Número 146 | Jueves 4 de septiembre de 2008
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Director: Alejandro Brito Lemus
NotieSe

Una entrevista con Sonia Corea
Sexualidad y deliberación democrática
Los derechos humanos incluyen a la sexualidad, y cualquier movimiento que busque el mejoramiento social no puede dejar de lado este aspecto. La activista brasileña Sonia Correa habla en entrevista con Letra S de los avances y retrocesos en la lucha por el respeto a los derechos sexuales.

Por Aleida Rueda

La brasileña Sonia Correa, arquitecta de profesión, ha optado por la deconstrucción de discursos y la construcción de nuevos entornos sociales. Coordinadora e Investigadora del Programa Global de Derechos Sexuales y Derechos Reproductivos y de la Red DAWN —red global enfocada a cuestiones de género, globalización, desarrollo y derechos sexuales y reproductivos—, Correa es fruto de la revolución cultural de los sesenta y de la lucha contra la dictadura en Brasil. Entrevistada en el marco del Encuentro Latinoamericano y del Caribe sobre Sociedad y Sexualidad, realizado en la ciudad de México en los últimos días de julio, la activista hace un análisis del abordaje de la sexualidad en América Latina y del impacto que tiene el tema en el trabajo enfocado a los Derechos Humanos y al desarrollo social.

“No se puede esperar que toda la gente estará a favor del aborto algún día, pero sí que las sociedades sean capaces de reconocer, aun estando en contra, que es necesaria su despenalización”.

Cómo sociedad global, ¿hacia dónde vamos en materia de sexualidad?
Tenemos frente a nosotros un escenario paradójico. Hay rupturas importantes y al mismo tiempo reacciones muy fuertes a esos cambios. Todo depende de cómo se mire y dependiendo del prisma puedes ver ganancia, libertad y reconocimiento; pero si miras el prisma por el otro lado vas a ver cosas muy feas. Por un lado, hay avances evidentes en toda la región en el reconocimiento de la diversidad sexual pero, por otro, hay regresiones muy importantes en el tema del aborto (con la excepción de la ciudad de México o de Colombia). Las sociedades aceptan mejor la idea de la diversidad sexual y al mismo tiempo la estigmatizan. La legitimidad sexual existe, pero sólo en algunos casos. Siguen prevaleciendo la discriminación basada en la etnia, la clase social y la raza.

Es evidente que existe una relación directa entre la falta de libertad sexual con el desarrollo económico de los países y la pobreza.
Es posible identificar conexiones. Por ejemplo, una persona con hambre, sin empleo ni educación, y cuya sexualidad difiere de las normas heterosexuales, va a ser mucho más vulnerable a violaciones a sus derechos. Quien no conoce sus derechos potenciales dentro de una Constitución, tampoco podrá acceder al empoderamiento que lograría una persona cuya sexualidad difiere de la norma pero con educación, trabajo y consciente de sus derechos. Por eso el tema de la individualidad de los derechos es tan importante. Es posible articular temas de desarrollo con temas de sexualidad, pero si los tomadores de decisiones siguen sin pensar en los distintos significados del impacto de la sexualidad humana en la vida social, en la educación, en la pobreza o en el trabajo, no vamos a avanzar mucho para mejorar estas condiciones.

En los últimos años América Latina ha registrado avances importantes en la legislación relativa a la sexualidad. ¿Cuáles han sido los factores que han permitido esta situación?
Ha sido producto de la lucha feminista de los últimos años. En realidad, no hay solución fácil para problemas difíciles. Tenemos que seguir hablando públicamente de estas cosas, tenemos que seguir clarificando nuestras concepciones, y eso es una tarea muy importante porque la calidad de una agenda política, sea de derechos o de políticas públicas, no está exenta de riesgos cuando no la concibes ni peleas por ella con claridad conceptual, porque puede tener efectos no anticipados o no efectivos. Vivimos en sociedades mediáticas donde los temas de sexualidad son apelados fácilmente, y eso puede ser muy riesgoso porque producen debates que dan mucho a la imaginación.

En toda lucha suelen haber fracasos. ¿Cuáles son las batallas perdidas de la libertad sexual?
No creo que haya batallas perdidas pero sí peleas muy difíciles. Las fuerzas contrarias a la pluralidad sexual y a los derechos sexuales son muy poderosas, institucional y financieramente. El poder que tienen las iglesias, en especial, la católica, es un poder gigantesco, con un frente mediático fuerte y con una capilaridad social inmensa. No es solamente un tema de argumentos también hay un desbalance de poder real. Yo no creo que haya batallas perdidas pero hay frentes muy duros. Y uno de ellos es el tema del aborto en la región.

En términos de políticas públicas y debate social, cuáles son las prioridades de Latinoamérica.
Una cosa muy importante en nuestros países es asegurar condiciones para una deliberación democrática efectiva. Estos temas siempre van a ser controversiales y conflictivos, el problema real es que nuestras sociedades no cuentan con condiciones de debate democrático republicano en el sentido más ideal. Es muy difícil conseguir espacios donde se desarrolle una conversación madura, ciudadana y abierta, que reconozca la diferentes posiciones. Hay juegos de fuerzas que no corresponden efectivamente a un debate de deliberación democrática. Yo no tengo la ambición, porque eso sería totalitario, de pensar que toda la gente estará a favor del aborto algún día. No es esa mi expectativa. Pero sí que las sociedades sean capaces de reconocer, aun estando en contra, que es necesaria su despenalización. Eso es lo más difícil.

Los gobernantes deberían tener un compromiso con la laicidad, la pluralidad, la educación sexual; asegurar que nuestras sociedades puedan crecer y madurar en términos de deliberación democrática. Es claro que necesitamos de programas de salud más productivos, programas de prevención del sida y de educación sexual, necesitamos de todo, pero si no hay condiciones sustantivas de deliberación democrática respecto a la pluralidad y a la equidad, esas políticas, aunque buenas, van a ser siempre objeto de juegos pesados.

En las políticas de salud sexual, pensando en la prevención y el control del sida, ¿le parece que hay un silenciamiento en cuanto a los temas de sexualidad?
En los últimos años ha habido una tendencia —entre la gente más vinculada a las cuestiones tecnológicas— a pensar en que es posible encontrar una solución única para el sida, de-sexualizándolo. Yo le tengo un poco de temor a esta tendencia, pues intenta responder a la epidemia tomando atajos y evitando el tema de la sexualidad justamente por ser algo tan polémico y conflictivo.

No hay soluciones médicas ni tecnológicas sencillas para un problema tan complejo como la epidemia, porque la sexualidad, pensada como construcción social y cultural, es variada. No hay una sola solución para distintos contextos. Claro, el condón es una solución, pero la manera de introducirlo va a variar muchísimo de acuerdo con el grupo, las prácticas sexuales, la cultura de la gente. La epidemia es médica, biológica y psicológicamente compleja, pero también lo es socialmente. Y las dos complejidades tienen que ser reconocidas. No hay trucos sencillos.