Usted está aquí: lunes 25 de agosto de 2008 Opinión La cumbre, ¿y ahora qué?

Jorge Carrillo Olea
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La cumbre, ¿y ahora qué?

Ampliar la imagen El ombudsman José Luis Soberanes y el presidente de la Suprema Corte, Guillermo Ortiz Mayagoitia, durante la reunión para firmar el pacto sobre seguridad El ombudsman José Luis Soberanes y el presidente de la Suprema Corte, Guillermo Ortiz Mayagoitia, durante la reunión para firmar el pacto sobre seguridad Foto: José Carlo González

Premeditadamente escribo esta nota antes de los sucesos del jueves 21, la cumbre de seguridad pública. No como un acto premonitorio, sino más bien como exorcismo. El infantilismo de Ebrard, lo masivo de la junta, el majestuoso escenario escogido y, en el fondo, como una concreta realidad, la dificultad dialéctica para encontrar estrategias de las que se demanda sean sólidas, trascendentes, pero que al mismo tiempo den frutos al otro día. ¡Imposible!

No debemos menospreciar como ser humano, más lúcido o menos lúcido, al presidente Calderón. Está verdaderamente metido en la caldera del diablo y sin gente a su alrededor, porque no quiere que le ayuden con ideas o con hechos. Sufre su karma como pocos. No advierte que su hoy es producto de su pasado y a la vez gestor de su futuro, pero entre esto se lleva a la nación. Es por eso tal vez que ha creído una salida estar cada noche en televisión diciendo los discursos más insustanciales a raíz de nada.

Honestamente no sé qué se puede esperar de una reunión de decenas de asistentes, todos queriendo quedar bien. ¿Será por eso que Naciones Unidas, que reúne a 200 países, tiene para enfrentar crisis un Consejo de Seguridad con sólo cinco miembros permanentes y otros cinco protocolares, mudos y transitorios?

Veinticuatro horas después escribo: lo que no se deseaba, pero se esperaba, el parto de los montes. El Presidente, con un discurso que parece copiado de hace seis o 12 años; los gobernadores, ya es un fastidio, pidiendo dinero, basándose en estribillos, sin especificar en qué y para qué se aplicarán y hasta la respetable presidenta de México Unido contra la Delincuencia, que demanda “una estrategia confiable”. No es su papel decir en qué consistiría esa estrategia, pero sí es su voz la adecuada y valiente para decir: ¡díganos con detalle qué van a hacer! El señor Martí, dolido, justamente dolido, exige: “si no saben o no pueden… renuncien”.

La preparación de una propuesta aceptable choca con el obstáculo que en casi tres años de gobierno se ha dicho mucho y no se ha hecho nada. Es casi imposible aspirar a presentar algo innovador cuando todo se ha pisoteado y en el terreno de los hechos nada se ha demostrado. Se hicieron 75 compromisos, ¿alguien lo puede creer?

No hubo nadie que hablara de la pobreza, del desempleo y de la incultura; se olvidó que el delito es producto de algo y no causa. No hubo quien propusiera un diálogo con Estados Unidos firme y exigente sobre el consumo de drogas, la exportación ilegal de armas; sobre el conocimiento y en su caso control de los flujos de capital, de una verdadera cooperación internacional.

La conclusión, después de un desarrollo previsible, fue: “Nos vemos en 30 días”, ordenó Calderón. Aun ante el escepticismo con que se recibió el resultado de la reunión, todos los mexicanos tenemos derecho a una dosis de esperanza y de confianza de que algo mejorará, ya no por nuestro interés individual, sino por la viabilidad de una patria deseada.

 
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