De los Altos a Estados Unidos

Los tzotziles que se van

Floriana Teratol Xantis y John Burstein

 

La migración a Estados Unidos desde los pueblos indígenas chiapanecos creció explosivamente en la última década. En la zona de la Sierra Madre y la región Fronteriza son los bajos precios del café, la falta de empleo y los desastres como el huracán Mitch en 1998 y el Stan en 2005. En los Altos (en particular Chamula y Zinacantán) se debe a la falta de empleo dignamente remunerado y a la falta de tierra, situación que muchas veces se agrava porque los trabajadores contrajeron deudas que no pueden pagar.

Hoy, el peor daño es que la migración erosiona la organización social tradicional —herencia y riqueza de los pueblos. La migración divide físicamente a las familias, a las comunidades, y a las diversas organizaciones derivadas de su ancestral sociedad. Al mismo tiempo, como fruto del proceso de la migración brotan nuevas expresiones de organización. Esto nace de la necesidad. 

Los muchachos que salen de las comunidades indígenas emigran de manera organizada. Normalmente se juntan 15 personas para solicitar el traslado al otro lado. A veces entre varios amigos contratan al coyote que los va a llevar. Cada uno paga unos 10 mil pesos por el viaje de Chiapas a Arizona, cruzando por el desierto. Suelen formarse grupos de cinco, haciendo acuerdos de ayuda mutua en caso de emergencia; el coyote nombra responsable a alguno de cada grupo para que le ayuden. Aunque de corta duración, ésta es una forma de organización muy fuerte.

Una vez del otro lado, el migrante adquiere deuda de otros 5 mil pesos, más o menos, para que el raitero lo coloque, deuda que se pagará en unos dos meses, con los primeros sueldos.

En las zonas de trabajo, los migrantes se asocian rápidamente para rentar un cuarto, casa o tráiler; conseguir alimentos, cocinar y comer, y se reúnen o celebran las fiestas del pueblo de origen.

El migrante casado ejerce las funciones de jefe de familia enviando dinero para la manutención de su casa y toma decisiones del uso del dinero y de lo que hay que hacer en emergencias familiares. Pero también las mujeres emergen como jefas de familia más activas. Identifican problemas, saben manejar el hogar y son responsables de salir de sus casas a los lugares públicos cuando pagan los gastos de las fiestas, representan o acompañan a sus hijos en la escuela, pagan la luz, las contribuciones de agua potable, el teléfono, etc.

Doña Juana de Zinacantán, por ejemplo, nos dijo que su mamá la aconseja: “Reúne a tus hijos, no estés por ahí tristeando, hazte fuerte; no te preocupes, no vaya a ser que le pase algo al papá de tus hijas por extrañarlo tanto”.

La preocupación puede ser tremenda. A veces, los migrantes salen muy jóvenes de la casa, y sin avisar, como Juan Alfonso de Zinacantán, que su mamá pensaba que lo habían secuestrado. Otras veces, el hombre sale por no poder pagar una deuda, y es la mujer quien tiene que dar la cara. Es muy peligroso andar allá sin papeles, y sin saber inglés. Si se enferman, tienen que contactar a amigos que a lo mejor conocen a algún doctor por ahí. Si los capataces les maltratan, o no les pagan, no pueden reclamar fácil o legalmente por ser indocumentados.

 

En la ola de migración chiapaneca, los hombres son aún la mayoría aunque hay cada vez más mujeres; la mitad son casados y jóvenes; la mitad tienen nivel de estudios de primaria o más. La estancia en Estados Unidos es de unos dos años en promedio. Eran campesinos, pero no solamente cultivaban la tierra; habían trabajado de albañiles, peones y en otros empleos precarios con salarios insuficientes.

La mayoría de los migrantes de los Altos son de Chamula y van a Florida; de ahí sigue a Carolina del Norte y más al norte. Hallan empleo en el campo, no tanto en las ciudades. Trabajan en empacadoras, construcción y restoranes; las mujeres en empacadoras y el servicio doméstico.

Hoy, la gente pasa sobre todo por Arizona y cruza el desierto a pie, en unas tres no-ches, pero el viaje puede durar siete noches. “Allí sufrí mucho, con el calor tan fuerte”, cuenta don Mario, de Chamula. “Vi a varios animales como la víbora de cascabel y el puercoespín. Cuando pasa el helicóptero, nos aventamos al suelo”. Él comenzó a trabajar cerca de Miami, Florida, ganando ocho dólares (84 pesos) por cada cubeta de jitomate o naranja que cosechaba, y solía juntar 11 cubetas en un día. Después trabajó en el ferrocarril, a 7.50 dólares por hora, unos 787 pesos al día. En promedio, los migrantes envían entre tres y cuatro mil pesos quincenales a su casa, la mitad de su ingreso. Así, pagan sus deudas en su comunidad de origen, invierten en la construcción de su casa; pueden comprar carro, estufa y otras cosas; cubren las multas por no asistir a las juntas y cuando regresan pueden tener recursos para los cargos religiosos en sus comunidades.

El trabajo es difícil y los patrones no suelen tomar en cuenta las necesidades elementales de los trabajadores, como descansos, guantes y ropa protectora. Por ser indocumentados no les reconocen sus derechos. Don Roberto dice: “en los ratos libres no hago nada, me quedo en mi cuarto, es peligroso salir en la noche por la policía, porque si nos agarran nos llevan a la cárcel y nos regresan”.

 

Los migrantes tienen propuestas para mejorar la vida translocal de la comunidad. Primero, mejorar y abaratar la comunicación. El señor Juan de Chamula tiene ya cuatro hijos e hijas en Estados Unidos y solamente una se ha comunicado con él, pero a través del celular de un conocido. Con tarjetas telefónicas la llamada sale a peso el minuto. En Chiapas, cuesta hasta 10 pesos el minuto. Por tanto, es importante abrir el acceso económico a la telefonía desde Chiapas hasta donde laboran los chiapanecos. Están surgiendo los cibercafés y telecentros para teleconferencias, que salen gratis cuando se utiliza la computadora y hay acceso a internet de los dos lados.

Las mujeres pueden tener problemas al trabajar solas en el campo. Pero las que quieran promover proyectos productivos, pueden organizarse en cooperativas para producción agrícola o de flores, ayudarse mutuamente en el trabajo común, o pagar salarios a otras personas.

La comunidad translocal se preocupa por la pobreza estructural en las comunidades de origen, expulsoras de los migrantes. Se ha propuesto formar bancos comunitarios, de micro-finanzas con los depósitos de las remesas, y como fuente de préstamos para producir y generar ingresos.

Hace falta tener mayor información sobre qué está pasando, desde ambos lados de la comunidad translocal emergente. Los migrantes quieren saber más de las noticias de Chiapas, y a los de acá nos preocupa saber de los procesos políticos allá.

Con la actual recesión económica en Estados Unidos, la situación está cambiando, y algunos migrantes regresarán a Chiapas por falta de trabajo. Otros no podrán enviar remesas como antes, y emigrarán menos jóvenes por el peligro y la falta de seguridad del trabajo. Sin embargo, muchos chiapanecos se quedarán allá. Pero las redes sociales son fuertes y la comunidad translocal ha sabido mantenerlas.

 

John Burstein es presidente de Foro para el Desarrollo Sustentable, con sede en San Cristóbal de las Casas, Chiapas.

Floriana Teratol es estudiante de sociología en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Chiapas.

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