Usted está aquí: viernes 5 de septiembre de 2008 Política Bush: la debacle

Jorge Camil

Bush: la debacle

¿Qué más le podría pasar a George W. Bush en los últimos días para convertir su mandato en el peor desastre político de los últimos tiempos? Inició su malhadada gestión con el ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, una tragedia que en cierto modo le salvó la vida, porque tras un año de gestión sin pena ni gloria sus más fervientes admiradores comenzaban a preguntarse sorprendidos por qué lo habían elegido, y algunos críticos inclementes hablaban sotto voce de revocación del mandato, ¡tan pobre era su desempeño! El 11 de septiembre le dio, pues, un motivo para seguir adelante, y para disfrutar de una popularidad inmerecida: se convirtió, por vía de las infortunadas circunstancias, en el líder accidental de un país atemorizado por la osadía del Islam.

Sin embargo, después de tímidas represalias contra el Talibán, y de la infructuosa búsqueda de Bin Laden en las cuevas de Tora Bora, en la frontera entre Pakistán y Afganistán, vendría el momento esperado por Dick Cheney, y recomendado por Condoleezza Rice desde el inicio de la campaña presidencial: el derrocamiento de Saddam Hussein para apoderarse de los ricos yacimientos petroleros de Irak.

La desastrosa invasión, un acto en flagrante violación del derecho internacional, justificado con la mentira de las armas de destrucción masiva supuestamente atesoradas por Hussein, enfrentó a Estados Unidos con la comunidad internacional. Con la extraña excepción de Tony Blair (algo que ni los analistas ingleses han podido descifrar), los aliados tradicionales abandonaron a Estados Unidos y provocaron el desprestigio de la superpotencia.

Bush, y nadie más, es responsable de la sangrienta guerra civil en la que han muerto más de 100 mil civiles y 5 mil soldados estadunidenses. Obsesionado por una “guerra” que existe únicamente en su imaginación, Bush autorizó la instalación de tribunales militares secretos, escuchas telefónicas inconstitucionales y la tortura de prisioneros musulmanes en las infames prisiones de Abu Ghraib y Guantánamo en violación de los acuerdos de Ginebra sobre prisioneros de guerra.

Su inverosímil relección, explicada únicamente por el voto mayoritario de los fanáticos evangélicos, y la insensata regla no escrita que recomienda relegir al presidente en tiempo de guerra (aunque la de Irak no sea una guerra propiamente dicha), arruinó la economía estadunidense por el costo exorbitante de un conflicto que en opinión del Nobel Joseph Stiglitz alcanza ya 3 billones de dólares. Ahora, en medio de una crisis de confianza que involucra el desplome de la imagen presidencial, Bush se prepara a abandonar el poder precedido por una de las peores recesiones económicas de los tiempos modernos. (El consenso entre la mayoría de los electores es que el presidente es un “iluminado”, o en el peor de los casos, un político ignorante, manipulado por las fuerzas de la ultraderecha y totalmente insensible al dolor humano, como lo demostró hace tres años su falta de interés por las innumerables víctimas del huracán Katrina.)

Esta semana, cuando Bush se preparaba a entregar la estafeta a John McCain en el seno de la convención del Partido Republicano en St. Paul, las fuerzas de la naturaleza le jugaron otra mala pasada: ¡el huracán Gustav! Esta tormenta, que volvió a azotar las costas de Nueva Orléans, pareciera recordarle a los electores el riesgo de votar por el sucesor de Bush, un candidato a quien los demócratas llaman peyorativamente “John McBush”, o simplemente “McSame” (McMismo). No obstante, los analistas estadunidenses consideran a Gustav una arma de dos filos. Es un odioso recordatorio de la tragedia de Katrina, que inició la caída libre de la popularidad presidencial, aunque por otra parte le dio al binomio Bush-Cheney la excusa perfecta para evitar la convención republicana (un sitio en el que todos quisieran olvidarlos).

Gustav pudiera resultar una bendición para McCain, que no siendo orador de grandes multitudes tendría la oportunidad de aceptar la nominación por videoconferencia, alegando que atiende a las víctimas del huracán. En derecho estadunidense se denominan “actos de Dios” a lo que en nuestro sistema jurídico se conoce como eventos de “fuerza mayor”. Así que Gustav, designada por algunos como “la madre de todas las tormentas”, parece ser un misterioso designio divino para librar a Estados Unidos (y al mundo) del hombre que ha sido el peor presidente de los tiempos modernos; el mandatario que ha mantenido al país bajo la amenaza de un ataque terrorista de consecuencias más devastadoras que el del 11 de septiembre de 2001.

Pero como después de cada tormenta sale el Sol, el 28 de agosto pasado, en el 45 aniversario del famoso discurso del doctor Martin Luther King Jr. (I have a dream), el sueño del líder social afroamericano se cumplió con la toma de posesión de Barack Obama como candidato del Partido Demócrata a la presidencia de Estados Unidos. El extraordinario discurso de Obama confirmó que es posible terminar la segregación racial e iniciar una franca apertura de los canales de comunicación entre negros y blancos.

 
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