Usted está aquí: viernes 8 de agosto de 2008 Sociedad y Justicia Catorce Historias Positivas dan la cara frente al estigma de ser portadores de VIH

■ La serie de fotografías guardó la entrada de la conferencia internacional sobre la epidemia

Catorce Historias Positivas dan la cara frente al estigma de ser portadores de VIH

■ “Preocupa que aumente el número de personas infectadas que tienen relaciones sin protección”

Arturo Cano

Ampliar la imagen Gregg Gonsalvez da su discurso a los asistentes a la sesión plenaria de la 17 Conferencia Internacional sobre VIH/sida Gregg Gonsalvez da su discurso a los asistentes a la sesión plenaria de la 17 Conferencia Internacional sobre VIH/sida Foto: Marco Peláez

Los rostros de Roberto Marmolejo Guarneros y 13 personas más dieron la bienvenida y despedirán, en una horas, a los miles de asistentes a la 17 Conferencia Internacional sobre VIH/sida.

Las enormes fotografías de los 14 presiden la entrada de la sede de la conferencia, la serie tiene el título Historias Positivas.

“Ahí estamos, dando la cara al estigma”, dice Roberto, diagnosticado con VIH hace tres años y feliz de que su cara haya dado la bienvenida y despida a la Babel que enfrenta la pandemia.

Bajo cada foto hay trozos de las entrevistas que hizo Alejandro Brito, director de Letra S y también coordinador del diario de la conferencia, que por miles se han repartido toda la semana, para dar a los asistentes, en inglés y español, los pormenores del suceso.

Roberto eligió citar bajo su foto una canción de José Alfredo Jiménez: “¡Y qué! Dios me hizo desgraciado, pero no me da la gana”.

No le dio la gana, aunque sí le costó mucho trabajo y casi se queda en el intento. “Tardé un año en salir, en levantarme”, dice, orgulloso de su serie a la que llamó “Los 41”, jugueteando con los años que acaba de cumplir y con los apresamientos célebres del porfiriato.

Hace tres años, Roberto tuvo salmonelosis y los antibióticos no le hacían nada. “Tienes que hacerte la prueba”, le dijo su médico.

Comunicólogo, editor de revistas y consultor, Roberto sabía lo que podía venir: “Por mi trabajo como periodista yo estuve siempre muy informado, pero cuando me dieron el diagnóstico me di cuenta de que tenía mis propios prejuicios y mis propios miedos”.

Roberto sabe que hay empresas que no contratan a portadores del VIH y que en muchos círculos sería visto como un demonio, pero más que el “estigma social” le preocupaba convertirse en una persona incapaz de valerse por sí misma.

“Era su miedo, no el mío”

Roberto nació y creció en Tepito, donde aún viven su madre y otros familiares: “Se los dije de inmediato y tuve su apoyo total”. Al mismo tiempo, Roberto vio cómo su familia compartía sus temores. “¿Qué va a pasar con él que es tan movido, tan independiente?”, se preguntaban su madre y sus hermanas.

La madre, “a pesar de ser pentecostal, ha separado su iglesia de su relación conmigo”. Incluso su hermano mayor, quien hace muchos años lo rechazó por ser homosexual, fue parte de la red solidaria: “Me dijo: ‘hay cosas que no puedo cambiar, y una es que eres mi hermano y te quiero’”.

Al parejo del fallo positivo, Roberto entró en una crisis de salud. Bajó brutalmente de peso, comenzó a presentar fallas cardiaca y renal. “Vomitaba hasta el agua”, resume.

Roberto acudió a la Clínica Condesa, dependiente del gobierno del Distrito Federal y especializada en el tratamiento del VIH, pero ahí se topó con una barrera burocrática: “No podía tenerme en pie y querían que me presentara, a fuerza. Me urgían muchas pruebas y los antirretrovirales y me daban cita para un mes después”.

Así que Roberto consiguió, otra vez con la ayuda familiar, darse de alta en el Seguro Social donde fue internado poco después.

