Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 14 de septiembre de 2008 Num: 706

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Visión del polvo
LEANDRO ARELLANO

Dos poemas
TASOS DENEGRIS

Tres crónicas tres

Alessandro Baricco: configurar la maravilla
JORGE ALBERTO GUDIÑO

Cuarenta años de la Teología de la Liberación
ÁNGEL DARÍO CARRERO entrevista con GUSTAVO GUTIÉRREZ

Noticieros matutinos: la insolencia de los mediocres
FERNANDO BUEN ABAD DOMÍNGUEZ

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
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Alessandro Baricco: configurar la maravilla

Jorge Alberto Gudiño

Acercarse a la literatura de un autor desconocido es un acto riesgoso e irresponsable en tanto que hacerlo implica quedar a expensas de lo que sus libros tienen deparado para uno. Son variadas las posturas a partir de las cuales se puede emprender la lectura. Desde la escéptica que se funda en la obligación, hasta las radicales que propugnan por definir la actividad lectora como una lucha entre las entidades dialogantes. Se puede partir de la increpación directa al texto del que busca ser sorprendido, o de la mirada anticipadamente crítica que buscará los defectos antes que las virtudes, incluso sobre ellas. También habrá quienes participen con culpa de lo que se cuenta convencidos de que leer es un acto de intrusión, o los muchos otros que se refugian en el objeto, ostentando de un lado a otro su ejemplar más reciente para presumir de cultura.

Como suele suceder, siempre podrá decirse que cualquier postura es válida. En realidad, tal vez lo sean todas. Sin embargo, más allá de las definiciones, existen lectores aislados y gozosos que saben que leer es un acto de fe. Creyendo que, al emprender la lectura, la fe sucede, operan la maravilla de abandonarse. Se despojan para dejarse conducir a donde quiera que el libro los lleve. El problema se configura, pues, en la elección de ese vehículo que permita el abandono.

Alessandro Baricco es de los que no defraudan. Hay algo en sus novelas (incluso en las que no lo son) que ofrece al lector un terreno fértil para aflojar los músculos y la voluntad, dejándose conducir a una serie de mundos donde opera la maravilla. Siendo simplista, tendría que decir que su narrativa es “bonita”; pocos adjetivos se acercan más a esa prosa suave, rítmica y llena de emociones. Una prosa que es evocadora y exacta, suficiente a la hora de llevar al lector a los intersticios de la trama. Una prosa que permea las emociones y atrapa de inmediato… una prosa “bonita”.

Y es ese epíteto facilista el que sirve de impulso para liberar al lector de cualquier complejidad, al permitirle que se identifique con los personajes, con sus avatares, que se abandone. Si se parte de la premisa de que leer es el privilegio de aquellos a quienes les gustan que les cuenten historias, entonces una prosa ligera, efectista, de las que se deslizan sin esfuerzo, es un vehículo mucho más plausible que una propuesta narrativa complicada a priori. Esto no quiere decir que la prosa de Baricco carezca de sustancia o que algún otro estilo más elaborado sea malo. Simplemente, los autores van encontrando su personalidad, la forma idónea para contar sus historias. En ese sentido, es cierto, la de Baricco parece ser demasiado sencilla. Lo es sólo en apariencia.

Ser capaz de construir un instrumento poderoso mediante el cual se pueda trasladar al lector a parajes fronterizos sin que, en momento alguno, éste sienta que va cuesta arriba, es un oficio manufacturero digno de vítores. La complejidad no radica en plantear problemas imposibles, sino en encontrarles soluciones que cualquiera pueda entender. Es cuando lo simple se vuelve complejo. Lograrlo es la verdadera empresa.

Si existe un elemento común en su obra narrativa éste sería la tendencia de sus personajes a aproximarse a los límites. El profesor Bartleboom busca el lugar preciso donde acaba el océano mientras, en una habitación vecina, alguien trama una venganza tan terrible como añeja (Océano mar). Danny Boodman T.D. Lemon Novecento se niega a bajarse del barco donde ha pasado toda su vida, porque su música es capaz de trasladarlo a cualquier sitio y de conjurar cualquier ausencia (Novecento. La leyenda del pianista en el océano). Gould busca, desde los prodigios de su intelecto, el límite al que puede llegar la práctica de un deporte que apasiona a sus amigos imaginarios, al tiempo en que Shatzy busca dar una gran muerte a Bird, uno de los protagonistas del western que algún día terminará (City). Pekish va tras una nota musical inexistente justo cuando el señor Rail concentra sus esfuerzos en ser poseedor de un tren que siga en línea recta hasta el infinito (Tierra de cristal). Hervé Joncour recorrerá la mitad del mundo una vez al año para comprar huevos de gusano de seda o para descubrir que el amor idealizado es tan poderoso como el real (Seda). Ultimo Parri utilizará todos sus recursos para construir una pista de carreras que le permita contar la historia de su vida, desde la crudeza de una guerra hasta la sutil descripción de la silueta de su amada, participándosela a aquél que conduzca sobre ella (Esta historia).

Más allá de sus búsquedas particulares, los personajes de Baricco comparten la limitación de sus personalidades. Al lector no le da trabajo tomar partido por ellos porque, de uno u otro modo, todos se encuentran desvalidos. Tanto, que parecen indefensos. De ahí la posibilidad de la maravilla. Son pocos los recursos con que cuentan para habitar un mundo hostil y, aun así, buscan lograr lo imposible. Esa es la empresa de la que participa quien lee estas novelas. Una empresa que ya forma parte de la experiencia vital del lector. Una experiencia enriquecida a partir de un discurso profundo que es tanto argumento como postura frente a la vida. Una experiencia de la que el lector participa motivado por las emociones y por la constante búsqueda de su complicidad: ¿de qué otro modo podrían los personajes comunicarse de una novela a otra, citarse y encontrarse, sino por medio de la visión de quien es el puente necesario entre estos mundos?

Si, además de ello, se ha accedido a la maravilla a través de una prosa fácil, musical, más como brisa que conduce que como tormenta exigiendo cautela, entonces bien pueden renovarse los votos de confianza con el autor. A fin de cuentas, tener algo en qué creer siempre es un buen punto de partida.