Usted está aquí: martes 5 de agosto de 2008 Opinión Julio Galán en San Ildefonso

Teresa del Conde/ I

Julio Galán en San Ildefonso

Organizada por el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, donde se inauguró, con curaduría de Guillermo Sepúlveda, la exposición de Julio Galán se presentó posteriormente en el Museo Amparo, de Puebla.

Ahora en San Ildefonso, museografía y lectura ofrecen evidentes aciertos, en parte debido a que la distribución en las diferentes salas del tercer registro resulta idónea, además de que los elementos museográficos no atiborran las piezas.

Abre, simbólicamente, con la pintura de 1985 titulada Me quiero morir, dicho popular del habla que no hay que tomar en sentido estricto, aunque es un hecho que el pintor nacido en Múzquiz, Coahuila, a partir de 2004 poco hizo por sobrevivir. Murió en 2006, a los 47 años, y las obras postreras que lo representan son de 2004.

Otra pintura (excelente por cierto), en la que se autorretrata de espaldas con unos pajarracos en la cabeza, ostenta un pequeño letrero que en rojo enuncia: “Vivir mata”. Una frase, mayormente, visible recorre el espacio en sentido longitudinal: “La muerte morirá cuando pasemos a la vida eterna”. ése fue el título que se dio al cuadro.

Quizá no se ha reparado en que esta pintura es un homenaje bastante directo a Caravaggio, quien murió de escasos 39 años, en 1610. La vuelta del rostro haciendo contacto de ojo y aún la aplicación de los pigmentos al cuerpo desnudo son referencias –no tal veladas– al pintor lombardo.

La pieza, proveniente de la Galería Casati, de Chicago, se presenta sin fecha, cosa que genera el impulso de fecharla, no sólo por la referencia a Caravaggio, sino por la tal vez propositiva deformidad que depara. El torso es extremamente largo y los glúteos no dan la proporción adecuada respecto de los brazos flexionados, que resultan muy cortos, como si pertenecieran a otro cuerpo.

Similar postura reaparece en otra figura, no protagónica, en el cuadro El viaje en la noche (1999), que roba la atención porque allí rige del lado derecho la figura del muñeco Morelio, con un taco de billar bajo el brazo. De lado izquierdo, el pintor se representa en dimensiones menores, de modo parecido en cuanto a intención al autorretrato al que aludo. La migración de figuras de una tela a otra es característica de su quehacer.

Su producción es muy abundante y se diría que dispareja. No obstante, el porcentaje de sus aciertos, además de su valiente desparpajo temático, permite ubicar a Julio Galán como uno de los pintores de mayor alcance del siglo XX tardío y de principios del XXI. ¿Ayuda a eso su talante de personaje? Pudiera ser, pero hay piezas maestras de su autoría, que no son necesariamente las que le atrajeron mayores distinciones y fama.

Se tiende a pensar que una vez que amarró su iconografía, poco modificó sus modalidades, cosa no cierta. Hay ires y venires a lo largo de su trayectoria e igualmente hay cambios, bastante radicales, en su modo de abordar las telas.

A la pieza que abre la muestra le está adjunto uno de los autorretratos más logrados que pintor contemporáneo alguno haya realizado. Me refiero al Autorretrato (2001) que ostenta el letrero Mar Gara, vestido de charro. Supone una vuelta de tuerca respecto de sus propios métodos, ideada con gran inteligencia pictórica. Su faz emerge de un cuerpo alargadísimo, con atuendo de charro, que corresponde a los telones fotográficos de feria a los que fue tan afecto.

Esa es la razón por la cual la cabeza de la figura, demasiado pequeña, discrepa, sin perder identidad. El rostro lacrimoso emerge del sarape estriado (se antoja que es de seda) en el que el torso queda arrebujado, pero no “se asoma” a través de una cavidad, real o supuesta como ocurre en obras anteriores, sino que se integra al resto de la composición.

El sombrero resta a sus pies, correspondiendo a los pantalones y la insinuación del telón queda como fondo. Así planteada, la elegante figura depara proporciones manieristas, la cabeza cabe unas 10 veces en el cuerpo. El pintor se representa engrandecido, pero mediante un subterfugio que –con todo y la insignia nacional– complica la idea de que se engrandece como charro.

Nada que ver esta obra con la representación realista de un charro con china poblana en paso de danza (1999). Aquí las figuras (posiblemente retratos) son convencionales.

 
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