Usted está aquí: domingo 17 de agosto de 2008 Opinión De revelaciones

Rolando Cordera Campos

De revelaciones

No ha sido parca la semana en revelaciones. Lo malo es que todas ellas, o casi, nos hablan de debilidades y fallas geológicas de la estructura del Estado y el sistema económico, mientras que de nuestras fortalezas sólo se atreve a hablar algún miembro novel del gabinete, algún gobernador desvelado, uno que otro gatillero de la información. Frente a todo esto, sometida al más inclemente ruido blanco que hubiésemos podido imaginar en la peor de nuestras vigilias, la sociedad parece optar por el silencio y sus más jóvenes por hacer mutis, hacia el exilio interior o hacia el Paso del Norte, que cada vez queda más lejos.

La crisis se hace global y hasta los arrogantes conquistadores peninsulares se aprestan a reconocerlo. Atrás quedaron las pretensiones de originalidad de gobernantes y exégetas, y hoy sólo resta empezar a hacer las cuentas del desempleo y su carga fiscal, del reto migratorio con su caudal de violencia oficial, como ocurre en Italia, o, en el peor de los escenarios, como el delineado en Georgia, prepararse para la guerra y sus terribles juegos reales y virtuales, todos ellos al parecer articulados por la disputa por el petróleo y la energía, los alimentos y los materiales básicos que los profetas de la globalización del mercado único habían dado por resuelta gracias a la unificación del mundo por las leyes de la oferta y la demanda.

Quizás, en efecto, nos acercamos a un nuevo punto de inflexión cargado de malas noticias para el proceso que arrancó oficialmente, hegelianamente dirían algunos, cuando cayó el Muro de Berlín y, poco después, tuvo lugar la primera guerra del Golfo Pérsico y Bush I declaró inaugurado un nuevo orden mundial. Lo sucedido desde entonces dista mucho de siquiera prefigurarlo y hoy tenemos que admitir que lo que reina es el desorden que linda con el caos, que se asoma al menor descuido en Colombia o Bolivia, en África toda y ahora de nuevo en el Cáucaso y sus hirvientes alrededores.

Las negras fantasías de Kousturica (Underground) u Oliver Stone (Apocalypsis now) se dan la mano con las proyecciones descarnadas de Ridley Scott y su Blade runner, mientras el Guasón deja la bis cómica y sin permiso nos pone de cara a la maldad sin maquillaje.

No hay escape de estas coordenadas, como lo indican los reportes oficiales de que ha dado cuenta La Jornada a lo largo de la semana, sobre el empleo, la juventud o el delito, cuya matriz socioeconómica es tan inocultable cuanto insuficiente. De la pobreza o la desigualdad no emerge la sevicia y crueldad del secuestrador, aunque sea innegable que el contexto desolador en ingresos, ocupación y expectativas creado por el experimento neoliberal tiene que ver, y mucho, con la ola delincuencial que nos asuela y somete a la impotencia como sociedad civil, organizada o no.

Más abajo, queda la flaqueza de la política formal, del gobierno o de la oposición, de la empresa y sus jilgueros, de los próceres autodesignados fiscales del gobernante remiso o el dirigente rejego. Usar el crimen de un niño para ajustarle las cuentas a Ebrard es una opción miserable de la hipocresía oligárquica, como lo es la pretensión de adjudicar la violencia criminal al reclamo airado contra la defraudación democrática o el intento de rematar la riqueza petrolera so capa de una modernización liliputiense. Así no hay cumbre o pacto que nos soporten, mucho menos oportunidad para imaginar fuerzas en medio y enfrente de tanta flaqueza.

Una lucecita: don Alejandro Martí, desde el dolor y la tristeza infinitas, declara: “Me levantaron a mi hijo gentes disfrazadas. Presumo y quizá habrá algunos policías de la AFI, eso me obligó a no acudir a la policía.

“Pero sí te quiero decir, con gran orgullo y una fe renovada en nuestras instituciones, que cuando acudí a la policía me trataron de tal forma que me arrepentí de no haber ido, de acudir a ellos el segundo o tercer día, de no haberlo hecho desde el principio” (Reforma, 14/08/08, p. 6) Entre tanta boruca mendaz, inequívoca expresión de que la changarrización de Fox no sólo se apoderó de la economía y el empleo sino del espíritu público, esto es valor y ejemplo, sacados de la profundidad de la pena. Que así pueda ser.

 
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