Usted está aquí: jueves 9 de octubre de 2008 Opinión El factor raza

Miguel Marín Bosch

El factor raza

La contienda electoral en Estados Unidos ha entrado en su recta final. En un mes se sabrá quién será el próximo inquilino de la Casa Blanca. Las encuestas recientes indican que el senador Barack Obama tiene una modesta ventaja.

Tras la convención de los demócratas en Denver, verdadero evento mediático con una coreografía digna de Hollywood, no hubo un aumento significativo en la popularidad de Obama. Su mensaje de que él es el candidato del cambio quedó muy claro, pero no pudo abrir una brecha importante en las encuestas.

Luego vino la convención republicana en St. Paul, Minnesota, un acto mucho más tradicional y, con una excepción, bastante aburrido y predecible. La excepción fue la presencia de la candidata a la vicepresidencia que el senador John McCain había designado días antes. Sarah Palin, la gobernadora de Alaska que podría ser la hija de McCain, revolucionó a la base más conservadora de los republicanos, precisamente el sector que más dudas abriga sobre las posiciones de McCain. De la noche a la mañana Palin pasó del anonimato político a ser la estrella, por fugaz que sea, de su partido.

La designación de Palin nos revela dos cosas. Primero, la audacia de una persona sumamente ignorante al aceptar un cargo para el que no está preparada. Debió haber dicho: gracias, John, pero no creo que esté a la altura. Segundo, y mucho más importante, su designación fue un acto de inconsciencia política del propio McCain. Sus bonos quizás hayan subido entre los grupos de evangélicos de extrema derecha, las mujeres trabajadoras con familia e ideas un tanto primitivas, y los demás ultraconservadores de su partido, pero fue un error garrafal. Recuerda al de George H. W. Bush cuando en 1988 escogió a Dan Quayle, el simplón senador por Indiana.

McCain sacó provecho de la popularidad inicial de su selección para vicepresidente y de pronto empezó a ostentarse como el candidato del cambio. Él y Palin estaban preparados y dispuestos para luchar por el pueblo estadunidense en contra de los grupos de interés que dominaban la política en Washington. Es el colmo que un individuo como McCain quisiera presentarse como un agente de cambio.

El efecto Palin duró poco. Ya había empezado a menguar hace unas semanas, cuando McCain envió a la gobernadora a Nueva York para darse un bañito de diplomacia internacional al inicio de la sesión anual de la asamblea general de las Naciones Unidas. Para entonces el tema de la campaña ya no era la supuesta frescura de Palin o las ideas de cambio de McCain, sino la debacle financiera que amenazaba con acabar con Wall Street.

El presidente George W. Bush, el gran ausente de la campaña de los republicanos, propuso un paquete de rescate de 700 mil millones de dólares. El campeón de la economía del libre mercado ahora tuvo que convertirse en el paladín de la intervención del Estado para salvar a las empresas financieras más importantes de Estados Unidos. Muchos congresistas dijeron que estaban dispuestos a ayudar a Wall Street siempre y cuando el paquete contemplara también medidas para aliviar el peso de las deudas que habían contraído las clases menos poderosas, sobre todo los que ya no pueden pagar las mensualidades de sus casas hipotecadas.

La mesa estaba puesta para que Obama mostrara sus dotes de líder y presentara sus propuestas para hacer frente a la peor crisis económica desde la gran depresión de los años 30. Casi 80 por ciento de los estadunidenses están convencidos de que la situación económica irá de mal en peor.

Las propuestas de Obama para revertir la crisis, por tibias que hayan sido, superan por mucho a las de McCain. Así lo evidenció el debate del pasado martes. De ahí que los bonos del Partido Demócrata hayan empezado a subir. Obama por fin rebasa 50 por ciento en las encuestas a nivel nacional y ha empezado a abrirse brecha en estados críticos como Pensilvania, Ohio y Michigan.

Las encuestas son peligrosas porque no muestran toda la verdad, sobre todo en una elección en que hay un candidato negro. Obama puede ser víctima de lo que se ha venido a llamar el efecto Bradley. Se trata del racismo omnipresente en Estados Unidos, que las encuestas disimulan.

Así ocurrió en 1982 cuando Tom Bradley, el popular y negro alcalde de Los Ángeles, se lanzó para el cargo de gobernador de California. En vísperas de la elección las encuestas le daban un buen margen de victoria. Pero perdió porque muchos de los encuestados indicaron que votarían por él, pero a la mera hora dieron su voto al candidato blanco republicano.

El racismo es un factor espinoso en la elección presidencial de Estados Unidos. Obama lo ha manejado bien, insistiendo en que él es el primer candidato de la era post racial en Estados Unidos. En parte tiene razón, y ha tratado de evitar el estereotipo del político negro enojado con el mundo. No quiere parecerse a un Jesse Jackson. Es más, para no pocos estadunidenses es más blanco que negro. En efecto, se crió en un hogar blanco, y luego, ya de adulto, tuvo que empezar a buscar sus raíces negras. Lo hizo en Chicago, tras egresar de la universidad.

El factor raza será importante el 4 de noviembre. Está presente en los comentarios de algunos congresistas republicanos. Así lo señaló hace dos semanas Brent Staples, editorialista del New York Times. Al describir lo que dijo Obama sobre Palin, hubo quienes calificaron sus palabras de “irrespetuosas”, término que utilizaban los blancos sureños cuando un negro se “sobrepasaba” en su conversación con un blanco. Para ellos Obama es un negro que se ha excedido.

¿Cómo? –se preguntan– ¿Un negro en la Casa Blanca? Ésa es una actitud que quizás se traduzca en una sorpresa en las urnas. Ojalá que me equivoque.

 
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