Usted está aquí: domingo 24 de agosto de 2008 Opinión ¡En la torre!

Ángeles González Gamio
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¡En la torre!

A mediados del siglo XX la ciudad de México vio nacer magnos proyectos arquitectónicos que integraban el entorno urbano con una visión vanguardista, que proponía la arquitectura como concepto colectivo. Muestra ejemplar fue la Ciudad Universitaria, declarada recientemente Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, obra coordinada por el arquitecto Mario Pani, uno de los principales impulsores de ese concepto, quien convocó a colaborar en ese y otros proyectos, a muchos de sus mejores colegas y a diversos artistas.

Otras de sus grandes realizaciones fueron: el conjunto habitacional de Tlaltelolco y Ciudad Satélite. Con esa idea de integrar a la planeación urbana la arquitectura y el arte, invitó al arquitecto Luis Barragán a diseñar un conjunto escultórico que fuera el símbolo de Ciudad Satélite, que se proyectó como paradigma de la modernidad urbana. Él había desarrollado el fraccionamiento Jardines del Pedregal, entre la lava del volcán Xitle; años más tarde fue galardonado con el Premio Pritzker, considerado el Nobel de la arquitectura.

Barragán, a su vez, convocó al escultor de origen alemán Mathias Goeritz, con quien había diseñado el emblema del fraccionamiento del pedregal y pidió la opinión de su cercano amigo, el pintor Chucho Reyes. Tras varias propuestas finalmente idearon cinco torres de concreto, con alturas que van de los 30 a los 50 metros, colocadas sin aparente orden, sobre una plancha lisa de concreto, ya que se había pensado que estarían rodeadas de una serie de elementos arquitectónicos que les harían marco pero que nunca se construyeron.

En 1958 por fin se inauguraron los cinco monumentales elementos, pintados de diferentes colores; quedaron en una isleta de forma ovalada, sobre una loma inclinada, sitiada por coches, convirtiéndose, a pesar de ello, en un hito urbano, que sin duda constituye la escultura urbana contemporánea más importante de la capital.

Ahora le quieren dar “en la torre”, como se dice popularmente, porque el gobierno del estado de México pretende construir un segundo piso al Periférico Norte, lo que afectaría severamente y de manera irreversible la perspectiva, la escala y el contexto general de las torres.

Un amplio grupo de arquitectos e intelectuales ha manifestado su desacuerdo con esa barbarie y conscientes de la necesidad de mejorar la circulación en una arteria tan importante, proponen que en esa parte se construya un paso a desnivel.

Paralelamente se ha solicitado al Instituto Nacional de Bellas Artes que, a la brevedad, las Torres de Ciudad Satélite se incorporen oficialmente al Patrimonio Artístico Nacional. Como conocemos la enjundia de su directora María Teresa Franco, tenemos plena confianza en que esto suceda pronto, como lo hizo para salvar la obra del arquitecto Vladimir Kaspé, que pretendían demoler para erigir la faraónica Torre del Bicentenario.

Con motivo de los 50 años de las torres, el cabildo de Naucalpan buscó “padrinos” para remozarlas, lo que ahora está sucediendo con la generosa colaboración de empresas como Cemex, Comex y Osram y se preparan muchos festejos, entre otros, un libro conmemorativo, conferencias y un billete de la Lotería para el sorteo del 13 de noviembre. Por todo ello resulta una incongruencia que el gobierno estatal pretenda realizar esa obra que tanto daño les causaría.

Por lo pronto hay que ir a verlas con sus brillantes colores recién aplicados: una en azul cobalto, dos blancas, una ocre y otra marrón, de verdad son impactantes. Puede aprovechar para comer en el Correo Español de Satélite, ubicado en Periférico Norte 2000. Es hijo del viejo restaurante de Peralvillo que fundó don Florentino Hevia, a mediados del siglo pasado y en donde hasta la fecha se come del mejor cabrito de la ciudad. Su sopa de ajo a la castellana es un muy buen inicio y de botanita hay escamoles; de postre no perdono el merengue horneado con salsa de vainilla.

 
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