Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 24 de agosto de 2008 Num: 703

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Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La Francia se Bruni
JOSÉ GAXIOLA LÓPEZ

Nuevas aventuras de Pigmalión
AUGUSTO ISLA

La verdad de la novela
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ entrevista con ÁLVARO POMBO

Octavio Paz y el budismo de Wang Wei
ALEJANDRO PESCADOR

J.M. Coetzee: ¿a dónde nos lleva el progreso?
RAÚL OLVERA MIJARES

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Columnas:
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ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

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Javier Sicilia

Ángel Darío Carrero o la luz del Tú

A lo largo de ochocientos años, desde que Francisco de Asís escribió su “Cántico de las criaturas”, la poesía franciscana no ha dejado de iluminar al mundo. En América Latina dos de ellos lo han hecho para el siglo XX y XXI desde la lengua española, el mexicano Jerónimo Verduzco (1924-1996) y el puertorriqueño Ángel Darío Carrero, quien recientemente acaba de publicar en la Editorial Trotta una pieza magnífica, Perseguido por la luz, que se suma a su anterior libro, publicado también por Trotta en 2001, Llama de agua.

Teólogo, Custodio del Caribe y periodista del principal periódico de Puerto Rico, El Nuevo Día, si algo caracteriza la obra poética de Carrero –de ahí su fascinante novedad– es su apofatismo. Más cerca de Juan de la Cruz que de su padre Francisco, Carrero habla de Dios sin nombrarlo. Semejante al carmelita, sabe que Dios –el incognosible, el innombrable, el que se experimenta en la intimidad del silencio, como se experimenta a un ser carnal– sólo es nombrable por los análogos que tenemos de nuestra experiencia sensible. Pero semejante a San Francisco, sabe que esa experiencia, que es manifestación de Dios en el mundo, es motivo de celebración.

Donde quiera que Carrero se mueva, la luz –esa metáfora de Dios– lo persigue, lo ilumina, lo desfigura. No hay sitio, relación, presencia, donde esa luz –un Tú que aparece en cada tú– no lo acose, como un enamorado. Escribe en “Sin Destino”: “Perseguido/ por la luz/ más leve que leve/ huyo/ hacia la luz”, para, en “Tu(y)o”, mirarlo y experimentarlo en ese abrazo erótico en el que la relación con la alteridad se vuelve un nosotros que deja resonar, como susurro de fondo, la hermosa frase de San Francisco “¿Quién soy yo, quién eres tú?”: “Así/ poco a poco/ que vivo/ poco a poco/ que muero/ ahora/ mañana/ vete ya/ para siempre/ quédate/ tú y yo/ tú (y) o/ así.”

Carrero no desdeña nada para hablar de Dios. Poeta, antes que religioso, y profundo espiritual antes que un vocero de la fe cristiana, su obra nace no sólo de una experiencia profundamente personal con el Dios encarnado, sino de una profunda lectura de los poetas. Como buen poeta y buen espiritual, Carrero sabe que al ocultarse en la palabra poética –que es una experiencia íntima, donde se puede contemplar la alteridad–, Dios –como lo hace a través de su Creación–, se revela mejor. En este sentido, la palabra poética es para Carrero un silencio, un hueco, una apertura, o como él mismo lo dice en su prólogo, Espejo de la poesía, una “huella muda –es decir, una incisión en la dureza de algo– que muestra el paso de esa Luz terrible y fascinante. Luz a todas luces innombrable. Leve y fugitiva a Amor sabe.”

Así, la poesía de Carrero, mediante un pulimiento que reduce la palabra a la más pura y desnuda de sus realidades –ésa en la que el decir es casi silencio– muestra la experiencia del amor, esa luz que da sentido a todo y cuyo sustancia, para el espiritual, es Dios diciéndose en la opacidad de cada cosa, de cada situación, de cada experiencia, como un Tú que ilumina el mundo y su trascendencia.

Para quienes no han despertado a la revelación profunda que guarda, la poesía de Carrero, llena de cotidianidad, de mundanidad, está, sin embargo, rodeada de un misterio, de una experiencia divina todavía oculta; para los que han despertado al misterio que la hace posible, es la experiencia y la revelación de Dios en la cotidianidad misma, su experiencia en la pura mundanidad.

Cualquiera que sea el sitio en el que nos hallemos, la poesía de Carrero nos revela una verdad fundamental: el yo sólo encuentra su sentido y su realidad cuando se abre a eso otro que nos solicita y que sólo puede surgir cuando decimos tú. Sólo ahí, el amor, el Tú, que habita en toda relacionalidad, se vuelve silencio, unidad en la diferencia: nosotros. Sólo desde ese Tú, tan innombrable como invisible, pero profundamente experimentable, la relación, la unidad del nosotros se hace comunión: silencio, donde la palabra reposa por fin reunida en su significación absoluta: “Cierto día/ todo será/ como ahora:/ a media luz// y el callar será/ nuestro único/ lenguaje.”

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva , esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la APPO, y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.