Usted está aquí: domingo 3 de agosto de 2008 Capital Caballero andante en el Metro

Caballero andante en el Metro

Alejandro Cruz Flores

A las siete y media de la mañana las caras todavía arrastran la modorra del descanso nocturno y el desencanto del despertar que no rompió el baño matutino.

A esa hora, el Metro parece una enorme caja de autistas. Hasta que alguien hace sonar la alarma interna de los demás. Los ojos se abren, el sudor perla las frentes, y las sonrisas, con todos sus sustantivos, aparecen.

Esta vez es una joven enfundada en un pantalón de mezclilla, de esos que perdieron la cintura y empiezan apenas arriba de las nalgas, combinados con una blusa blanca que parece ceder ante la fuerza de los senos de la muchacha, que completan la figura con una cabellera larga y lacia, y unos ojos cafés grandes y profundos.

Las miradas se posan sobre ella, cuando el convoy abre las puertas para engullir la masa de gente. Los hombres van tras la muchacha, como manada de lobos, la siguen como imantados... Pero no va sola.

Como en acuerdo de suicidio romántico, la pareja decidió no separarse. Ella no se va al vagón de las mujeres. Él la lleva al carro común hasta donde la manada parece perseguirla sin poner atención a su acompañante que ya se percató de las miradas, del morbo.

Ella se aferra a la chamarra del muchacho; él extiende los brazos a los costados de la joven, parece gruñir a cada uno de los hombres que no le quitan la vista a la mujer. Va tenso, asido con fuerza al tubo del rincón del carro en donde la ha guarecido.

Fueron 15 minutos de batalla sin cuartel, hasta la estación Centro Médico. El muchacho despega a la mujer de su pecho, donde ella se refugió, otra vez extiende los brazos, mira hacia los lados y por fin salen.

 
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