Usted está aquí: lunes 6 de octubre de 2008 Capital La Merced, de principal centro de abasto a barrio decadente y peligroso

■ La apertura de la Central de Abasto y el sismo del 85 la afectaron gravemente

La Merced, de principal centro de abasto a barrio decadente y peligroso

■ Antes todo el día había trajín, ahora cierran temprano por tanto ratero, afirman vecinos

Rocío González Alvarado/ I

Ampliar la imagen La nave menor de La Merced luce prácticamente sola La nave menor de La Merced luce prácticamente sola Foto: Roberto García Ortiz

Identificado desde sus orígenes como un lugar de una febril actividad comercial, donde florecían los mesones y pululaban los arrieros llegados desde diferentes partes de la República, La Merced se ha convertido en un barrio decadente, que ha provocado que hayan emigrado por lo menos 80 por ciento de sus residentes nativos.

Dos sucesos, la creación de la Central de Abasto y los sismos de 1985, marcaron la vida de este barrio, en el que ahora prevalecen cantinas, pulquerías, piqueras y hoteles de paso, con un clima de inseguridad, indigencia y prostitución, que ahuyenta a propios y extraños, a pesar del esfuerzo de los oriundos que buscan recuperar la tranquilidad.

El núcleo barrial, delimitado según su configuración socioespacial, desde Corregidora hasta Fray Servando Teresa de Mier y de Congreso de la Unión a Pino Suárez, vivió su época de prosperidad en los años 40 y décadas posteriores, cuando, a decir del urbanista e investigador del IPN Ricardo Tena, floreció el mercado al aire libre por varias calles del Centro, donde aún se conservaban las acequias que abastecían de hortalizas, frutas y granos a la capital.

El coautor del Estudio-diagnóstico para la regeneración integral del barrio de La Merced señala que eran tiempos de bonanza. “Había gente con dinero y también pobre, pero con trabajo para todos: mozos, diableros, estibadores, bodegueros, vendedores, hasta los pordioseros, estaban bien alimentados. Inclusive, un dato que llama la atención es que el nivel de escolaridad era muy alto, mucho más que en otras zonas de la ciudad, porque los comerciantes se esforzaban para que sus hijos tuvieran estudios”, apunta.

Sin embargo, cuando se decidió reubicar a los vendedores y bodegueros de La Merced a la recién creada Central de Abasto, a principios de la década de los 80, se generó una fuerte crisis que golpeó al barrio. “Entró en un proceso de degradación; la gente no tenía empleo ni dinero, muchos dejaron de arreglar sus casas, otros las abandonaron.”

Esta situación se agudizó con el sismo del 85, y el principal factor que a decir del especialista identifica a un barrio –vivir donde se trabaja o trabajar donde se vive–, comenzó a desaparecer, como se constata en el testimonio de sus moradores.

“La mayoría vivíamos cerca, no pasábamos de Correo Mayor, de las calles de Soledad o San Pablo. Siempre había bullicio por los camiones de carga, pero estábamos habituados. Cuando salías a la calle no faltaba quien te echaba el piropo, ‘adiós mamacita’, pero nada más, entre todos nos cuidábamos”, recuerda la señora Laura López, residente de República de El Salvador.

De pronto todo eso desapareció. La gente comenzó a irse y reinó el silencio. “Vivir aquí en esos años fue muy difícil porque los antiguos pobladores éramos muy pocos. Las bodegas estaban cerradas, los comercios también, había inmuebles enteros vacíos”, señala, al precisar que, de las 25 familias que habitan en su edificio, sólo quedaron cinco.

No tardaron en llegar familias de otros rumbos de la ciudad, de escasos recursos, atraídas por las rentas baratas, o invasores que se apropiaron hasta de edificios en riesgo. El panorama cambió. La prostitución –recuerdan– siempre ha estado, pero comenzaron a darse otros fenómenos, como la delincuencia y la drogadicción.

Don Manuel Garcés, de 82 años, quien administra unos baños públicos, propiedad de la familia desde hace más de 100 años, ilustra el cambio. “Antes el trajín en las bodegas nunca se acababa, ahora empieza a caer la tarde y todo está cerrado, por tanto ratero. ¡Imagínese!, antes les decíamos los manos de seda, porque te robaban, pero ni sentías, te sacaban la cartera y ni en cuenta, al rato oías el grito: ‘¡Ay, ya me robaron!’ Ahora te aplican la (llave) china, te dan tus trancazos, te acuestan, te quitan todo y se van, de noche o de día. Ya no te respetan.”

 
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