Usted está aquí: lunes 13 de octubre de 2008 Opinión Ciudad Perdida

Ciudad Perdida

Miguel Ángel Velázquez
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■ Feria en el ombligo del mundo

■ Viaje interminable por un laberinto de libros

Escenario de todas las batallas, corazón de México, ombligo del mundo –se atreven a llamarlo algunos–, la ciudad de México tiene como símbolo indiscutible el Zócalo, que en estas fechas está convertido en un laberinto virtuoso, donde los libros trazan caminos nuevos, desconocidos, que provocan ganas infinitas por aprender.

Es caminar al filo de un precipicio que invita a dejarse ir en alguna de tantas aventuras que proponen los escritores, buenos, malos y regulares, en títulos que donde de lo que se trata es de hacer un viaje dark o conocer la vida de Camus, aunque allí está también, con sus tradicionales promociones –que durarán “sólo por unos días en la Feria del Libro del Zócalo”, dice la vendedora–, la Enciclopedia Británica, ahora también en CD.

Al mediodía la plancha de este ombligo está llena. Hay una especie de música inaudible que parece llevar a un baile loco los pies de los visitantes, si se mira sólo al suelo, y es que de pronto el pie izquierdo trata de ir a un lado, y el derecho parece querer ir en sentido contrario. No hay decisión, y los dos vuelven a la posición original, se levantan en sus puntas y toman un camino que no es el que se proponían con anterioridad.

Y es que los libros parecen brotar a un lado y a otro, atrás y enfrente. Uno no se da cuenta y de pronto está cercado por libros, y entonces empieza el baile. ¿Para dónde ir? A la izquierda, a la derecha, al frente… No importa, todos los caminos llevan al libro.

Una larga fila afuera de una enorme carpa –alguien dice que es la principal, de cuando menos tres instaladas– aguanta el sol inclemente de las 14:30 de la tarde del domingo, con el fin de obtener el libro firmado de Carlos Monsiváis. Eso dicen los de la fila, pero entre la gente que se arremolina alrededor de la mesa, es imposible ver al escritor.

En el extremo izquierdo de la plancha hay otro tumulto, aunque la mayoría de los que allí se reúnen muestran un aspecto diferente a los de la fila. Vienen vestidos de negro, con aretes en las cejas o el pelo pintado de rojo. En esa parte de la feria, un autor, dicen que el clásico de los darketos mexicanos, vende sus libros y hasta oferta sus manuscritos.

Hay otras editoriales, además de las famosas, que ofrecen títulos interesantes, y son interesantes. Letras vivas, cuyo dueño advierte al comprador que él edita sólo aquello que ama. “Estas son mis amantes. Estas son las obras que tienen todo mi amor”, y pone en las manos del que lo escucha los “mensajes revolucionarios” de Antonin Artaud que fueron dichos por el autor en la Escuela Nacional Preparatoria en 1936.

Al principio del libro, el editor agradece a quien compra la obra de esta manera: “Estas palabras son solamente para agradecer de la manera más sincera y humana, tu gran apoyo al permitirnos sobrevivir como editorial, aún sabiendo el esfuerzo que para tantas personas representa hoy acceder a un libro”.

Total, la feria está llena, es un éxito, por los precios, por los libros y por la gente que allí se reúne. No sabemos si las ventas son altas, pero hay muchos, miles que buscan, leen, curiosean. Alguien dijo que los mexicanos no leemos. Los que llenaron el Zócalo tal vez sean marcianos, pero parecen mexicas.

De pasadita

De todos los males que aquejan a la colonia Condesa, además del delegado de Cuauhtémoc, las compañías refresqueras son una de las peores plagas. Lo enormes camiones de Coca-Cola, principalmente, tapan las calles donde se estacionan sin que exista poder que los mueva, hasta que terminan su trabajo, pero lo peor es que todo el mundo lo sabe, pero nadie lo remedia.

 
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