Usted está aquí: martes 12 de agosto de 2008 Opinión El sexo en los juegos olímpicos

Javier Flores

El sexo en los juegos olímpicos

Ampliar la imagen Debido al continuo uso de los medicamentos tradicionales chinos, el gobierno de Pekín realizó una campaña antes de los Juegos Olímpicos para evitar que sus atletas dieran positivo en el caso de que fueran sometidos a examen. En la imagen, durante la elaboración de los productos medicinales Debido al continuo uso de los medicamentos tradicionales chinos, el gobierno de Pekín realizó una campaña antes de los Juegos Olímpicos para evitar que sus atletas dieran positivo en el caso de que fueran sometidos a examen. En la imagen, durante la elaboración de los productos medicinales Foto: Reuters

Las competencias olímpicas, prácticamente en todas las disciplinas, se dividen en pruebas para mujeres y para hombres. Esto es interesante, pues se asume que hay diferentes capacidades físicas entre los sexos. Así, en los 100 metros planos en atletismo, o en los 200 metros de nado estilo libre o mariposa, se separa a los participantes en función de su sexo. Hay muy pocas competencias en las que da lo mismo si se trata de una u otro; son las que se califican de manera cualitativa, como la gimnasia, en las que la expresión de los cuerpos no depende de llegar más rápido a alguna parte, saltar más alto o levantar mayor peso.

El récord mundial en la carrera de los 100 metros planos al aire libre para varones corresponde a Asafa Powell, de Jamaica, en 2007, con un tiempo de 9.7 segundos. En mujeres el récord lo tiene Florence Griffitt, de Estados Unidos, con un tiempo de 10.49, obtenido en 1988. La diferencia es de menos de un segundo. Pero si se compara este récord femenino con el de los hombres en 1930, el de ellas hoy es inclusive mejor. En 1992, para citar otro ejemplo, el récord olímpico en la prueba femenina de 100 metros en nado libre superó todas las marcas masculinas anteriores a los juegos de 1964, incluida la del legendario Johnny Weissmuller de 1924 ¡por más de un minuto!

Pero, como sea, se ha generado en las competencias deportivas una gran tensión por separar a hombres de mujeres, al grado de que se han creado pruebas para tener certeza acerca del sexo de los competidores… o mejor dicho, de las competidoras. A nadie le preocupa que una mujer intente colarse a una competencia masculina. Lo que importa es si un hombre trata de ingresar en una prueba femenina, pues se considera que tendría ventaja. La historia del deporte da cuenta de varios casos que han conducido inclusive a despojar de sus premios a algunas atletas, como sucedió con la corredora india Santhi Soundarajan, quien después de ganar una medalla de plata en 2006 fue sometida a esa humillación, que la condujo a un intento de suicidio –luego se supo que tenía una rara condición conocida como síndrome de insensibilidad a los andrógenos (SIA), que desde luego no era su culpa.

Esto ha conducido a pruebas degradantes sobre las mujeres que participan en las competencias, pues, a diferencia de los hombres, ellas tienen que demostrar su condición femenina. El Comité Olímpico Internacional (COI) ha realizado en el pasado exámenes en las atletas ante la sospecha de que pudieran ser hombres ¡por su aspecto! El criterio más elemental para la determinación del sexo es la apariencia, aunque esto no es seguro. Basta comparar actualmente a las y los competidores de natación en Pekín, que de la cintura para arriba pueden ser indistinguibles. El ejercicio físico (y el uso de esteroides anabólicos) modifica la masa muscular, y hay competencias, como el levantamiento de pesas, en las que esto es más que evidente. En un artículo publicado en 2000, Gendel da cuenta de casos en los que se llegó a examinar a algunas deportistas desnudas ante un panel de médicas, y en otros casos se solicitó inclusive el examen ginecológico.

Fue en las Olimpiadas de México de 1968 cuando se introdujeron por primera vez las pruebas genéticas para la determinación del sexo. Con ellas se trata de detectar la presencia del cromosoma Y, considerado característico de los hombres, o la presencia de un gen conocido como SRY, que supuestamente es el causante de la diferenciación sexual masculina. Estas pruebas se han hecho cada vez más sofisticadas mediante el empleo de la reacción en cadena de la polimerasa, que permite replicar fragmentos del ácido desoxirribonucleico.

Pero todas las pruebas para la determinación del sexo en atletas no funcionan y han sido criticadas por genetistas, endocrinólogos y la comunidad médica porque, además de que pueden conducir a actos de discriminación, no consideran las múltiples variantes en la composición del material genético, como en los casos de hombres XX o de la intersexualidad (como disgenesia gonadal, mosaicismo, síndrome de Klinefelter, SIA o seudohermafroditismo, entre otros), que, de presentarse, no determinan la condición de género.

Estas pruebas fueron suspendidas por algunas federaciones deportivas internacionales, y el COI reconoció desde 1999 que existen múltiples inconsistencias médicas y se mostró decidido a abandonarlas. Pero ahora, en los Juegos Olímpicos de Pekín, fue instalado un laboratorio para determinar el sexo en las competidoras sospechosas de ser hombres. O sea, que no se ha aprendido la lección.

Ante la individualidad biológica, por la que cada persona tiene una anatomía, hormonas y genes propios, resulta imposible determinar el sexo a partir de una concepción basada en un ideal de dos sexos únicos. Sin embargo, todo esto no nos impide vibrar de emoción cuando un atleta consigue una proeza deportiva… Se trata de un logro de la especie humana.

 
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