Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 7 de septiembre de 2008 Num: 705

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

León Ferrari, el iconoclasta
ALEJANDRO MICHELENA

urbes de papel
Voces de Nueva York

LEANDRO ARELLANO

La raza como problema
FRANCISCO BOSCO

Un siglo de Cesare Pavese
RODOLFO ALONSO

Cinco poemas
CESARE PAVESE

Explorador de mundos
ESTHER ANDRADI entrevista con ILIJA TROJANOW

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
Núm. anteriores
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Jorge Moch
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El gato por liebre de siempre

Este redactor de rezongos sabe que es inútil volver sobre viejos lamentos, añejas rencillas de televidente, rabias fermentadas por años de impunidad de las televisoras, pero no puede resistir el natural influjo del berrinche cada que enciende la tele y sintoniza un programa y se topa con otra cosa, con basura publicitaria hecha de mentiras para tontos. Me revientan, me van a reventar siempre los mercachifles, los merolicos, la avidez patológica de dinero de aquellos que deciden que la televisión en la realidad no sea lo que dicta ese hipócrita discurso paralelo que ellos mismos enarbolan como bandera: vehículo de información y entretenimiento. Sí, chucha. La televisión, lo que es aquí, es una esquizofrénica colección de anuncios y propaganda.

Hace años decidí que valía la pena gastar un dineral en televisión satelital. Muchas y muy fuertes críticas, reproches y hasta regaños (“si tienes televisión de cable o de antenita te vas a volver todavía más haragán, si tal cosa cabe, mijo”), concitó aquel gasto que, a la luz de cualquier mínimo sentido común, no era más que: a) dispendio estúpidamente superfluo nacido de alguna moda igualmente estúpida, b) una muy tonta manera de demostrarle a un vecino sangrón que yo sí tenía con qué, c) una aberrante demostración de malinchismo y una plétora de combinaciones argumentales nacidas de esas tres básicas vertientes, pero yo a todas esas preclaras objeciones ofrecí una réplica demoledora en su hedonismo: sí, es un gasto pendejo propio de ricos nuevos y también, a lo mejor, llevo el sedentarismo a niveles apoteósicos que a su vez me lleven a la tumba; sí, puede ser parte de una estéril y lamentable competencia chovinista con el chango de al lado; sí, acepto con vergüenza que prefiero ver una serie gringa en su idioma original, sí, sí… pero, ¿saben qué?, ya no tengo que ver tantos pinches anuncios… Es más: recuerdo que durante algún tiempo, el mismo operador que contraté (creo que fue Direct TV) durante un breve tiempo hizo de esa frase precisamente uno de sus slogans comerciales para que una recua de incautos corriéramos chequera en mano a inmolarnos en su altar: no vea más anuncios, mejor vea televisión. Sólo que, desde su origen además clientelar y politiquero, la esencia del negocio televisivo en México es, precisamente, el mercachifle.

Pago un dineral mensual por la señal de Sky que contiene todos los canales. Siempre supuse que pagaría por ver televisión de una calidad algo mejor que la porquería que me ofrecen las televisoras en señal abierta. Algunos canales apenas los veo, y los hay, como el de telenovelas de Televisa, que ni me acerco porque me da urticaria. De los canales que suelo sintonizar, todos, o casi todos, están hoy mortalmente infectados con publicitis, que es esa horrible enfermedad que aqueja a cualquier canal de televisión apenas comienza a registrar niveles de audiencia. Hasta que se vuelve algo realmente molesto –o imposible– de ver a menos que padezca usted ya, también, publicitis, y ver anuncios cause en su muy respetable persona alguna forma de malsano goce. Ponga usted, por ejemplo primero, los usuales canales fuertes de la televisión abierta, el 2 de Televisa o el 13 de TV Azteca. Sintonicemos al unísono un domingo por ahí de las ocho de la noche. En promedio, por cada cinco o seis minutos de programa, digamos, una película de Cantinflas, se va a tener usted que zampar ocho de anuncios. Detergentes, tintes para el cabello, mentiras institucionales del gobierno y sus compinches (que si el congreso trabajador, que si la seguridad pública, ora sí, que si es mejor trocear el país y venderlo en cachitos, empezando por lo último que nos queda, o sea el petróleo, que el clero defensor de la vida –y de los pederastas que lo habitan–, en fin), y de su programa, migajas. Ya la televisión de paga anda en esos rumbos. Prenda la tele cualquier día por la mañana y sintonice Discovery Channel. Allí, y como en cincuenta canales más, se va a encontrar con puros “infomerciales”, que de info no tienen nada: son viles, interminables anuncios confeccionados con toda la perversidad de que es capaz un mercader apareándose con un publicista.

Y como internet está igual, yo lo que espero es que aparezca ya un nuevo medio, uno revolucionario que suene mal, que se vea borroso, que los programas sean aburridísimos, carajo, pero que no tenga uno que soportar esa inefable condena, la de ver anuncios todos los días, todo el tiempo, siempre, hasta el final de los neoliberales tiempos.