Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 31 de agosto de 2008 Num: 704

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Memoria de Tréveris
ESTHER ANDRADI

Dos poemas
MARKOS MESKOS

Hugo Gutiérrez Vega, poética del peregrino
LEÓN GUILLERMO GUTIÉRREZ

La estación de Catulo
RICARDO VENEGAS entrevista con JOSÉ ÁNGEL LEYVA

Despedida
ALEJANDRO AURA

Alejandría o la biblioteca improbable
GUSTAVO OGARRIO

El Vaticano en la red:
Urbi et interneti

RICARDO BADA

Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Hugo Gutiérrez Vega

YEVGENY SCHWARTZ Y LA EDAD DORADA
DEL TEATRO SOVIÉTICO (I DE II)

El crítico inglés Michael Glenny, utilizando una terminología característica del teatro anglosajón, afirma que “los veinte años que siguieron al triunfo de la Revolución rusa constituyeron una edad dorada del teatro soviético”.

En esa época, el movimiento teatral se desarrolló en una atmósfera de libertad que le permitió experimentar nuevas formas de comunicación con el público, innovar, rectificar y, en suma, crear los espectáculos escénicos capaces de ajustarse a las necesidades de su momento histórico, sin que esto significara menoscabo alguno de las libertades de creación artística. Más tarde vino la siniestra censura y se estableció un control tan férreo que el teatro recibió un golpe mortal.

Funcionaban en la Unión Soviética quinientos sesenta compañías teatrales permanentes y numerosos grupos ligados al ejército, los sindicatos, las granjas colectivas, las escuelas, etcétera. El propósito fundamental de ese hermoso movimiento, animado por Lunacharsky, era buscar la democratización del espectáculo teatral, hacer participar a las masas en la programación de las obras y estimular a los autores, a los directores y a todos los que, de una manera o de otra, estaban echando a andar una forma de teatro en la cual lo importante era el trabajo colectivo.

Este programa tuvo como premisa indispensable la destrucción de la maquinaria mercantil del teatro zarista y la búsqueda de nuevos escenarios. Las calles, las plazas, los campos de labranza y las fábricas fueron los locales más propicios para el desarrollo de las nuevas ideas sobre la puesta en escena. El público fue llamado a participar y lo hizo con enorme entusiasmo. En 1920, Yevreinov utilizó a ocho mil actores improvisados para la escenificación de la obra La toma del Palacio de Invierno.

El escenario fue el mismo en el que se desarrollaron los actos revolucionarios, la gran plaza que enmarca al palacio de los zares en el viejo Petrogrado. Al final todo el público invadió el escenario cantando “La internacional”, mientras una enorme bandera roja ondeaba en lo alto del palacio.

Un número importante de teóricos y de militantes de la Revolución , en esa época, pensaba que la construcción del socialismo debía hacerse a través de la participación real de las masas. La dictadura del proletariado, así lo manifestaron en múltiples ocasiones, redundaría en beneficio de las libertades esenciales. Sólo una amplia participación del proletariado en las decisiones del poder sería capaz de cambiar de una manera sólida y permanente el modo de producción y de existencia social; borraría las diferencias entre gobernantes y gobernados y evitaría la regresión a etapas anteriores; regresión que Lenin temía que se presentara con el siniestro vestuario de lo que llamó “la degeneración burocrática”. La posición política que buscaba “dar todo el poder a los soviets”, propició el crecimiento y la organización del nuevo teatro, e instrumentó las medidas necesarias para permitir una constante participación de las masas en las experiencias escénicas.

De esta manera, el teatro soviético de esa época se convirtió en el medio de comunicación de masas por excelencia, en un instrumento de politización abierta, de propaganda y de retroalimentación libre y valiosísima para aquellos que ejercían el poder delegado por las masas a través de sus organizaciones.

Los viejos maestros Stanislavsky y Vsevold Meyerhold, y los nuevos directores Yeureinov, Tairov y Vakhtangov, unieron sus esfuerzos para enfrentarse a las nuevas necesidades históricas del movimientos teatral. Es necesario advertir que dicha unión no fue fácil. Al principio se presentaron graves conflictos derivados de las discrepancias que, sobre la función del teatro, se dieron entre los representantes de la vieja escuela y los directores jóvenes que propugnaban por el establecimiento inmediato de la nueva organización teatral.

Por otra parte, hay que hacer hincapié en el hecho de que los maestros Stanislavsky y Meyerhold influyeron de una manera determinante en las labores de organización del nuevo teatro; las puestas en escena desde los primeros momentos del arte soviético mostraron su voluntad de aceptar las ideas que, sobre la dirección, la escenografía y la actuación, fueron establecidas por los grandes maestros veinte años antes de la iniciación del movimiento revolucionario.

(Continuará)

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