Usted está aquí: lunes 4 de agosto de 2008 Opinión No basta sembrar un árbol...

Iván Restrepo

No basta sembrar un árbol...

José Cruz May se convirtió en jardinero luego de abandonar por pobreza su pueblo, Dzidzantun, en Yucatán. Lleva tres lustros en su nuevo oficio y es muy apreciado por quienes contratan sus servicios. José acaba de cumplir 42 años y es experto en sembrar lo mismo un árbol que las más diversas plantas de ornato. Aprendió cuando era niño y ayudaba a su papá en las labores del henequén, el maíz, el frijol, la calabaza y el chile habanero. En cuanto a los árboles, nos dice que en las zonas de temporal, como Yucatán, se siembran en época de lluvias, cuando el suelo tiene la humedad necesaria para permitir la sobrevivencia de la planta. Debe hacerse primero una poceta de unos 30 centímetros de diámetro y otros 20, mínimo, de profundidad para que el agua de lluvia beneficie a la plantita y enraice. En época de secas, es necesario echarle agua para que no muera.

La siembra de un nuevo arbolito le lleva a José, por lo menos, alrededor de 20 minutos, dependiendo del terreno y la especie que se trate. Incluye desde cavar el hueco donde irá, sacarlo con cuidado del empaque en que viene, hasta dejar todo acondicionado para que capte el agua de lluvia. Que sobreviva depende de la atención que reciba: librarlo de malezas para que no le resten fuerza y crezca vigoroso, evitar que se plague o se pudra la raíz por exceso de agua; o la destruya una granizada o los animales de pastoreo que gustan comer hojas tiernas. “Tiene su ciencia plantar”, nos dice.

José piensa que seguramente su capacidad física va en picada cuando le digo del promedio de arbolitos que hace un mes sembraron los participantes en la Gran Jornada Nacional de Reforestación, promovida por el gobierno federal y a la que se sumaron grupos religiosos y civiles. El lema ideado por las autoridades para la ocasión fue: Siembra un árbol y sé parte de la historia.

Según se reporta, cada voluntario plantó, en promedio, 18 arbolitos. Haiga/ sido como /haiga/ sido. Esto quiere decir que necesitó seis horas continuas para alcanzar tal cantidad. No olvidemos que somos la raza de bronce y quizá por eso se superó la meta fijada al plantarse, no los cinco millones programados, sino nueve en casi 8 mil hectáreas. Conviene recordar el enorme gasto publicitario que acompañó la jornada. También que los estados de Chiapas y Puebla concentraron la tercera parte de las siembras. Aunque no hubo explicación sobre este hecho, ambas entidades registran una elevada tasa de deforestación y sufren por esa causa, especialmente en la época de lluvias.

Muchos burócratas participaron en la jornada por convicción, pero muchos otros fueron víctimas del acarreo establecido desde las altas esferas gubernamentales (“voluntariamente, pero a la fuerza”). Ello explicaría las quejas por la falta de coordinación en las tareas de siembra, la carencia de conocimientos mínimos para realizarlas exitosamente, el que se utilizaran especies no nativas. Aun así cabe destacar el esfuerzo de quienes participaron de buena fe. Pero eso no basta para garantizar la sobrevivencia de millones de arbolitos que, como se puede comprobar a un mes de la siembra masiva, en buena parte ya no existen.

A medida que transcurre el sexenio, los funcionarios se vuelven más duchos en inventar proezas de todo tipo. Díganlo, si no, las cifras sobre el abatimiento de la pobreza, la creación de empleos, el control de los precios y la inflación o el combate al crimen organizado, la corrupción y la inseguridad.

Otra marca mundial, anunciada el año pasado por el licenciado Calderón, se derrumbó pronto: la siembra de 250 millones de árboles, emulación de las que realizó El Gran Timonel cuando emprendió la reforestación de China. No sólo el gobierno federal anuncia milagros. También el del estado de México al calificar la autopista Lerma-Tres Marías como la primera de tipo ecológico, verde, en beneficio de la naturaleza y la salud pública, y no, como piensan muchos, de grupos de político-empresariales que ya están en campaña para poner en 2012 a uno de los suyos en la residencia presidencial.

José Cruz May no ha perdido, como cree, destreza para realizar su trabajo de jardinero. Lo que se pierde es la confianza ciudadana en las promesas y los logros oficiales.

 
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