Usted está aquí: domingo 31 de agosto de 2008 Opinión El Peñón de los Baños

Ángeles González Gamio
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El Peñón de los Baños

En los códices prehispánicos y mapas virreinales de la cuenca de México, siempre aparece un cerrito elevado, situado hacia el oriente, a corta distancia de México-Tenochtitlán. En siglos pasados el agua lo separaba de la urbe y ahora es parte de ella. Es el Peñón de los Baños, que recibe ese nombre porque desde hace siglos de sus entrañas brotan aguas termales ricas en minerales como bicarbonato, magnesio, calcio, potasio y litio, entre muchos otros. A ello se añaden los 46 grados de temperatura con los que emana de las profundidades de la tierra, en donde seguramente algún volcán subterráneo le otorga todas esas propiedades.

Resulta fascinante pensar que en este lugar tomaron baños los emperadores aztecas y texcocanos. En esa época el cerro recibía el nombre de Tepetzinco y aún se le representa con su glifo toponímico, que muestra el cerrito con dos piernas en actitud de correr.

A lo largo de su historia distintas construcciones han albergado el manantial, algunas lujosas y otras de gran modestia. En el apogeo mexica tenía suntuosas edificaciones y después de la conquista el templo azteca fue sustituido por uno cristiano y las instalaciones fueron viniendo a menos, aunque nunca dejaron de funcionar. En el siglo XVIII les dieron una arreglada y se construyó una bellísima capilla barroca, que todavía existe, urgida de una buena restauración.

Durante el porfiriato los baños vivieron una época de oro, en gran medida porque, entre otros, el respetado doctor Liceaga avaló científicamente las bondades terapéuticas del manantial, recomendando inclusive que se bebieran sus aguas. Esto llevó al suegro de Porfirio Díaz, don Manuel Romero Rubio, a adquirirlos y construir lujosas instalaciones. En un predio anexo estableció una planta embotelladora para comercializar el líquido. La mejor guía de la ciudad de esos años dice: “El servicio de este establecimiento, que tiene un amplio y lujoso hotel, con restaurante anexo, con capilla, boliche, sala de bailes, etc., es muy esmerado”.

Durante el siglo XX en la zona se desarrollaron colonias populares y poco a poco las edificaciones de los baños fueron decayendo, la planta embotelladora y las lujosas construcciones fueron demolidas. Actualmente se conservan unas modestas instalaciones rodeadas de edificios de departamentos. En el centro, en una isla jardinada, se encuentra la hermosa capilla y a un costado los cuartos de baño, individuales o de pareja, limpísimos, con un excelente servicio y la posibilidad de darse un buen masaje después del sabroso remojón. Sale auténticamente fortalecido si está sano, y mejorado de sus dolencias, si es el caso: asma, reumatismo, artritis, ciática, lumbago, bronquitis, estrés y previene la osteoporosis.

Su director don Jorge Espinosa, culto maestro retirado, quien con un pequeño grupo mantiene con esfuerzo vivos los baños, le puede enseñar la capilla y contarle la historia del lugar, que se encuentra a unos pasos del aeropuerto, en la calle de Quetzalcóatl y Circuito Interior. Desde el circuito se puede ver la primorosa cúpula de la capilla.

Los baños funcionan los 365 días del año, de 6 a 20 horas, y si tiene dudas de cómo llegar, el teléfono es 5571-2870.

La marquesa Calderón de la Barca, a raíz de una visita, escribió en 1841: “Fuimos a pasear al Peñón (...) donde hay unos baños que se consideran un remedio universal (...) No dejamos de pensar que fortuna podría hacer con estos baños un yanqui emprendedor si fuera su dueño, edificara aquí un hotel (…) y embelleciera este rústico templo de agua caliente”. Igual nos preguntamos como no hay un mexicano emprendedor que vea su potencial y garantice su supervivencia. En las largas esperas que tienen que sufrir muchos viajeros en el aeropuerto, una magnífica opción sería cruzarse a los baños, en donde se relajarían entre vuelo y vuelo con las reconfortantes aguas, en estos que seguramente son los baños termales más antiguos de América.

 
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