa de separar el territorio africano de su propio continente. O, en todo caso, acercar la parte de África que podría ser funcional a los fines europeos. La Unión del Mediterráneo se perfila ya como la enésima tentativa de camuflar la externalización de la frontera europea hacia el sur y de abrir paso, no tanto a los flujos de migrantes, sino a las mercancías.

Abajo quedan las poblaciones con sus diferencias y limitaciones, poblaciones que se conocen nada más a través de la intensa invasión mediática y de la abundante migración que las junta en el eje sur-norte. La Unión del Mediterráneo no es sino otro desequilibrio más: mercancías e imágenes que circulan libremente, mientras los humanos permanecen apresados en sus bolsas de pobreza, sin perspectiva de solución. Un desequilibrio que cada vez más parece un insulto. Roland Henri, quien dirige el Instituto del Mundo Árabe e Islámico, afirmó: “Los europeos nos quieren como ellos, junto a ellos, pero no en su casa”.

 
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