Usted está aquí: sábado 20 de septiembre de 2008 Opinión Migración y capitalismo imperfecto

Jorge Durand*

Migración y capitalismo imperfecto

La migración es un producto del capitalismo. Ya lo decía el viejo Marx, cuando hablaba de “liberación de la mano de obra”, de las garras del antiguo régimen, que ataba a los campesinos a la tierra y al señor feudal. Cuando el capitalismo irrumpe en las sociedades tradicionales libera la mano de obra que ya no es necesaria y esta tiene que emigrar para poder sobrevivir.

En el siglo XXI es el neoliberalismo el que se encarga de liberar a la mano de obra para que se integre de manera definitiva en el mercado laboral. El mejor ejemplo que tenemos es el caso de Veracruz, uno de los estados más poblados del país y con amplia tradición en la producción agrícola, variedad de productos de exportación y un importante desarrollo tecnológico. Hasta la década de los 90 los veracruzanos habían resistido la tentación de irse al norte. El café daba para vivir, unos años bien y otros mal, de igual modo la caña de azúcar, la vainilla ancestral, el cacahuate y los cítricos. Los campesinos jarochos no eran ni ricos ni pobres, la iban pasando y eso era más que suficiente para quedarse a gusto en su terruño.

Pero llegaron los políticos neoliberales al poder, se firmó el TLC, se abandonó el campo, se desató la crisis internacional del café y se negoció, de la peor forma posible, la cuota de azúcar con Estados Unidos. Todo se vino abajo. En 1993, Veracruz aportaba 0.37 por ciento del flujo migratorio nacional y en el año 2000 saltó al quinto lugar y aporta 5.6 por ciento del total de cerca de medio millón de migrantes. La migración creció más de 500 por ciento en tan sólo una década, y Veracruz pasó de ser un estado fundamentalmente agrícola, que fijaba a la población en su terruño, a ser un exportador neto de población.

La presencia estatal en el campo veracruzano no era la panacea, pero funcionaba y los campesinos podían sobrevivir con dignidad, construir su casa, comprar un terreno, montar un negocio complementario. Poco a poco se podía ir mejorando. Hoy en día, eso ya no es posible. Los jarochos aprendieron tarde, pero de manera muy rápida, que si se trata de vender su fuerza trabajo, es mejor ofrecerla en Estados Unidos.

Vivimos en un país con un sistema capitalista imperfecto, donde millones de ciudadanos no son sujetos de crédito. Y ahí radica una de las causas principales de la migración, en la incapacidad de gran parte de la población de acceder al crédito, para salir de un apuro, pagar un entierro, una fianza, una enfermedad. A lo largo de más de un siglo los mexicanos que no tienen acceso al crédito han aprendido que la mejor manera de conseguir efectivo es irse a trabajar a Estados Unidos. El salario mínimo en México da apenas para sobrevivir, no da para más.

En México estamos acostumbrados a pagar altas tasas de interés, muy diferentes a las que se pagan en Estados Unidos o Europa. Por lo general, las tasas de las tarjetas de crédito, los préstamos hipotecarios y los préstamos personales son en el doble o el triple de lo que se paga en los países capitalistas desarrollados. Paradójicamente en los países pobres, con un desarrollo capitalista imperfecto, se paga mucho más. En nuestro caso las tasas se mueven entre 10 y 30 por ciento anual, dependiendo del tipo de crédito.

Paradójicamente la asimetría que se da a escala internacional se repite en la nacional. Para la mayoría de los mexicanos el crédito formal es inaccesible. Simplemente no son sujetos de crédito, no tienen ningún documento que los pueda acreditar. Para ellos no hay otra salida que recurrir a los prestamistas usureros que por lo general establecen una tasa de interés de 8 por ciento mensual, lo que significa 96 por ciento anual, tres veces más que la tasa de una tarjeta de crédito mexicana. Como quiera, el crédito usurero que financia el prestamista del pueblo o algún pariente rico, a cambio de un título de propiedad como respaldo, tiene algunas ventajas. Los plazos pueden variar, hay cierta flexibilidad a la hora de la negociación y se pueden adelantar los pagos sin penalidad.

Además del crédito usurero, se puede recurrir al banco de los pobres, que en México lleva el nombre de Banco Azteca y otras financieras que se dedican al microcrédito. Se trata de instituciones formales, aprobadas por el gobierno, con cobertura nacional, que ofrecen créditos pequeños a la módica tasa de 4.5 por ciento mensual, pero que la tasa real es de 8 por ciento, si se le añaden los gastos, comisiones, impuestos, seguro e investigación.

Dadas estas condiciones resulta más fácil, rentable y productiva la opción migratoria. Sin embargo, no se puede recurrir al crédito usurero, ni al Banco Azteca para irse al norte. Simplemente no resulta rentable. Un crédito de 3 mil dólares, que es lo que en la actualidad cuesta cruzar la frontera, se convierte en 6 mil dólares en el plazo de un año, lo que resulta prácticamente impagable.

Los nuevos prestamistas son los migrantes que ya cruzaron la frontera y que tienen suficiente capacidad de ahorro como para financiar al pollero. Por lo general es un pariente cercano el que financia el pago al coyote, que se cotiza en dólares. El costo del viaje y los viáticos se financian en pesos y con ahorros. Las reglas del juego son distintas en el norte. La deuda se debe empezar a pagar desde el momento mismo en que el migrante encuentra trabajo, nadie regala nada y todo el mundo debe pagar lo que le corresponde. Para el migrante recién llegado el régimen de vida debe ser espartano y todo el ahorro se va a pagar la deuda. Pero en unos cuantos meses es posible saldar la cuenta.

Las aspiraciones de los migrantes no son ni exageradas ni estrafalarias. Simplemente quieren acceder a un nivel de vida mejor: poder comprar un terreno, construir un cuarto, pagar los gastos de la boda, comprar una camioneta, poner un negocio. Lamentablemente eso no es posible, ni con los salarios actuales, ni con las tasas de crédito vigentes de 8 por ciento mensual, aprobadas por la tradición, los usos y costumbres o las bendiciones del gobierno federal. En estas condiciones no hay economía familiar que funcione, ni esfuerzo que valga la pena.

*Especialista de la Universidad de Guadalajara en temas de migración.

 
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