Usted está aquí: sábado 11 de octubre de 2008 Opinión Futuro incierto

José Cueli

Futuro incierto

En el principio había sido el caos, más de pronto aquel lacerante sortilegio se disipó y la vida se hizo. La atroz vida humana”.

Así comienza José Revueltas su novela Los días terrenales. Hoy podría escribir que en el principio fueron las hipotecas basura y los bancos de inversión de Estados Unidos y, después, el caos se hizo para mayor desventura de los hombres en todo el orbe.

Es evidente que nunca aprendimos bien la lección de 1929. La crisis actual es fruto de políticas neoliberales tramposas que se dejaron correr durante mucho tiempo sin regulación alguna. El que siembra vientos, cosecha tempestades, dice el adagio popular; el que da alas al capitalismo salvaje, globaliza la pobreza, digo yo.

Hoy sólo tenemos una certeza: los gobiernos no saben cómo sacar al buey de la barranca y tampoco cómo ayudar a los gobernados. El plan Bush-Paulson, por ejemplo, no está diseñado para poner orden en la economía con un sentido social, sino para rescatar a unos cuantos delincuentes de cuello blanco que se hicieron ricos, muy ricos, mediante apuestas financieras locas o especulación inmobiliaria, y que mañana volverán a hacer de las suyas.

En este contexto, preocupa sobremanera la suerte de México ¡ay!, siempre tan cerca de Estados Unidos. ¿Qué nos ocurrirá cuando los precios del petróleo, la recaudación fiscal y las remesas de dólares sigan bajando? ¿Qué nos sucederá cuando los índices de desempleo, corrupción e inseguridad sigan subiendo? ¿Qué uso darán las autoridades federales a las reservas que guarda el banco de todos los mexicanos?

Si el miedo, hidra de mil cabezas, ha devaluado las monedas de todos los países de Iberoamérica y ha desplomado las bolsas internacionales, ¿qué hará con nuestras modestas vidas cotidianas?

“El miedo de los mayores produce pavor en los pequeños”, escribió Juan José Millás en su libro autobiográfico El mundo.

Pavor, miedo, incertidumbre y zozobra son sentimientos que por su intensidad y su cualidad resultan profundamente perturbadores para el yo. No sólo son desorganizantes, sino que sumen al sujeto en una situación regresiva donde la parte más primaria emerge y los mecanismos defensivos se ven quebrantados, inundando al yo de ansiedad.

¿Cuánta ansiedad puede tolerar un individuo que ve cómo se resquebraja la seguridad de su familia al perder los ahorros producto de un trabajo honesto de toda una vida a causa de la irresponsabilidad, deshonestidad y voracidad de unos cuantos que lejos de ser castigados por ello serán rescatados de la debacle y seguirán sus vidas como si nada hubiese sucedido?

¿Qué será de los ancianos que con una pensión de miseria, después de décadas de arduo trabajo quedarán a la deriva?

Me preocupan en extremo las nuevas generaciones. Los jóvenes que en la actualidad experimentan un vacío y una desesperanza brutal al ver que todo a su alrededor se desmorona.

En un país tan polarizado como el nuestro vemos los extremos entre riqueza desmedida (de unos cuantos) y miseria atroz en muchos millones. Lo único que estos jóvenes comparten es la sensación de vacío. Los pobres, en la calle malviven, inhalan cemento y terminan delinquiendo. Los ricos calman su desesperanza enmascarada por actitudes compulsivas con un tinte maniaco orientadas al consumo desmedido de satisfactores (que no satisfacen) y se embotan los fines de semana en el “precopeo” y luego en los “antros” de moda donde ingieren enormes cantidades de alcohol (y muchos de ellos drogas) para anestesiar el vacío.

En la crisis los hombres podemos hundirnos o reinventarnos. Deseo que la incertidumbre nos sea favorable, pero no soy demasiado optimista al respecto. Más bien soy escéptico, porque sé que a nuestros políticos les gusta más mimar a los grandes del dinero, que comprometerse verdaderamente con los desheredados de la tierra (Franz Fanon dixit).

 
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