Usted está aquí: domingo 14 de septiembre de 2008 Opinión A la mitad del foro

A la mitad del foro

León García Soler

■ Gargantúa y la bulimia

Ampliar la imagen Haitianos esperan para conseguir alimentos en un reparto en la comunidad de Cabaret, luego del paso del huracán Ike Haitianos esperan para conseguir alimentos en un reparto en la comunidad de Cabaret, luego del paso del huracán Ike Foto: Ap

Ike se llama el huracán, la colosal tormenta que abarca todo el Golfo de México y ha dejado un rastro de muerte y desolación a su paso por Haití y Cuba. Una sucesión de enormes olas de 15 y 20 metros de altura pasaría sobre Galveston y seguiría a contracorriente por el canal navegable, comunicación y comercio de la rica región tejana con 11 millones de habitantes, cuya metrópoli es Houston y cuyo tesoro es el petróleo. Veinticinco por ciento de la producción de crudo de Estados Unidos y 26 refinerías en la zona de desastre, en la ruta de la colosal tormenta.

Antes de tocar tierra el huracán había subido el precio de las gasolinas en el país del norte. Los trabajadores y técnicos fueron desalojados de cientos de plataformas petroleras de esa zona del Golfo. A lo largo de la frontera marítima que nuestro gobierno se ha negado a negociar con Estados Unidos, o lo ha dejado para las calendas griegas de la alternancia sin rumbo, en la inercia inenarrable del recuento de muertos. La guerra de Calderón, el que “está luchando en estos momentos por el alma de su país” (John McCain dixit); la guerra de Mëxico donde hoy, según The Washington Post, “se juega la supervivencia de la democracia”.

Michael Chertoff, adelantado del combate al terrorismo, elogió a los combatientes mexicanos. Enviaron recuento comparativo de muertos: más bajas al sur del muro fronterizo que en las montañas de Afganistán y la frontera con Pakistán, nada menos. Urgen el envío de la ayuda comprometida en el Plan Mérida. Y algo más, dado el número de muertos y el riesgo de que no sobreviva aquí la democracia: asesores militares en el terreno, tal como los que enviaron a Colombia. O a Vietnam, para no pecar de provincianos en la globalidad. Se va George W. Bush. Pero deja al pobre John McCain atado y bien atado por la derecha del gran dinero y el fundamentalismo cristiano. La de la doctrina Bush de los preemptive attacks, los ataques preventivos, por si acaso, por sospechas fundadas de bien intencionados halcones. A Felipe Calderón “tenemos que ayudarlo”, dice McCain.

Los golpes de viento y agua de Ike hicieron subir el precio del barril de crudo que iba a la baja. Agustín Carstens oye la tempestad y no se hinca. En la hora de las cuentas del presupuesto para 2009, nuestro Gargantúa recita las virtudes de la bulimia: fija el precio previsto para el crudo en 80 dólares por barril. Del déficit cero de Francisco Gil a los “sacrificios presupuestales para resolver el problema de la seguridad” que anunció Felipe Calderón. Y la gran sonrisa de Carstens, cuya bulímica fórmula garantiza excedentes pantagruélicos para Hacienda: “Por cada dólar adicional del precio del petróleo se consiguen alrededor de 10 mil millones de pesos, de los cuales 3 mil millones van directo a Pemex y el remanente lo dispone Hacienda casi discrecionalmente, aseguraron los especialistas Carlos Huerta y Flavio Ruiz” (La Jornada, sábado 13 de septiembre de 2008).

La economía mexicana es la de menor crecimiento de América Latina. La OCDE nos vuelve a recordar el patético estado de la educación en México. En la era del conocimiento más de 40 por ciento de los jóvenes mexicanos no tiene acceso a la educación media y superior. McCain ofrece enviarnos asesores militares. Su oponente, Barack Obama, candidato presidencial del Partido Demócrata, propone capacitar y aumentar salarios a sus maestros; créditos baratos o pago con servicios sociales para que tengan acceso a la educación superior todos los jóvenes. Propone reducir impuestos a “la clase media”, a más de 90 por ciento de la población de allá. Y subir los de quienes tienen el más alto nivel de ingresos en el país más rico del mundo. A lo mejor por eso insisten los funcionarios y empresarios mexicanos en que lo mejor para México sería una victoria de McCain.

