Usted está aquí: domingo 31 de agosto de 2008 Opinión México, país de tránsito

Jorge Durand

México, país de tránsito

El Paso del Norte, en Chihuahua, hoy Ciudad Juárez, hacía honor a su nombre. Era el paso obligado para ir a Estados Unidos. Por allí cruzaron los primeros migrantes que llegaban desde el occidente de México en ferrocarril. Fue en 1884 cuando se unieron las vías férreas de ambos países y cuando se estableció la ya centenaria dependencia de ambos países por la mano de obra. México ponía la oferta y Estados Unidos la demanda.

Pero no sólo por allí pasaban mexicanos. La Ley de Exclusión China de 1882 convirtió a El Paso en el lugar obligado para la inmigración indocumentada de origen chino que quería ingresar a Estados Unidos. Los archivos de inmigración reportan casos de “coyotes chinos” que se dedicaban al tráfico de indocumentados desde su base de operaciones en Ciudad Juárez.

Sucedió otro tanto en 1907 con el acuerdo entre Japón y Estados Unidos (gentlemen’s agreement) que limitó la inmigración japonesa, sobre todo a California, donde la población de origen nipón era numerosa. En 1907 el Servicio de Inmigración reportó el caso de un coyote japonés que fue capturado después de haber intentado sobornar a un funcionario de la aduana estadunidense.

Aunque desde hace más de un siglo México ha sido una vía de ingreso para Estados Unidos se trataba de coyunturas específicas. Todo empezó a cambiar en la década de 1970. La política estadunidense de cuotas para Latinoamérica redujo el ingreso legal de inmigrantes y así las cosas empezaron a llegar a México colombianos, peruanos, ecuatorianos y otros tantos latinoamericanos que se convirtieron en ilegales.

La fórmula era bastante conocida. Los viajeros llegaban en calidad de turistas a la ciudad de México y al enseñar el pasaporte entregaban la mordida. De ahí pasaban a la terminal aérea nacional y compraban un boleto a Tijuana. En Tijuana el procedimiento se repetía: otros 100 dólares en el pasaporte y se pasaba sin preguntas ni requerimientos.

Luego venía el cruce de la frontera. Allí cada quien contrataba un coyote conocido que por lo general traficaba con grupos de una misma nacionalidad. Con 200 dólares y una veloz carrera nocturna se llegaba a San Ysidro, a San Diego y de ahí en avión hasta el lugar de destino. Así ingresaron miles de sudamericanos a Estados Unidos.

En la década de 1980 el tránsito de personas por México se incrementó debido a las guerras civiles en Nicaragua, El Salvador y Guatemala. A lo largo de dos décadas cruzaron el país más de 2 millones de centroamericanos con rumbo a Estados Unidos. El procedimiento era diferente. Los nicaragüenses, salvadoreños y guatemaltecos cruzaban la frontera en Tapachula y allí tomaban autobuses que los llevaban a la frontera norte. Al comienzo, el tránsito era fluido, pero poco a poco se hizo más difícil. Agentes mexicanos de todo tipo (aduanales, migratorios, municipales y federales) empezaron a cobrar su tajada. El recorrido se convirtió en una pesadilla y empezaron a surgir las mafias de coyotes, centroamericanos y mexicanos, que facilitaban el tránsito y brindaban el servicio hasta la frontera.

En 1998 el huracán Mitch arrasó con Honduras, lo que generó un nuevo flujo migratorio hacia el norte. Algunos, pocos, recibieron visas humanitarias por parte de Estados Unidos, pero la mayoría tuvo que optar por la vía indocumentada que suponía atravesar el territorio mexicano. Pero los migrantes centroamericanos empezaron a utilizar el tren como la principal vía de transporte. Así habían viajado, se habían “ido de mosca”, los migrantes mexicanos en los años 20 cuando, sin boleto, se pegaban o amarraban a los techos de los vagones.

Finalmente empezaron a llegar los cubanos. Como cada vez es más difícil llegar a Estados Unidos en balsa, se ha buscado realizar el tránsito por México. Hay que recordar que sólo para el caso de los cubanos existe la Ley de Ajuste, conocida como “pies secos y pies mojados”, que les permite el acceso y libre tránsito a todos aquellos que logren pisar suelo estadunidense. Las mafias de tráfico de personas obtienen millones de dólares y no están dispuestas a perder su mercancía. Y, como lo han demostrado, pueden recuperarla con facilidad.

Hoy se estima que hay unos 12 millones de indocumentados en Estados Unidos. Más de la mitad (55 por ciento) son mexicanos y una cuarta parte (25 por ciento) son latinoamericanos. El resto (20 por ciento) son de diversas partes del mundo.

El tráfico de indocumentados siempre ha sido un buen negocio y siempre habrá gente dispuesta a llevarlo a cabo. Las políticas migratorias restrictivas tienden a fomentar la emergencia y el fortalecimiento de las mafias y a incrementar los costos y los riesgos de la migración. Esa ha sido la opción política en Estados Unidos.

En México la opción ha sido despenalizar la migración indocumentada. Se suponía que al no ser considerada como una falta grave disminuirían notablemente los casos de extorsión. Ya no habría razones jurídicas con las cuales amenazarlos. Era necesaria una reforma a la Ley de Población, pero la realidad no se cambia con decretos. Tampoco cambia la realidad de que México se ha convertido en un país de tránsito de migrantes, con dimensiones masivas. El problema es mucho más grave que simples actos de corrupción. En la actualidad el tráfico de personas es un negocio millonario donde ya no sólo intervienen funcionarios. Las mafias operan con impunidad y los delincuentes comunes han empezado a aprovecharse de la situación. Los casos de violación de mujeres migrantes son cada día más comunes, al igual que los abusos y la violencia física en contra de extranjeros. El debate actual sobre la inseguridad a escala nacional no puede soslayar la situación de los migrantes en tránsito por el territorio nacional.

 
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