Usted está aquí: martes 5 de agosto de 2008 Política Rechazados y aceptados

José Blanco

Rechazados y aceptados

A partir del pasado 21 de julio nuestro periódico –como otros medios de prensa– ha dado la noticia que nos da cada año. En particular La Jornada encabezó en su primera plana: “Quedan fuera de la UNAM y del Poli más de 91 por ciento de estudiantes. Sin un lugar, 48 mil 890 jóvenes que pretendían ingresar al Politécnico Nacional”. El texto de la nota dice: “De los 167 mil 668 aspirantes que realizaron examen para ingresar en una de las carreras de la UNAM en el ciclo escolar 2008-2009, 152 mil 991 (91.2 por ciento) no tendrán un lugar, mientras que sólo 14 mil 677 (8.7 por ciento) lograron acceder a la máxima institución educativa del país. En tanto, 48 mil 890 aspirantes a la educación superior en el IPN tampoco obtendrán un espacio. En suma, serán casi 200 mil jóvenes, entre los solicitantes de la UNAM y el Poli, los que quedarán fuera del sistema educativo si no tienen otra opción”.

En notas de los días subsiguientes, diversos medios de prensa nos “informaron” sobre los cientos de miles de rechazados por las instituciones de educación superior (IES) que en conjunto suman los no ingresados por la UAM, la Universidad de Guadalajara, la de Nuevo León y ¿cuál no? Si el monto de rechazados de que nos “informan” los medios cada año, los sumáramos, para los últimos cinco años seguramente alcanzaríamos una cifra superior a más de millón y medio de “rechazados”.

Este año se formó un nuevo Movimiento de Aspirantes Excluidos de la Educación Superior (cada año se constituye uno), que desaparece poco después para dar lugar a uno nuevo el próximo año. Esta vez, dice nuestro periódico, “decenas de jóvenes se congregaron frente al acceso principal de la SEP” y dijeron que es “inaceptable que después de haber cursado el bachillerato y obtener un certificado, se nos diga que ni así tenemos derecho a continuar los estudios…”

No es difícil explicarse la frustración de un joven que tenía la aspiración de entrar a determinada institución y encuentre las puertas cerradas. De otra parte, es preciso enfocar el problema desde una perspectiva social. Lo que es dramático para una persona puede ser poco significativo socialmente hablando. Así son las cosas en todas las sociedades, y lo que ocurre a nivel personal no puede ser extrapolado a escala social porque ello conllevaría monumentales errores de política social.

El primer asunto que está a la vista es que frente a cientos de miles de rechazados de lo que habla la contabilidad de los medios, haya unas “decenas” de jóvenes frente a la SEP. El segundo punto fuera de lugar es la opinión de estos jóvenes de que “después de haber cursado el bachillerato y obtener un certificado, se nos diga que ni así tenemos derecho a continuar los estudios…”; nadie les ha explicado que una persona puede ser apta para pagar los exámenes de su bachillerato (los hay rigurosos y los hay barcos), pero contar con ese certificado (tan distinto, según la escuela donde haya estudiado cada uno) no equivale a ser apto para cursar estudios de nivel superior. Son asuntos del todo distintos.

Otro tema del que deben estar enterados los aspirantes es que los exámenes de admisión en nuestro país no aprueban ni reprueban a quienes se someten a ellos. La regla general es que los resultados de los aspirantes se ordenan de mayor a menor, según el número de aciertos que obtienen en el examen, e ingresan a una institución todos hasta cubrir el número de lugares que la institución tiene en cada carrera, y los toma de la lista ordenada por número de aciertos, que corta cuando todos los lugares han sido cubiertos.

Ésta no es una buena política, académicamente hablando, porque suelen ingresar aspirantes que en realidad no contaban con los conocimientos y competencias necesarias para poder vencer las evaluaciones de las asignaturas de los estudios de nivel superior (problemas de la escuela primaria, la secundaria y el bachillerato). Ello explica, en buena medida, las altas tasas de deserción que en general pueden observarse en todas las instituciones de educación superior.

Es necesario señalar que frente a cientos de miles de “rechazados” sólo hay unas docenas de movilizados protestando: no tiene nada de extraño. En la contabilidad que llevan a cabo los medios son sumados varias veces los mismos estudiantes: los que fueron rechazados en la UNAM, en el Poli, en la UAM, etcétera. Es decir, una gran proporción de ellos son los mismísimos aspirantes contados varias veces.

La SEP debería contar con un mecanismo para dar seguimiento a cada estudiante desde que ingresa a la primaria.

Hoy existen los instrumentos (cibernéticos) para poder hacerlo. Así podría conocer permanentemente el amplísimo movimiento migratorio de aspirantes que se da en el país. Típicamente, un estudiante de clase media que egresa, digamos, de un bachillerato de Guerrero, viene al Distrito Federal y “aplica” en la UNAM, en el Poli, en la UAM, pero también en la Autónoma de Puebla y la de San Luis Potosí, la de Guadalajara y más. Estos movimientos, en su especificidad anual nos son desconocidos. No sabemos en qué IES quedó finalmente inscrito un aspirante. Si tuviéramos ese instrumento cada año podría ser explicado a la sociedad, a través a los medios, porque los “rechazados” no han armado la revolución.

 
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