La colosal tormenta tropical arrasó las torres de perforación, las refinerías, las plantas químicas y petroquímicas de la zona portentosamente rica de Houston; cuarta urbe del imperio vecino del norte; meta de nuestros oligarcas, aspirantes a plutócratas que hace cuatro lustros compraban condominios y casas, y ahora se mudan al otro lado del Bravo: refugiados de la guerra contra el crimen organizado, predicadores del libre mercado que huyen de la inseguridad y de la impunidad fertilizadas por la corrupción, por las componendas de guardianes de la ley que cuidan a quienes la violentan. A los que en los consejos de seguridad oyen hablar del estado de derecho y en cuanto estalla un escándalo se hacen presentes en el tribunal del ágora electrónica donde comprueban que sirven al mercado y demuestran que el enemigo está en casa.

No hay quien cuide a los cuidadores y los bárbaros siembran cadáveres en toda la geografía nacional.

En septiembre conmemoramos las luchas y sacrificios de los insurgentes, de quienes “nos dieron patria y libertad”, según el ritual republicano y laico del Grito que se repite cada noche de 15 de septiembre. Ante miles de mexicanos a los que nadie convoca, nadie moviliza, nadie lleva a festejar frente a Palacio Nacional, “con su estatura de niño y de dedal”. Llenan el Zócalo porque se saben mexicanos. En la mala hora de instituciones derruidas y Estado al borde de la fractura, deciden parcelar la plaza y montar un teatro dentro de otro teatro, para que en cada uno de ellos se dé el Grito de Independencia de las facciones frente al espejo. Primero nosotros, dice Andrés Manuel López Obrador; después dejamos el campo libre a la farsa. Pero anuncian que también Marcelo Ebrard dará su grito. Éramos 12 y parió la abuela.

No está en riesgo la democracia. No necesitamos la ayuda de asesores militares, de los que se convirtieron en ejército de ocupación en Irak y ya no encuentran la salida del laberinto de Afganistán. Necesitamos rumbo y metas precisas, liderazgo y visión de estadistas. Partidos políticos con programas y objetivos concretos. Felipe Calderón le declaró la guerra al crimen organizado. Va para largo. El 16 de septiembre hay desfile militar. El último intento de asonada, de rebelión militar, fue en 1929. La Revolución Mexicana nos dejó el invaluable legado de un país sin cuartelazos, sin la ronda sangrienta de golpes militares. No es poca cosa. Durante ese lapso, la América nuestra, Asia y Europa fueron escenario de trágicos golpes de Estado.

La guerra de Calderón necesita sustento político, respaldo de las oposiciones, serenidad de las fuerzas de poder real. Más que arengas bélicas, se requiere el llamado a la unidad en torno a lo esencial: a ser para poder decidir cómo ser. Pero, sobre todo, la proclama del imperio de la ley, al que están sujetos ante todo los encargados de hacerla cumplir. Y más allá de la limpieza de los inmundos establos de la impunidad, necesita el concurso y el concierto del Poder Legislativo, al que ha de solicitar autorización para declarar el estado de excepción, la suspensión de garantías individuales.

Ayer, homenaje a los Niños Héroes. Ahora que los neocoservadores del imperio nos ven en peligro, vale la pena recordar que Abraham Lincoln condenó la invasión de México, la guerra injusta del fuerte contra el débil. Por cierto, dice McCain que no tiene experiencia política Barack Obama: Lincoln llegó a presidente después de dos años como representante en el Congreso. Antes, dos en el de Illinois. Nada más.

 
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