“Pesaba entonces 85 kilos y llegué a 59”.

Para colmo, su pareja lo abandonó: “Lo entendí, pero era su miedo, no el mío, y seguimos siendo amigos”.

“Soy de los más afortunados”

Parece un contrasentido, pero muchas de las Historias Positivas son de miedo. Roberto, que convivió a lo largo de una semana con los otros fotografiados y sigue viendo a algunos, no duda: “De los 14, quizá estoy entre los más afortunados”.

Algo los une, pese a sus diferencias: “Somos gente a la que nos ha costado mucho trabajo salir y estar viva”.

Roberto se piensa afortunado por el apoyo de su familia, porque la consultora en la cual laboraba lo liquidó en buenos términos y porque después de un año de lucha con su propio cuerpo, y de tres del diagnóstico, “hago ejercicio, cuando jamás lo hice; como bien; descanso, en fin, me cuido y me siento como nunca”.

Claro, eso tiene un precio: “Hay que vivir haciendo 40 mil cosas para mantenerte a flote. Me canso rápido, porque los medicamentos te joden”.

Además de los antirretrovirales, Roberto debe consumir suplementos alimenticios y antioxidantes. “Tienes que hacer tu tarea diaria y tener mucha disciplina”.

¿Algo está cambiando?

Recordar las sesiones de Historias Positivas todavía le produce una sonrisa. Se reunieron durante una semana personas que viven con VIH. “Unos desde hace 18 años y otros como yo, que apenas debuté hace tres años”.

Las sesiones, en el Colegio de San Ildefonso, fueron coordinadas por el fotógrafo sudafricano Gideon Mendel, quien ha documentado acuciosamente los efectos del sida en el continente africano y otras latitudes.

Cada uno de los participantes recibió una cámara digital y la encomienda de, a lo largo de una semana, “retratar su vida, su mundo o lo que significa para usted vivir con el VIH”.

El fotógrafo les enseñó a manejar el equipo y luego vieron todos juntos el material y colaboraron en la selección.

Después, cada participante eligió su lugar favorito para la sesión con Mendel.

El proyecto, realizado por el Art Global Health Center, de la Universidad de California, y Letra S se propone “demostrar cómo las historias personales están cambiando en esta esquina de América Latina, donde muchas vidas se han prolongado por los avanzados tratamientos y donde el estigma opresivo está, quizá y sólo quizá, empezando a cambiar”.

En la serie hay cuatro mujeres y el resto son hombres homosexuales. No hay hombres heterosexuales: “Quizá a ellos les va peor con el estigma. Para un heterosexual es enfrentar un entorno en el que te dicen que ‘el sida sólo les da a los putos’”.

¿Algo está cambiando?

Sí y no, dice Roberto, quien ve con preocupación, por ejemplo, que entre la comunidad gay capitalina aumenta el número de personas con VIH que tienen relaciones sin protección. “Creen que los medicamentos los van a salvar y ya”.

Pero más le choca la existencia de “clubes” gay donde el requisito es no usar condón.

Después de tantos años de educación, de insistencia, la comunidad gay es la más informada sobre la necesaria prevención. Pero prevalece, opina Roberto, “una actitud de género, una cosa de hombres, gay o no, de arriesgarse sin razón. Eso simplemente es suicida y pendejo”.

Sin contar sus años de adolescencia, “en los que fui muy destrampado”, Roberto usó siempre condón y se hizo regularmente la prueba de VIH. “No me explico que pasó y ya no me lo pregunto”.

A pesar del apoyo de su familia, Roberto enfrentó otro miedo cuando lo diagnosticaron: “Piensas que ya nadie te va a querer”.

Pero ahora vive con Ángel, a quien le lleva 16 años, “y es negativo”. Cuando se conocieron, tardó dos semanas en hablarle de su condición: “Claro que tenía miedo que me dijera ‘no le entro’, pero ha sido sensible y solidario. Además, claro, nos cuidamos”.

 
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