Usted está aquí: viernes 8 de agosto de 2008 Política Si Víctor Hugo viviera

Víctor M. Quintana S.

Si Víctor Hugo viviera

Es el drama que ya no alcanzó a escribir Víctor Hugo Rascón Banda. El dramaturgo de la indignación y de la injusticia estaría ya esbozando su siguiente obra con los materiales que la realidad del espanto cotidiano nos receta no sólo en Chihuahua, su tierra, sino en todo este país.

Porque para su teatro, Víctor Hugo no echa mano del sino deparado a monarcas y aristócratas. Nos presenta la tragedia a veces anónima de la gente ordinaria: una rarámuri extraviada en Estados Unidos, una ex reina de fiesta de pueblo agobiada porque el crimen se le instaló en su familia. Y precisamente en este país de ejecuciones, de operativos conjuntos, de secuestros, los dramas de la gente, de las familias, de los pueblos, se multiplican sin esperar quién los escriba.

La vida de Víctor Hugo finalizó con julio. Ese mismo mes se registraron más de un centenar de ejecuciones en el estado de Chihuahua: el mes más cruel, más sangriento, en lo que va de año ensangrentado. No se trata sólo de la escalada cuantitativa en la osadía del crimen organizado; es un cambio cualitativo en la ya de por sí deteriorada situación.

En una misma semana se dan varios hechos que denotan el precipicio: en Namiquipa, los sicarios asesinan a quemarropa en la propia puerta de su casa al tesorero municipal; sin nexos conocidos con el crimen organizado. En Ciudad Guerrero es ultimado el comandante de la policía municipal. En Ciudad Juárez se detiene a un policía que comanda una banda de sicarios. Apenas el martes 5, al mismo tiempo que el secretario de Gobernación, fuertemente resguardado, atiende una reunión en el palacio de gobierno de la capital del estado, a 30 kilómetros de ahí, en Aldama, ejecutan a dos policías ministeriales.

La violencia no se restringe a las grandes ciudades del estad ni a la faja fronteriza: el contagio ya se ha dado en las ciudades medias, como Camargo y Aldama, y en las comunidades rurales. Los rafagazos y los encobijados o encajuelados cubren desde el Bravo hasta la frontera con Durango, desde el desierto oriental hasta la sierra Tarahumara, sin que autoridad alguna pueda detenerlos. Asciende también el número de secuestros: en sólo siete meses del año se superó ya el total de 2007.

Pero no es sólo la situación de Chihuahua la que preocupa: es lo nacional, casi casi lo universal contenido en el horror que vive la gente todos los días lo que inquieta. Porque en Chihuahua –y Víctor Hugo lo hubiera llevado genialmente a escena– están contenidos los elementos de una situación nacional que está ya al borde del estallamiento o cuando menos de la ruptura.

El fracaso de la estrategia –siendo muy concesivos en calificarla así– de los operativos conjuntos es ya inocultable. Las mejores cuentas que se hacen de ellos hacen pesar más las toneladas de mariguana incautadas que las vidas humanas acabadas; consideran un éxito que se incrementen los secuestros porque los narcotraficantes ya no pueden operar su negocios de drogas; y razonan o lanzan sofismas argumentando que las ejecuciones aumentan porque se están matando entre ellos. La mitad de los sicarios investidos en verdugos de la otra mitad en un país en que no existe la pena de muerte. El gran argumento de que las cosas se están poniendo bien de lo mal que se están poniendo.

Junto a esto, las inacabables violaciones a los derechos humanos por parte del Ejército: allanamientos, detenciones arbitrarias, destrucción de viviendas, etcétera. Un régimen que al mismo tiempo que presume los logros de su estrategia les reclama desesperado a los gobiernos estatales su falta de cooperación. La aceptación de que es necesario depurar a fondo las policías de todos los niveles, sólo porque lo prescriben los financiadores de la Iniciativa Mérida y no porque la sociedad lo reclame desde hace ya muchos meses.

La indignación –sólo ahora– por el secuestro y el asesinato –a todas luces reprobables– del joven hijo de un rico empresario, cuando nada se dijo ante los secuestros y asesinatos de familias no encumbradas. Complicidad de supuestos guardianes de la ley y criminales: infiltraciones en las policías de todos los niveles. La corrupción que repta hermanada a la violencia por pueblos y ciudades: la realidad de estos días se porta generosa, brindando todos los componentes del cine negro, de un teatro negro que Rascón Banda hubiera escrito mejor que nadie.

Hace unos cuantos días un alto funcionario del consulado de Estados Unidos en Ciudad Juárez apuntaba: “… nos asustamos porque el año pasado hubo un poco más de 300 asesinatos en Juárez; con los que ahora llevamos, nos damos cuenta que esos eran los good old days”. Sin quererlo estaba inventando una nueva forma de optimismo: como van las cosas, el horror de ahora serán los good old days de mañana.

 
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