Usted está aquí: miércoles 6 de agosto de 2008 Opinión El oficio del VIH/sida

Arnoldo Kraus

El oficio del VIH/sida

Sin desdeñar las historias y las repercusiones de la peste, del cólera o de la influenza en Europa en los siglos pasados, el sida es una suma de epidemias. Una suma que sabemos cuándo empezó, pero que quizás nunca concluya. Las razones son evidentes, insumables e incontables. Limito mi listado a las obvias y a las que más dañan.

Pobreza, ignorancia, estigmatización, médicos poco preparados, tratamientos inadecuados, compañías farmacéuticas con frecuencia lejanas a los enfermos, líderes retrógrados, como sucede en África, políticos mexicanos sordos que afirman que los condones contaminan y que cada año podrían, al trenzarse, unir al Distrito Federal con Ciudad Juárez y servir como pavimento. Religiosos anquilosados que favorecen las muertes por sida antes que las políticas públicas a favor de la prevención sexual y de la vida, mutaciones virales, machismo, naciones con pautas políticas amorales como Estados Unidos, que hasta hace unos días derogaron la ley que impedía el ingreso a visitantes portadores del VIH, ejércitos como el mexicano que se alejan de la ética y practican, sin consentimiento, pruebas de laboratorio para detectar la presencia del mal del siglo XX, cuya existencia se debe, lo sabemos, al castigo de todos los dioses del mundo.

El listado previo obliga. Obliga a escuchar denuncias como las que advierten sobre la feminización de la epidemia y sobre el incremento en los riesgos en mujeres indígenas; exige, asimismo, cuestionar la fidelidad de las estadísticas. De acuerdo con muchas organizaciones nacionales e internacionales se ha ganado terreno en la batalla contra el VIH/sida. Aunque dicha aseveración sea correcta, la “victoria de los números”, añeja aliada de los políticos, debe leerse, releerse y nunca dejar de cuestionarse.

Ni las enfermedades, ni las epidemias, son lectoras de los libros. La enfermedad es un reto personal; las epidemias son un reto hacia el Estado y contra quienes lo dirigen. He citado en otras ocasiones lo que escribió hace más de 100 años Rudolph Virchow, patólogo y politólogo alemán: “Si la enfermedad es una expresión de la vida del individuo bajo condiciones no favorables, entonces las epidemias deben ser indicadores de alteraciones en los grupos humanos y en las vidas de las masas”. El sida en México y en el mundo bien retrata las palabras de Virchow. Las naciones tienen la obligación de entender lo que sucede en las vidas de las masas, y cuáles son las razones que impiden abatir la epidemia del sida.

Muchas enfermedades son filosofía. El sida rebasa el entorno de la medicina porque incluye sociología, economía, derechos humanos, ética y filosofía. Reproduce muchas realidades. Suma muchos bretes y confronta demasiadas restas. El VIH es un agente nocivo, pequeño, biológico, aislado, mudo; refleja un pequeño fragmento de la realidad. El sida es una enfermedad que mata sin cesar, que expone muchas caras de la condición humana, que cuestiona la eficacia de la medicina, que ha traído al escenario médico términos como justicia distributiva, que ha contribuido a revivir la ética médica y que exhibe el insoportable tufo de la realidad humana.

El VIH/sida es una enfermedad distinta, no por ser más maligna que otras, sino gracias a los denodados esfuerzos de la sociedad civil, que ha puesto en la palestra a la profesión médica. Basta decir que los programas para apoyar las campañas relacionadas con VIH/sida consumen 25 por ciento de la ayuda mundial, y que en México los gastos son similares. Vivimos tiempos de éxitos. En México y en Occidente muchos enfermos pueden vivir vidas casi normales y muchos años. Vivimos tiempos de preguntas y de pesimismo: ¿podremos modificar el larguísimo listado de tropiezos humanos que impiden el triunfo de la ciencia médica sobre el virus?

El oficio del VIH, parafraseando a Cesare Pavese, es matar. El oficio de la enfermedad, podríamos decir junto con 70 por ciento de los enfermos a escala mundial que no reciben tratamiento, es exponer los sinsabores de la miseria. El oficio y la vigencia de ambos no cuestionan el valor del conocimiento, pero sí su utilidad, su aplicación, su distribución.

Incontables son las publicaciones sobre VIH/sida. Incontable es el dinero invertido en investigación, tratamiento y prevención; los retos, y en algunos rubros las negligencias pasadas y presentes, son, asimismo, incontables. La incontabilidad de la enfermedad se lee en los innumerables panteones del sida, cuyas tumbas tienen que ver con la viremia per se, pero, sobre todo, con la contumacia y con la pobreza intelectual y económica.

El VIH/sida es una pandemia viva. El oficio de los encargados de salud es mantener viva la información, viva la obligación, vivo el acercamiento hacia indígenas, homosexuales, discapacitados y mujeres: sus reclamos para que se les trate con justicia y dignidad son válidos. Las vidas del VIH/sida, los muertos por la viremia y los millones de enfermos que no reciben tratamiento exigen que de las oficinas de papel se camine a las calles de realidad, de las calles a los hospitales, de los hospitales a los médicos y de los médicos a los enfermos.

A Víctor Hugo Rascón Banda. Un buen ser humano, un ser humano bueno.

 
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