Usted está aquí: lunes 15 de septiembre de 2008 Opinión Las ansias del novillero

Gustavo Iruegas

Las ansias del novillero

Próximamente la cancillería anunciará como un gran logro diplomático que México haya sido electo miembro temporal (dos años) del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. La elección habrá sido con el apoyo unánime de la región latinoamericana y del Caribe. Probablemente la cancillería no dé más explicaciones que las muy chabacanas que ya aparecen en su página en Internet ni diga que fue el único candidato porque ningún país de la región está interesado en participar en un foro donde le estaría reservado el papel de comparsa de alguno de los poderosos o cualquier intento de argumentar a favor de la justicia o el derecho le significaría costosas represalias de la potencia concernida, generalmente, Estados Unidos.

Lo que sí tendría que explicar la cancillería es para qué. Qué poderosas razones la llevaron a tan singular actitud. Dice la cancillería que “la decisión de participar nuevamente en el Consejo de Seguridad constituye la oportunidad de dar una expresión dinámica a la política de principios que México ha mantenido a lo largo de la historia”. Probablemente eso quiere decir que se pretenden aplicar los principios de la política exterior mexicana. Pero, ¿en el Consejo de Seguridad? Olvida la cancillería que los principios enunciados en el párrafo X del artículo 89 constitucional son enunciados doctrinarios a ser observados por México en sus relaciones internacionales y no disposiciones mexicanas para cumplimiento de las potencias extranjeras.

En este momento los promotores transexesenales de la candidatura mexicana ruegan por que el conflicto entre los gobiernos progresistas de Bolivia, Ecuador, Honduras, Nicaragua, Paraguay y Venezuela con Estados Unidos no pase a un nivel más alto y se resuelva antes de que México tenga que votar, en la OEA o en el Consejo de Seguridad. Aun si así fuera, todo hace prever que habrá más casos semejantes en los próximos dos años.

No se trata de algo nuevo. México sabe perfectamente lo que tiene que hacer desde su primera experiencia al respecto, cuando participó por virtud de un sorteo, como miembro del Consejo en 1946. Aún no se iniciaba la guerra fría. Nuestro representante, el embajador Luis Padilla Nervo, recomendó fría, explícita y razonadamente que México no se involucrara en los trabajos de ese foro.

Es interesante hacer notar que de las dos veces siguientes en que México ha participado en el Consejo, en ninguna tuvo una razón propia para aceptar esa responsabilidad, en ninguna obtuvo ningún beneficio ni alcanzó ninguna meta propia de política exterior.

Lo que sí ha ocurrido es que durante los 58 años que no formamos parte del Consejo, México nunca se quedó callado cuando tenía algo que decir. “En efecto, en más de cien ocasiones y cuando así convenía a los intereses de México, cuando así lo decidía independientemente y sin presiones México, participó en los debates del Consejo para dejar constancia de nuestra posición”.*

En esta cuarta ocasión ha habido una verdadera maquinación en la que los cancilleres involucrados no tomaron parte: la iniciativa se tomó en el sexenio anterior, cuando el canciller era absolutamente incapaz de comprender el asunto; ya en el sexenio actual la canciller se lavó las manos y pasó la cuestión a su jefe, quien no entiende ni jota del tema. ¿Quién decidió entonces? Decidieron funcionarios de segundo y tercer nivel que aspiran a figurar, a codearse con los grandes, a poner en sus escritorios su foto con el rótulo de “México”. En medio de la lucha por la democracia, por la justicia y contra la corrupción, mientras el pueblo se debate en la defensa del patrimonio petrolero, tenemos aún que enfrentar la desproporcionada frivolidad de los funcionarios.

La política exterior es uno de los campos de expresión naturales de la razón de Estado. Tiene que inspirarse en los caros anhelos nacionales, orientarse a los grandes objetivos del Estado y dirigirse directamente a los más importantes intereses de la nación. Mal será servida la nación si la política exterior se convierte en instrumento de muy improbables lucimientos personales o, peor aún, en escala para alcanzar los altos rangos de la burocracia internacional.

* Manuel Tello. “Memorando sobre la participación de México en el Consejo de Seguridad”, en Por sobre todas las cosas México.

México, SRE, Colección Historia Oral, 2007.

 
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