Usted está aquí: martes 5 de agosto de 2008 Opinión Los caminos torcidos de los cambios

Marco Rascón
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Los caminos torcidos de los cambios

Al buscar explicaciones y un método de las causas de los cambios históricos mediante rupturas, insurrecciones, revoluciones, se podría adoptar la tesis de que éstas surgen de “entre más mal esté todo, mejor para el cambio”. Es decir, que entre más crisis, más pobreza, y el único camino que queda es el de la revolución. Ya antes Carlos Marx planteó el concepto de las condiciones “objetivas” y “subjetivas” para la revolución, entendiéndose como subjetivas las que se expresaron en la Segunda declaración de La Habana: “Las condiciones subjetivas de cada país, es decir, los factores conciencia, organización, dirección, pueden acelerar o retrasar la revolución, según su mayor o menor grado de desarrollo; pero tarde o temprano en cada época histórica, cuando las condiciones objetivas maduran, la conciencia se adquiere, la organización se logra, la dirección surge y la revolución se produce”.

En el México actual existe una amplia mayoría política y social que considera que las cosas están mal. México ha vivido bajo el concepto de crisis, prácticamente desde finales de 1976 en que terminó el “desarrollo estabilizador” o el llamado “milagro mexicano”. Bajo la caracterización de la crisis ya sea por el peso del pago de la deuda externa e interna, por la inflación, devaluaciones, las privatizaciones, la globalización y el neoliberalismo, México vive condiciones extremas de injusticia social, falta de oportunidades, desempleo, migración, hambre, enfermedades, degradación, violencia, descomposición social, estancamiento económico con recesión y una profunda parálisis política.

En este escenario económico y social, que podríamos considerar “condiciones objetivas” para la generación de “condiciones subjetivas” de un cambio general, hemos tenido dos realidades: la primera es que los cambios políticos, las reformas electorales hasta la llamada “alternancia en el poder”, que podría considerarse “democracia”, no han generado condiciones para el mejoramiento social y económico de la sociedad. La democracia electoral va por un camino y las condiciones sociales y económicas por otro, no en paralelo, sino hasta tomando distancia. Esto, a la vez que se ha agravado, ha hecho resurgir con fuerza formas del pasado inmediato como el clientelismo y el corporativismo. Todas las fuerzas políticas sin excepción, desde el nivel municipal al nacional, han reproducido estas formas y han utilizado los presupuestos públicos, para sostener sus posiciones políticas como reparto del territorio.

La segunda característica de la situación que vive México en crisis permanente es que la oligarquía local se ha beneficiado a lo largo de estos 32 años de crisis, pues lo mismo se benefició del estatismo y la economía mixta, de las devaluaciones, de las políticas de ajuste y la austeridad, de las nacionalizaciones y las privatizaciones que de la apertura comercial y la sustitución de importaciones, creando una fuerza autónoma aliada al exterior que dirige y controla los medios, al gobierno, los partidos y la política.

El resultado de este país gobernado desde la oligarquía sin reglas y bajo la discrecionalidad de sus intereses inmediatos es una nación sin perspectiva, donde la conciencia de la crisis y de que México está paralizado ha generado, más que una conciencia democrática avanzada y progresista, promotora de cambios, un resurgimiento y una nostalgia por el viejo régimen.

Los profundos errores estratégicos, programáticos e históricos de la campaña y la elección de 2006 han generado más que condiciones “subjetivas” para la necesidad de cambio, una disputa por las formas y nostalgia por el viejo régimen priísta. Desde ese año y como tercera fuerza, el PRI gana elecciones locales, controla la mayor parte del territorio, es el beneficiario directo de los excedentes petroleros, reparte obras y contratos, cambia petróleo por cemento y es el eje central de las reformas legislativas ante la posición claudicante de dejar tirado el campo de batalla político, opositor y legislativo frente al poder formal.

De poco ha servido la conciencia sobre la crisis económica crónica y ésta como autoría de quienes ejercen el poder, si desde el ámbito político progresista no existe un proyecto, programa, tesis, horizontes ni ideas más que las de convencerse a sí mismos de que “todo está mal” y de que sólo llegando al poder presidencial (ese viejo espantajo, símbolo del poder absoluto del viejo régimen) se podrán resolver los problemas de México.

No se desarrollan condiciones subjetivas para el cambio, porque, pese a la gravedad del país, no hay consecuencia entre lo que se dice y se hace, y porque se ha permitido que las fuerzas conservadoras, los viejos intereses, se hayan posicionado mejor no sólo para resistir, sino para conducir los cambios. Ésos son los caminos torcidos de la crisis.

PD. Para el entrañable Víctor Hugo y Alejandro Aura.

 
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