Usted está aquí: domingo 17 de agosto de 2008 Opinión Semana de cine alemán

Carlos Bonfil/I
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Semana de cine alemán

La Séptima Semana de Cine Alemán se proyecta del 14 al 24 de agosto en la Cineteca Nacional, e incluye nueve largometrajes de factura muy reciente, seleccionados durante el pasado Festival Internacional de Cine de Berlín (Berlinale), en febrero de este año. Sus primeras dos proyecciones ofrecen ya una idea de la variedad temática y tono dramático que hoy prevalece en la creación fílmica alemana. Un acento en la evocación histórica, con el tema siempre delicado de los horrores del nazismo, y también la exploración de las relaciones de género, constante en el cine de Doris Dörrie, que este año propone de modo complementario una reflexión sobre la vejez, la inminencia de la muerte y el ceremonial del duelo.

Fiel a su preocupación central, que consiste en señalar de modo insistente la muy soterrada sensibilidad masculina en las relaciones de pareja, la escritora y cineasta Doris Dörrie coloca en Las flores del cerezo (Kirschblüte-Hanami) a dos personajes septuagenarios en una situación crítica. Trudi (Hannelore Elsner) recibe el diagnóstico de la enfermedad terminal de su marido, decide ocultarle la verdad y cumplir con él su viejo deseo de conocer Japón. El temperamento difícil de Rudi (Elmar Wepper) impide la realización de dicho anhelo, y la pareja se limita a visitar a sus dos hijos residentes en Berlín, quienes, sin conocer la condición del padre, les reservan un trato de cortesía gélida, como a dos visitantes incómodos. Dörrie explora el reconocimiento paulatino de la vulnerabilidad emocional en los dos ancianos, su deseo nervioso de protegerse mutuamente, el fantasma de la viudez cercana y la frustración de ver apenas cumplidas las aspiraciones más entrañables: para la esposa, poder algún día ensayar la danza butoh y visitar el Fujiyama; para el marido, llegar a entender algo de la vida íntima de su esposa e hijos, de quienes se ha distanciado por su carácter intransigente y veleidoso. El descubrimiento de una nueva vida en Japón, al roce de una cultura para él extraña, hace del viejo Rudi un hombre nuevo, justo cuando sus días están tan drásticamente contados. La directora expone su tesis con sencillez y sin miedo a los clichés culturales y al sentimentalismo. Según ella, las mujeres poseen, previsiblemente, un carácter sólido –una suerte de incuestionable sabiduría de género–, en tanto los hombres descubren el poder liberador del llanto cuando ya es demasiado tarde para reparar sus yerros. Vieja tesis de un viejo “feminismo” en la que un “varón domado” accede a la serenidad –aquí casi zen– al apreciar la belleza de lo que le rodea y admitir el potencial de su propia ternura. Japón es naturalmente el marco ideal de este descubrimiento humanista, y la ceremonia de contemplar las flores (Hanami) un anticipo del bellísimo ritual mortuorio que le espera a Rudi en una geografía ajena.

En Y después vienen los turistas, de Robert Thalheim, hay un nuevo choque cultural. Un joven acepta realizar su servicio social (una opción al servicio militar en Alemania) en un centro juvenil del poblado de Oswiecim, en Polonia, a unos pasos del antiguo campo de concentración de Auschwitz, convertido en sitio turístico. La novedad de la cinta es el difícil ajuste de cuentas del cine alemán con el pasado histórico, y su saludable contraste con la visión esquemática que durante décadas ha ofrecido el cine bélico estadunidense, con sus sádicos villanos nazis angloparlantes y su simplificación mercantil del horror ajeno para mayor elogio del heroísmo propio. El joven protagonista, Sven Lehnert (Alexander Fehling), es blanco no del desprecio de los ancianos sobrevivientes del campo (reducidos a instrumentos didácticos para turistas conmovidos), sino de su jocosa ironía, como también es testigo de un nuevo colonialismo económico mediante el cual las compañías químicas alemanas se procuran mano de obra juvenil desechable en Polonia, en aras de una pretendida globalización que las beneficia muy ventajosamente. El modo inteligente en que el cineasta observa la llegada de los nuevos turistas y empresarios (y su astuta mezcla de lavado de culpas históricas y negocios provechosos) sitúa a la cinta por encima del convencionalismo de la incipiente historia romántica que protagonizan Alexander y una joven guía de turistas polaca. Es notable también la complejidad en el personaje del anciano judío Krzemiski (Ryszard Ronczewski), memoria viva –con lucidez sin falla– del Holocausto.

En una próxima entrega se hablará de los títulos restantes de esta semana que apenas se inicia. Para mayores informes sobre el ciclo, consulte: www.cinetecanacional.net

 
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