Usted está aquí: sábado 27 de septiembre de 2008 Cultura El movimiento sembró una “vocación rebelde, pero no se logró cambiar la vida del país’’

■ Juan Villoro compartió sus vivencias en una sesión que devino catarsis colectiva

El movimiento sembró una “vocación rebelde, pero no se logró cambiar la vida del país’’

Arturo García Hernández

Desde la perspectiva del escritor Juan Villoro, la reflexión sobre el 68 mexicano pasa por la revisión de un “doble fracaso: la represión de un movimiento democratizador y la imposibilidad de recuperar su herencia para transformar la sociedad desde la izquierda”.

Autodefinido como un “hijo menor” del 68, Villoro tenía 12 años cuando ocurrió la matanza de Tlatelolco. El movimiento sembró en su generación una “vocación rebelde” que, sin embargo, “no logró que cambiáramos la vida de México, aunque algunos como el subcomandante Marcos se acercaron bastante al tema”.

La herencia del 68 “tuvo para nosotros un mayor impacto cultural que político” y articuló “búsquedas para cambiar no sólo un sistema de gobierno sino una manera de vivir.”

De acuerdo con el autor de El disparo de Argón, “aún está por determinarse la forma en que la era de Acuario se combinó con una lucha cívica cuyas principales demandas eran el respeto a la Constitución y diálogo público con el Presidente y en qué medida esto afectó las diversas trayectorias de los hijos o hermanos menores del 68.

“Toda rebelión rediseña el futuro; el 68 no prometía una aurora socialista, aunque muchos de sus miembros y algunas pancartas profesaran el marxismo leninismo; se trataba en lo fundamental de un movimiento democratizador, su idea de futuro no era utópica ni desmedida. En ese sentido parecía tangible. Sin embargo, en las siguientes décadas el PRI perfeccionaría sus métodos de represión directa, la cooptación adinerada y sutil de opositores, los artilugios del fraude electoral, la disuasión a través de los medios de comunicación.”

Muchos militantes de la izquierda “pensábamos que la democracia era el nombre implícito de la revolución, que un país de libertades avanzaría necesariamente hacia una mayor igualdad social, pero en el canónico año 2000 mil el PRI no sería vencido por la izquierda, sino por un candidato populista y conservador, Vicente Fox, del PAN”.

El autor compartió sus experiencias y opiniones sobre el tema dentro de la serie de conferencias organizadas para conmemorar el 40 aniversario del movimiento estudiantil de 1968, en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco.

Días de confusión

En su participación, Villoro dio lectura a un texto entrañable y emotivo en el que mezcló la reflexión sobre las vertientes política y cultural del asunto con un testimonio personal de cómo fueron esos días para el que entonces era: un niño gordo, llorón (“en un país donde el valor cultural del llanto era bajísimo”) y sonámbulo, lastimado por el divorcio de sus padres, ilusionado con formar un grupo de rock, que asistía a los estadios a ver las competencias olímpicas de la mano de su padre, enamorado de Raquel Welch, la diosa mediática protagonista de la película del momento, Viaje fantástico.

Dijo que vivió esos días confundido, sin una idea clara de lo que pasaba, pero recuerda la incertidumbre y el desconcierto de su padre, el filósofo Luis Villoro, profesor universitario vinculado al movimiento. Se limitaba a observar desde la cintura de los adultos: “Un niño no es todos los niños pero su historia busca a alguien al otro lado de la página.”

Su padre lamentaba no haber sido encarcelado como otros de sus compañeros: “Mi padre sobrevivió entre los derrotados y siguió apoyando las causas perdidas de la izquierda, él no cuenta lo del 68, recela de las historias personales que asocia con el lamento y el narcisismo, y juzga indigno que la vida pública tenga claves privadas, a sus 86 años –cifra invertida de aquel año canónico– le interesan las posturas no las personas. Quizá por eso su hijo no ha hecho otra cosa que buscar la vida privada de las cosas públicas”.

El testimonio y la sensibilidad de Villoro conmovió a quienes llenaron el recinto –muchos jóvenes– y la sesión se convirtió en una auténtica catarsis colectiva.

 
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