Usted está aquí: viernes 12 de septiembre de 2008 Espectáculos Nuevamente, imágenes de guerra

33 Festival Internacional de Cine de Toronto

Leonardo García Tsao
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Nuevamente, imágenes de guerra

Toronto, 11 de septiembre. Ya he mencionado el fenómeno de cineastas de trayectoria que buscan recuperarse de una mala racha. La hollywoodense Kathryn Bigelow se une al grupo con The Hurt Locker, una nueva película sobre la guerra de Irak, centrada en las actividades de una unidad que desactiva aparatos explosivos. En particular, el experto en bombas (Jeremy Renner) se gana la desconfianza de sus hombres por arriesgar sus vidas más allá del llamado del deber.

Con aciertos como Al caer la oscuridad (1987) y Días extraños (1995), Bigelow se había desempeñado, por un tiempo, como la única realizadora capaz de hacer cine de género viril. Y aquí vuelve a ejercer la testosterona fílmica enfocando el estricto profesionalismo de sus personajes, en la misma línea de algún director clásico como Howard Hawks o Sam Fuller. No hay aquí la retórica política que ha hecho tan artificiales a anteriores películas sobre la controvertida guerra. La directora se limita a mostrar la hostilidad que rodea al ejército invasor y a acrecentar la tensión de ese infalible elemento de suspenso, una bomba a punto de estallar. Sobresale en el manejo de los espacios y la atmósfera, una secuencia en que un grupo de soldados es sitiado a medio desierto por francotiradores iraquíes. Ahora que ha recuperado el camino, Bigelow debería intentar un western.

Volviendo a otra guerra, la Segunda, la danesa Flammen & Citronen (Flama y Citrón), de Ole Christian Madsen, recrea las hazañas de los personajes titulares, miembros de la resistencia danesa que se dedican a matar a colaboracionistas de los nazis. Sobre el modelo de la obra maestra de Jean-Pierre Melville. El ejército de las sombras (1969), la cinta no desmerece en su retrato de hombres angustiados por el dilema de asesinar quizá a gente inocente, o ser traicionados por delatores dentro de su propia organización. Filmada como thriller de espionaje, Flammen & Citronen también ostenta su pertinencia contemporánea: quienes ahora son considerados terroristas, según la ideología dominante, por oponerse con violencia a la invasión de su país, antes eran considerados héroes patriotas.

No está de más elogiar, nuevamente, la organización del festival de Toronto que este año ha pulido su precisión al grado de hacer ver mal a la relojería suiza. Muchos otros festivales –y no diremos nombres– deberían copiar su sistema, piratearse el software que utilice, algo para que esa eficiencia se difunda por el mundo. En casi una semana de festival uno no se ha topado con un solo cambio de programación; vaya, ni siquiera un retraso en las proyecciones.

Todo está calculado para que terminada una función, el público sea desalojado de inmediato, lo cual evita los tumultos y las esperas exasperantes. Esta vez, en las funciones de prensa, no he tenido que formarme en una fila mayor de cinco o seis personas para ingresar a una sala; eso de entrar a empujones entre una masa frenética es sólo un mal recuerdo de Cannes. Hablando de lo cual, aquí nadie pone mala cara o trata groseramente a los acreditados. Quienes recogen las entradas son unos sonrientes voluntarios que son el colmo de la amabilidad.

Asimismo, el horario del programa de mano está diseñado a prueba de tontos. Hasta incluye la hora exacta en que terminará la función de acuerdo con la duración de cada película. Cada título viene acompañado por un número que corresponde a la página del catálogo, donde se encontrará la ficha técnica, la descripción de la película y la filmografía del director. Por si eso fuera poco, las proyecciones están calculadas para establecer un justo equilibrio entre las diferentes secciones, otorgándole su lugar a la cinematografía local. No es por capricho que cada año sea mayor el número de profesionales del cine que asisten a Toronto.

 
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