Usted está aquí: lunes 29 de septiembre de 2008 Economía Rescate

León Bendesky
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Rescate

Hace un par de semanas el presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales declaró con cierto candor que para salir de la crisis hay que hacer un paréntesis en la economía de mercado. Se refería a la situación de ese país y pedía abaratar los despidos laborales. Hay, como puede verse, una flexibilidad muy grande para entender, practicar y predicar sobre el libre mercado.

Y vaya paréntesis que se abre ahora en Estados Unidos, donde el Congreso y el gobierno han llegado a los términos de un acuerdo para usar 700 mil millones de dólares, adicionales a los miles de millones que ya se han gastado, para tratar de contener la crisis financiera.

De hacer paréntesis en el funcionamiento del mercado ya tenemos en México una buena experiencia con la gestión de la crisis bancaria de 1995 por la vía del Fobaproa y del IPAB y sus consecuencias que todavía se advierten en esta economía. ¿Es que ya se ha olvidado?

El Estado es el rescatador de última instancia. Cuando las cosas van bien y las ganancias aumentan se exige que se achique, que no se entrometa, no regule ni supervise; cuando el ciclo cambia de tendencia se exige que aparezca y escombre los destrozos.

Eso es lo que están haciendo los legisladores, el gobierno y el banco central en Estados Unidos. En el camino están los bancos comerciales, las hipotecarias, las sociedades mutualistas de ahorro, los bancos de inversión y las aseguradoras. A la vera se encuentran los deudores de hipotecas, los ahorradores y tenedores de acciones, los fondos de retiro. Al final, están los ciudadanos que son los que ponen los recursos para que pueda pagarse el costo del paréntesis.

El Departamento del Tesoro pidió los 700 mil millones para intervenir y separar en efecto los negocios financieros creando una parte buena y otra mala, quedándose el gobierno con la parte mala. Ésa sería administrada por el propio Tesoro con un amplio margen de discrecionalidad y poca supervisión del Congreso. Fue realmente muy ilustrativo ver por televisión la comparecencia del secretario del Tesoro ante el Congreso explicando lo inevitable: se fastidió el asunto y los que pagan son los contribuyentes.

La contraoferta de los legisladores fue imponer límites a las retribuciones de los ejecutivos de los bancos y otras empresas financieras que recibieran fondos federales, y que el gobierno se quedara con una participación de las acciones para recuperar eventualmente algo de los recursos que se están usando. Ahora se impone un compromiso explícito para que se facilite la renegociación de las deudas de las familias con hipotecas y que enfrentan la pérdida de sus propiedades.

La necesidad de intervenir en esta crisis, como sucede con todas las de este tipo, se sustenta en las repercusiones adversas de índole general que la quiebra del sistema financiero acarrearía. Por eso se llama un riesgo sistémico y no sectorial. Se convierten, de tal manera, en inevitables y así se exponen públicamente. En estas circunstancias las condiciones técnicas que son inherentes a este asunto pasan de manera radical al ámbito de la política.

La cuestión última reside en el hecho de que mientras se generan ganancias y, en el caso que nos ocupa, ganancias extraordinarias soportadas en la especulación, éstas quedan en el terreno de lo privado. Cuando estalla la crisis, en cambio, el costo se socializa. Surgen, entonces, expresiones de índole moral y a destiempo para enfrentar los excesos que son ya insostenibles.

En el festín financiero que provocó la ideología neoconservadora en Washington quedaron arrinconadas las prácticas de control público de los mercados financieros. Ahora se descubre que se cometieron grandes excesos mientras las autoridades iban a la zaga. Ésa es la esencia de la especulación que sustenta buena parte del funcionamiento de la economía capitalista global.

Pero el mercado financiero no es como otros: tiene una peculiaridad esencial y ésta tiene que ver con el dinero. La especulación puede, en efecto, crear en ciertas condiciones el capital para la inversión productiva. En otras hace necesario que cada episodio especulativo sea más grande para compensar las pérdidas del anterior.

El rescate pactado ahora entre el Congreso no garantiza que la crisis sea contenida por completo. No es posible valuar las deudas que aparecen por todos lados, y así no se pueden recomponer los mercados, los precios no existen y los valores están teñidos de subsidios públicos. El gobierno se va a quedar con lo que se llaman los “residuos tóxicos” del sistema financiero. La limpieza está pendiente y la contaminación es muy profunda, el contagio no ha acabado y están paralizadas las corrientes de crédito.

Cada día aparece un nuevo caso de alguna institución financiera que ya no puede superar su fragilidad. La quiebra del Washington Mutual la semana pasada es la más grande en la historia de ese país; los bancos de inversión han desaparecido, los dos supervivientes se han convertido ya en bancos comerciales. La mayor compañía aseguradora está intervenida por el gobierno al igual que las dos grandes empresas hipotecarias. La ideología librecambista está puesta de cabeza.

 
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