Usted está aquí: sábado 23 de agosto de 2008 Mundo Miami, ciudad cada vez menos cubana

Miami, ciudad cada vez menos cubana

Restaurantes colombianos, taquerías mexicanas y tiendas peruanas cambian el panorama

David Brooks (Corresponsal)

Miami, 22 de agosto. En la tienda Sentir a Cuba, en la calle Ocho de La Pequeña Habana, llena de productos que recuerdan a la isla aunque nada procede de ella (por eso del embargo), lo más vendido son réplicas del directorio telefónico de La Habana de 1959, para que los viejos muestren sus antiguos números de teléfono y sus direcciones.

Pero casi 50 años después, a pesar de que ahí sigue el parque donde los viejos exiliados juegan dominó y en la calle Ocho, por el cruce con Rafael Díaz Balart (nombrada así en honor al padre y abuelo de los congresistas cubanoestadunidenses Lincoln y Mario Díaz Balart), prosperan los negocios cubanos y lugares en que sirven ese intenso y exquisito café cubano, donde uno pasa frente a una entrada con un gran letrero que dice “Alpha 66”, donde está siempre atascado el famoso restaurante Versailles –referente para la comunidad cubanoestadunidense de aquí y parada obligatoria para políticos de Washington–, La Pequeña Habana ya muestra físicamente el cambio que transforma esta ciudad.

Interrumpiendo el panorama antes completamente cubano, ahora hay restaurantes colombianos, antros centroamericanos, taquerías mexicanas, tiendas peruanas y hasta una gasolinera Citgo, propiedad del gobierno venezolano. Hay nuevos periódicos, como El Colombiano y El Venezolano.

Pero aún hay muchos que rehúsan reconocer los cambios. En el Versailles, los periódicos cubanoestadunidenses continúan predicando la retórica anticastrista del último medio siglo. Un político cuenta a La Jornada que hace poco en este restaurante un periodista entrevistaba a algunos del exilio original y uno comentó que si existiera un botón para hacer volar a toda La Habana –con sus 2 millones de habitantes– y si entre los muertos estuvieran Fidel y Raúl Castro, no dudaría en oprimirlo.

Miami es tal vez la única ciudad en el mundo donde dos figuras mundialmente conocidas por ser acusadas de uno de los atentados más graves de la historia moderna –Luis Posada Carriles y Orlando Bosh– pueden caminar tranquilamente por sus calles y son festejados como “héroes”. Muchos aquí siguen hablando de derrocar al régimen cubano y se repudia cualquier aceptación de algo llamado “diálogo”.

Hay más recordatorios de que éste es un lugar donde el directorio telefónico de La Habana de 1959 aún es vigente. La Escuela de Leyes de la Universidad Internacional de Florida está en un edificio que se llama Rafael Díaz Balart y, como recuerda Edmundo García, periodista y conductor de radio aquí, ese personaje fue ministro del dictador Fulgencio Batista. Los nietos de Rafael son también sobrinos de la primera esposa de Fidel Castro. Y uno de los integrantes de la Suprema Corte del estado de Florida es nieto del mismo Batista, y ayudó a conseguir asilo a Orlando Bosch en este país, además de que es amigo del ex gobernador Jeb Bush, hermano del actual presidente.

Capital latinoamericana

Pero Miami es cada vez menos cubana y más latinoamericana. Según las cifras más recientes, del censo de Estados Unidos de 2006, 61.3 por ciento de la población de unos 2.5 millones en el condado de Miami-Dade (con Miami en su centro) es latina, y 50.9 por ciento de la población total es inmigrante (algunos naturalizados, otros residentes, etcétera). Los blancos “no hispanos” sólo representan 18.3 por ciento de la población. Pero ahora, por primera vez, los cubanos ya no son la mayoría de los latinos en Florida.

Un mesero aquí toma las órdenes, recomienda vinos y más en un español casi perfecto. Al preguntarle de dónde es, responde “Egipto”. ¿Y el español? “Lo aprendí aquí. Si uno va a trabajar y vivir en Miami, tiene que hablar español”, explica.

Aunque se dice con orgullo que ésta es una ciudad “global”, está hecha de muchos mundos segregados. Hay colonias latinas, incluyendo la Pequeña Habana, pero también está el Pequeño Haití –la zona más pobre de la ciudad– además de colonias afroestadunidense como Liberty City, y también una de las grandes comunidades judías del país. “La dinámica política aquí es la tradicional, de dividir y conquistar”, comenta Álvaro Fernández, director de la región sureste del Southwest Voter Registration and Education Project, analista político aquí.

Además, dice Fernández, hay diferencias entre las comunidades que han migrado aquí, con algunas olas motivadas por cuestiones políticas pero la mayoría ahora por razones económicas. Así, hay una amplia comunidad de venezolanos antichavistas que se sienten en casa con somocistas de Nicaragua que salieron en los años 80, y, por otro lado, los refugiados de las diversas crisis económicas de todo el hemisferio.

Los cubanos son los únicos inmigrantes en Estados Unidos que gozan de una ley que establece justo lo opuesto de la legislación migratoria para todos los demás: al pisar tierra estadunidense tienen derecho de permanecer aquí, y un año y un día después, tienen derecho a la residencia.

Un periodista veterano que vivió aquí dice que Miami podría llamarse la Nueva York de America Latina: un centro financiero, comercial, turístico y cultural para toda la región. Pero también su riqueza proviene de otros lugares. “Miami es una ciudad que en gran medida fue hecha por la especulación y recientemente por el dinero del narcotráfico y la corrupción en América Latina”, comenta un analista. En el centro hay decenas de lujosos edificios nuevos y en construcción, aunque muchos están vacíos por la crisis hipotecaria que también ha azotado aquí.

En la zona turística de Miami Beach no hay señales de la crisis económica de Estados Unidos ni de América Latina. El Hotel Delano, uno de los mas conocidos a escala mundial, está decorado con beautiful people y ahí los paparazzi buscan celebridades. En la noche alrededor de la alberca hay sofás, mesas y una cantina donde hombres, sobre todo con cara de juniors de todo el hemisferio, que apestan (¿o tal vez se puede comprar ese aroma para disimular?) a dinero y se divierten con mujeres vestidas para mostrar que están casi desnudas, mientras participan en una coreografía ya ensayada durante bastante tiempo.

El hedonismo de Miami Beach a veces se siente muy forzado: jóvenes del medio oeste que gritan desde coches, para expresar su “libertad” emborrachada, en tanto que tratan de bailar salsa. A veces se intenta, hasta se logra, que todo esté empapado de alcohol, droga, sexo y música.

Punto de encuentro americano: aquí los refugiados de desastres económicos se encuentran con los que lucraron de esas crisis, se topan entre sí contrarrevolucionarios con las víctimas de sus guerras, aquí está el éxodo de la miseria junto con los arquitectos ultrarricos de las crisis económicas y el tráfico legal como ilícito de todo que se pueda vender en algo que se llama “libre comercio” (fue aquí que los mandatarios del hemisferio proclamaron como su objetivo establecer una Área de Libre Comercio de las Américas).

Miami es un encuentro entre el sur y el norte, parte museo de ese encuentro y parte laboratorio para lo que continúa, y como una zona donde las minorías son mayoría, también un vistazo al futuro de Estados Unidos (y su integración al mundo hispanoparlante).

 
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