Usted está aquí: domingo 17 de agosto de 2008 Cultura Poesía no completa

Poesía no completa

Ampliar la imagen Wislawa Szymborska, Nobel de Literatura 1996 Wislawa Szymborska, Nobel de Literatura 1996 Foto: Archivo

El Fondo de Cultura Económica pondrá a circulación la próxima semana Poesía no completa, que incluye prácticamente toda la obra poética de Wislawa Szymborska, Premio Nobel de Literatura 1996. Se trata de una segunda edición, con nuevos poemas. La primera fue lanzada en 2002 y ambas abren con un texto de Elena Poniatowska. Con autorización de la editorial, presentamos a los lectores de La Jornada algunos de los poemas incluidos en esta nueva edición.

CLOCHARD

En París, en un día matinal hasta el ocaso,
en París como
en París que
(¡oh, santa ingenuidad de lo descrito,
ayúdame!)
en un jardín junto a una catedral de piedra
(no construida, no,
tocada en un laúd)
en pose de sarcófago se ha quedado
dormido
un clochard, un monje secular, un
renegado.

Si es que tenía algo, lo perdió,
y no quiere recuperar lo perdido.
Le deben todavía el salario por la
conquista de las Galias,
ya no le importa, se ha resignado.
Y en el siglo quince tampoco le pagaron
por posar como ladrón de la izquierda,
lo ha olvidado, ha dejado de esperar.

Gana para vino tinto
pelando a los perros del rumbo.

Duerme con cara de inventor de sueños
con el enjambre imaginario de su barba
al sol.

Las grises quimeras se despetrifican
(volátidos, bajogueros, monógalos y
palomíferos,
hongorranas, derrepentes, cabezapiernas
y multiespecímenes, allegro vivace
gótico)
y lo ven con una curiosidad
que no sienten por ninguno de nosotros,
sensato Pedro,
activo Miguel,
ingeniosa Eva,
Bárbara, Clara.

LAS MUJERES DE RUBENS

Titánides, fauna femenina,
desnudas como estruendo de toneles.
Hacen su nido en lechos aplastados
y duermen con la boca abierta en forma
de chillido.

Sus pupilas han huido hacia el fondo
y penetran al interior de sus glándulas
desde las que gotea levadura como sangre.

Hijas del barroco. Se infla la masa en la
artesa,
se llenan de vapor los baños, se
ruborizan los vinos,
por el cielo galopan puerquitos de
nubes,
relinchan las trompetas ante el peligro
físico.

¡Oh acalabazadas, oh excesivas,
duplicadas al rechazar los vestidos,
triplicadas por la impetuosidad de la pose,
grasosos platillos de amor!

Sus flacas hermanas se levantaron antes,
antes de que alboreara en el cuadro.

Y nadie las vio avanzar en fila
por la parte trasera del lienzo.

Desterradas del estilo. Con las costillas
contadas
y pies y manos que parecen de ave.

Con sus omóplatos salidos intentan
levantar el vuelo.

El siglo trece les daría un fondo dorado.

El veinte, una pantalla a color.

El diecisiete, en cambio, no tiene qué
darle a las planas.

Pues hasta el cielo es protuberante,
protuberantes los ángeles y protuberante
dios:
un bigotudo Febo que en un corcel
sudoroso irrumpe en una alcoba hirviente.

LECTURA

No ser un púgil, Musa, es como no ser
nada.

Nos negaste un auditorio enardecido.

Hay doce personas en la sala,
es hora de empezar.

La mitad vino porque llueve,
los demás son parientes. Musa.

Las mujeres podrían desmayarse en esta
tarde de otoño,
y lo harán, pero sólo frente al ring.

Escenas dantescas sólo allí.

Y el éxtasis. Musa.

No ser un boxeador, ser un poeta,
con una condena a poemas forzados,
y a falta de músculos mostrarle al mundo
–en el mejor de los casos– una lectura
escolar en el futuro.

Oh Musa. Oh Pegaso,
ángel equino.

En la primera fi la un viejecito sueña
dulcemente
que su difunta esposa ha vuelto de la
tumba
para hornearle una tarta de ciruelas.

Con fuego, pero no muy alto, porque se
quema la tarta,
comenzamos la lectura. Musa.

EPITAFIO

Aquí yace, como la coma anticuada,
la autora de algunos versos. Descanso
eterno
tuvo a bien darle la tierra, a pesar de
que la muerta
con los grupos literarios no se hablaba.
Aunque tampoco en su tumba encontró
nada
mejor que una lechuza, jacintos y este
treno.

Transeúnte, quita a tu electrónico
cerebro la cubierta
y piensa un poco en el destino de
Wislawa.

LA ALEGRÍA DE ESCRIBIR

¿A dónde corre, a través del bosque
escrito, esta
cierva escrita?
¿A beber del agua escrita
que copiará su hocico como papel carbón?
¿Por qué levanta la cabeza, habrá oído
algo?
Apoyada en cuatro patas prestadas por
la verdad
por debajo de mis dedos aguza los
oídos.
Silencio, esta palabra también susurra
sobre el papel
y retira
las ramas causadas por la palabra
“bosque”.

Sobre la hoja blanca acechan para
saltar
letras que pueden combinarse mal,
frases que acosan
y ante las cuales no habrá salvación.
Hay en una gota de tinta una reserva
considerable
de cazadores que apuntan, con un ojo
entrecerrado,
preparados para bajar por la empinada
pluma,
para cercar a la cierva, dispuestos a
disparar.

Olvidan que esto no es la vida.
Aquí rigen otras leyes, negro sobre
blanco.

Un abrir y cerrar de ojos durará tanto
como yo desee,
permitirá ser dividido en pequeñas
eternidades,
llenas de balas detenidas al vuelo.
Si lo ordeno, nunca sucederá nada aquí.

En contra de mi voluntad no caerá ni
una hoja,
ni se doblará una brizna de hierba bajo
el peso de una pezuña.

¿Existe, pues, un mundo
sobre el que tengo un dominio
absoluto?
¿Un tiempo que ato con cadenas de
signos?
¿Una existencia infinita a mis órdenes?

La alegría de escribir.

La posibilidad de hacer perdurar.

La venganza de una mano mortal.

 
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