Usted está aquí: domingo 7 de septiembre de 2008 Opinión Una esperanza por el amor de Dios

Rolando Cordera Campos

Una esperanza por el amor de Dios

Al celebrar los cincuenta años de Wal- Mart, el Presidente rechazó que en México sólo exista lugar para la tragedia y consignó: “Por lo que vemos, oímos o leemos en algunos medios, también parece que de lo que se trata es de eliminar todo resquicio de esperanza para los mexicanos” (La Jornada, 05/09/08). En homenaje a la transparencia, Calderón dejó para la posteridad nombre y ubicación de los medios, pero no dejó de asegurarnos que “la fuerza de México no está en quien augura catástrofes sino en todas las personas que todos los días trabajan, se esfuerzan y son honestas” (Ibíd.).

La soga en la casa de “los colgados” (B Traven): “Corte deja a Wal-Mart sin su tienda de raya”, cabecea El Universal e informa: “La empresa Wal-Mart se convirtió en moderna tienda de raya… De acuerdo con la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la compañía trasnacional aplicó un sistema similar (al del porfiriato), pues sus trabajadores debían canjear sus vales de despensa únicamente en las tiendas de autoservicio de la cadena… Por esa razón, los ministros de la segunda sala declararon inconstitucional este acuerdo laboral y anularon el llamado plan de previsión social de Wal-Mart, lo que permitirá ahora a los empleados de esta empresa adquirir productos en las tiendas de su elección” (05/09/08, p. A12).

De lejos viene la tesis de que la nuestra es la tierra de la desigualdad, como describiese Humboldt a la Nueva España. De cerca, nos llega la constatación de que la moderna sociedad mexicana es casi totalmente “inelástica” a la inequidad, como lo postulara hace unos años Nora Lústig ante el Foro de Equidad Social del Banco Interamericano de Desarrollo. De hoy, nos viene la confirmación de que esta desigualdad se cuela por todos los poros del cuerpo nacional, deja sin educación básica a millones, relega al inempleo a cientos de miles de jóvenes que además no tienen acceso a la educación media superior y superior, y abandona a su suerte a “alrededor de 20 millones de personas (que) no tienen acceso a servicios médicos en el país” (La Jornada, p. 49).

Ser modernos y consumir de todo ha sido viejo afán de las elites mexicanas. Pero en su empeño, que tocó fondo en el año de desgracia de 2006, cuando se rehusaron a arriesgar por un cambio político moderado que proponía que por el bien de todos primero los pobres, dejaron en el archivo muerto la elemental sensibilidad social que requiere todo proyecto modernizador y optaron por el exilio interior de sus casas amuralladas y helicópteros a la puerta para llegar en estos días a la fuga hacia delante y sin eufemismos: casa en Houston y depa en Santa Fe, por aquello de las reuniones de consejo, cabildeo con el secretario de turno, entrevista en la Cumbre con Don Tutufato y sus amigos.

No hay resquicio para esperanza alguna con una cúpula obstinada en vivir un mundo raro y unos dirigentes dispuestos a todo menos a reconocer la patología de un país cuya economía se arrastra por más de veinte años y para mantenerse así, a ras del suelo, se come sus recursos naturales y los dilapida comprando voluntades mafiosas en los sindicatos que quedan y en los gobiernos locales famélicos e incapaces de convocar a sus mandantes a contribuir para la hacienda pública. No hay ojo de aguja por el cual pasar.

Vivimos de tiempo prestado y requerimos en efecto de esperanza para tan sólo seguir arando. Pero reclamarlo en la tienda de raya global es como demasiado. Y para esto no se necesita marchar… de blanco, de rojo o de negro.

 
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