Usted está aquí: domingo 31 de agosto de 2008 Política A la mitad del foro

A la mitad del foro

León García Soler

■ El diluvio que vino

Hay una trágica parábola en el recurso foxiano de integrar su gabinete con el concurso de los “cazadores de cabezas” y la multiplicación de bárbaras decapitaciones que han sembrado la geografía nacional de cadáveres y cabezas utilizadas por el narcotráfico como signos del imperativo territorial; muestras de la lección aprendida: el reto a la seguridad nacional se nutre del desmantelamiento de las instituciones y la ausencia de rumbo de la clase política. Ni conducción, ni liderazgo en la marcha de sonámbulos hacia el abismo.

Los ríos se salen de madre y las presas derraman sus aguas. En la Huasteca potosina la caña está bajo el agua, perdida la cosecha y no habrá corte sino hasta dentro de dos años. Pero quienes despachan en las ruinas de instituciones agrícolas no son capaces ni de pagar a los cañeros lo que les deben hace más de un año. Vino el diluvio y no se borran las estúpidas sonrisas de bocas que se abren para decir que no habrá carestía, que somos inmunes al aumento de precios de los alimentos; que el fetiche de la inflación contenida y las cuentas macroeconómicas cuadran el círculo de la parálisis: nos protegen de la recesión en Estados Unidos, la quiebra del sistema hipotecario, el alto costo del petróleo y la especulación con el maíz amarillo para producir etanol.

Con el agua al cuello, Agustín Carstens y Guillermo Ortiz exaltan las virtudes del bálsamo de Fierabrás, que contiene la espiral inflacionaria y la inamovible fe en la nueva ortodoxia, en el consenso de Washington: la economía mexicana va a crecer 0.5 por ciento este año, diría el impertérrito secretario de Hacienda. Días antes diría que sería 3.5 por ciento. El crecimiento promedio en los pasados cinco años es de 5.42 por ciento anual en América Latina: Venezuela, 10.6 por ciento; Cuba, 8.7; Argentina y Panamá, 8.5; Uruguay, 8.1; Perú, 7.3; y República Dominicana, 7.1. (datos de la CEPAL publicados por Carlos Fernández Vega en La Jornada de ayer sábado). No hace falta alucinarnos con el explosivo desarrollo de China y la India. Nuestra estabilidad es parálisis: en la hora del bono demográfico, no crece la economía, no genera empleos.

Del anhelado flujo de inversión desde el exterior, baste decir que la inversión de capitales mexicanos en el extranjero supera con mucho la de capitales extranjeros en México. Y mientras los oligarcas criollos invierten fuera del país, las remesas de dólares de los mexicanos que dejaron nuestra tierra en busca de empleo se han reducido sensiblemente. Y aunque esos dólares, de cuyo monto tanto presumieron los gobiernos al servicio de la oligarquía, nunca contribuyeron a la inversión productiva, fueron ingreso para el consumo, para la supervivencia de miles de familias al filo de la pobreza extrema. Son “raquíticos” los resultados de la nueva ortodoxia mexicana. Con Vicente Fox, la economía se hundió hasta el escalón 16 en 2004; con Felipe Calderón cayó al 19 en 2007, “y para 2008 se le ubica en el 20 de 20 posibles.”

Algo está podrido en el timón fijo al que los dejó atados Ernesto Zedillo. Pero la nave va, dicen los de la transición en presente continuo y el inenarrable gozo de dar vueltas a la noria. Ayer hubo marchas de silenciosa protesta; muda condena a la incapacidad manifiesta de contener la violencia criminal imperante, insolente; la corrupción y la impunidad en un sistema de justicia en el que 2 por ciento de los delitos hay sentencia condenatoria: 98 por ciento de los actos criminales no son denunciados o van al archivo de la ignominia. La marcha de ayer se inició con la reunión en Palacio Nacional, en la que se establecieron compromisos y plazos. No hay marcha atrás. Pero el Presidente de la República declaró hace unos días que iniciaría el retiro paulatino del Ejército Mexicano, la sustitución de fuerzas militares por cuerpos policiacos.

Pudieran ser gajes del oficio de gobernar por discurso, o por mensajes transmitidos por los medios electrónicos, atrás del espejo. Ojalá, porque Calderón está obligado a la mayor precisión, a detallar lo dicho y todo lo que pudiera implicar ese repliegue; jurídicamente impecable, necesario en tanto no solicite la anuencia del Congreso para declarar el estado de excepción. Pero peligroso en extremo si deja la más insignificante duda sobre las intenciones y objetivos precisos que persigue. El desafío de las decapitaciones, de la barbarie, exige firmeza, responsabilidad y oficio de estadista para sumar a todas las fuerzas políticas de la nación.

El diputado César Horacio Duarte, presidente de la Cámara de Diputados, cita a la sesión de Congreso General para la apertura del primer periodo de sesiones ordinarias del tercer año de ejercicio de la 60 Legislatura. Vieja, ennoblecedora función republicana; asunto de Estado, de la división de poderes y de la soberanía representada por el Legislativo. La Constitución de Cádiz establecía que el rey acudiría a la apertura de sesiones y sus hombres de armas lo acompañarían hasta la puerta del Parlamento, de las Cortes. El lunes festejarán un triunfo ilusorio de los navegantes de la transición que no se atreven al cambio de régimen. Conformes con la alternancia, con la fantasía fundacional de logros efímeros en la órbita retrógrada en torno a la nada.

Querían acabar con “el día del presidente”, con los informes a la nación deformados por la sumisión; actos mayestáticos en los que diputados, senadores, ministros de la Corte, gobernadores, funcionarios, diplomáticos, caciques y barones de la banca, la empresa privada, los medios de comunicación, se unían la gente del común para el besamanos: contacto con los presidentes taumaturgos; con el milagro encarnado del poder omnímodo, donador de todos los bienes. Cuando llegó la alternancia dieron gran lanzada al moro muerto. Pero en lugar de cambiar el régimen presidencial a parlamentario, con un jefe de gobierno y con un jefe de Estado, volvieron al horario vespertino del ayer; clausuraron el corredor central de San Lázaro; exigieron se cumpliera literalmente la obligación de presentar por escrito el Informe.

Tres sexenios de circo, maroma y teatro; manifestaciones de legisladores portadores de mantas y letreritos de protesta; interpelaciones que nunca lo fueron, interrupciones vanas, provocaciones, intercambio de porras y de insultos. Llegó la capitulación vergonzosa de Vicente Fox, a quien negaron acceso al salón de plenos y entregó su Informe escrito en la antesala de San Lázaro. Sin valor el titular, devaluado el Poder Ejecutivo, Calderón asumió el cargo mediante aparición sorpresiva y súbita protesta; pero asistió y entregó su primer Informe en el salón de sesiones. Finalmente, reformaron norma y reglamentos: el Presidente ya no tiene obligación de “asistir”. El Informe se reduce a intercambio epistolar.

Eliminaron la obligación presidencial de acudir al Congreso y rendir su Informe ante la soberanía de la representación popular y del pacto federal. La separación de poderes queda en accionar aislado, simulación de parlamentarismo mutante. Y el día del presidente persiste. Por sí sy ante su propia corte, rinde su Informe, ofrece su mensaje político, recita sus logros y expone sus propósitos frente a las cámaras de la televisión, en vivo y en directo.

Los aprendices de brujos desataron las fuerzas del poder mediático en la era del espectáculo.

 
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