Usted está aquí: martes 5 de agosto de 2008 Cultura Solzhenitsyn luchó por que Rusia fuera un país libre: Gorbachov

■ Los restos del escritor permanecerán este martes en la sede de la Academia de Ciencias

Solzhenitsyn luchó por que Rusia fuera un país libre: Gorbachov

■ Fue uno de los más grandes pensadores y humanistas del siglo XX, dijo el presidente Medvediev

■ “Debo decir que tuvo una vida muy difícil, pero también feliz”, manifestó Natalia, su viuda

Juan Pablo Duch (Corresponsal)

Ampliar la imagen Dos niños depositan flores en la puerta de la casa de Alexander Solzhenitsyn, ubicada en las afueras de Moscú Dos niños depositan flores en la puerta de la casa de Alexander Solzhenitsyn, ubicada en las afueras de Moscú Foto: Reuters

Moscú, 4 de agosto. Hondo impacto causó en Rusia la muerte de Alexander Solzhenitsyn, cuyos restos –conforme a la última voluntad de este insigne escritor que profesó con fervor la religión ortodoxa– recibirán sepultura este miércoles en el cementerio del monasterio Donskoi de esta capital, en la tumba que él mismo escogió hace cinco años.

Desde que a primera hora de la mañana de este lunes se conoció aquí la triste noticia –Solzhenitsyn falleció el domingo a las 23:45 (hora local)–, funcionarios, políticos e intelectuales no escatimaron palabras de elogio y reconocimiento al destacar la trayectoria de quien fue merecedor del Premio Nobel de Literatura en 1970.

Para el presidente Dimitri Medvediev, Solzhenitsyn fue “uno de los más grandes escritores, pensadores y humanistas del siglo XX”, y su muerte “es una sensible pérdida para Rusia y todo el mundo”.

Rompimiento de tabúes

Solzhenitsyn siempre decía lo que pensaba, nunca tuvo miedo de pronunciar en voz alta lo que otros callaban por considerarlo descortés, inoportuno o imprudente.

Así lo hizo hace poco más de 30 años (el 8 de junio de 1978) en su famoso discurso en la Universidad de Harvard, cuando puso en entredicho los valores de sus anfitriones estadunidenses al arremeter contra la democracia en Occidente y defender, ante ese atónito auditorio, que la civilización de Rusia es distinta y requiere un sistema acorde con su historia y tradiciones, no un régimen comunista ni tampoco una democracia liberal al estilo occidental.

Por lo mismo se permitió reivindicar “las tierras rusas” en las repúblicas de la antigua Unión Soviética o respaldar la controvertida política del Kremlin en la separatista Chechenia, al tiempo que en uno de sus últimos libros, Doscientos años juntos, rompió tabúes al abordar el espinoso tema de la cuestión judía en Rusia, asumiendo plenamente el riesgo de ser tachado de antisemita.

A juicio de Mijail Gorbachov, el presidente soviético que le abrió la puerta del regreso tras 20 años de exilio, Solzhenitsyn “hasta el final de su vida luchó por que Rusia dejara atrás su pasado totalitario y tuviera un futuro digno y se convirtiera en un país libre y democrático”.

Curiosamente, la gestión de Gorbachov al frente del país mereció duras críticas de Solzhenitsyn, sin hablar ya del sucesor de aquél, Boris Yeltsin. Lo primero que hizo el escritor al retornar a Moscú en 1994, después de verse obligado a vivir en Alemania, Suiza y Estados Unidos, fue afirmar: “En Rusia no hay democracia” (unos meses antes los tanques del ejército ruso bombardearon la sede del Parlamento, por órdenes de Yeltsin, quien decidió así poner fin a la crisis de poder que lo enfrentó con el Legislativo).

No es de extrañar que Solzhenitsyn haya rechazado recibir de manos de Gorbachov el Premio del Estado en 1990, igual que la máxima condecoración rusa que le quería imponer Yeltsin en 1998.

Evaluación unilateral

Solzhenitsyn, acorde con su vocación de profeta, intentó convertirse en el líder espiritual de la transformación de Rusia, pero sufrió una gran decepción al constatar que Yeltsin sólo pretendía utilizarlo en beneficio propio, al tiempo que encontraban escaso eco sus constantes llamados a velar por “el bienestar moral y espiritual” del pueblo ruso, apoyándose cada vez más en la religión ortodoxa y sin calcar el modelo de democracia occidental.

Poco cambió su situación en los ocho años que Vladimir Putin despachó en el Kremlin, aunque compartieron la visión de reivindicar la soberanía de Rusia frente a los embates de Occidente, al punto que –en medio de críticas foráneas y de sectores liberales locales– aceptó que el entonces presidente le entregara el Premio del Estado, en junio de 2007.

“Solzhenitsyn quería sinceramente ver una Rusia fuerte y rica, pero durante el periodo de las llamadas reformas democráticas ningún dirigente quiso escucharlo y acabó sintiéndose innecesario”, opinó el opositor líder comunista Guennadi Ziuganov.

Al mismo tiempo, Ziuganov consideró que sus obras sobre la represión estaliniana carecen de objetividad. “Su evaluación (de esa época) es tendenciosa y unilateral. Por supuesto, mucho tuvo que ver su tragedia personal, pero no es justo borrar por ello la proeza de un gran pueblo”.

El director de la ONG Memorial, Arseni Roginsky, en contraste, sostiene que sin las obras de Solzhenitsyn no hubiera sido posible iniciar el proceso de rehabilitación de las víctimas de la represión política.

La viuda de Solzhenitsyn, Natalia, declaró hoy a la prensa: “Él quería morir en verano, y murió en verano. El quería morir en su casa, y murió en su casa. Debo decirles que tuvo un vida muy difícil, pero también feliz”.

Los restos del célebre escritor serán expuestos durante todo este martes en la sede de la Academia de Ciencias, donde habrá un acto de despedida oficial antes de que comiencen las ceremonias religiosas conforme al rito ortodoxo.

 
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