Usted está aquí: martes 14 de octubre de 2008 Opinión Punto de inflexión definitivo

José Blanco

Punto de inflexión definitivo

Una etapa más del capitalismo está llegando a su fin. El cambio es el mayor que haya experimentado la historia de este sistema socioeconómico y de este modo de producción. Sabemos grosso modo que termina; no sabemos cuánto tiempo se extenderá la etapa de reconfiguración capitalista ni qué forma adoptará, aunque pueden atisbarse algunos escenarios.

Los historiadores del futuro probablemente remitan al fin de los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado para fijar la atención en ese momento fuerte de sacudida del sistema que lo lanzó por una ruta cuyo desenlace vivimos en el presente; entonces Bretton Wodds comenzó a morir y el perfil tecnológico que nació con la Revolución Industrial tendió a agotarse.

Iniciada en Gran Bretaña hacia mediados del siglo XVIII, la Revolución Industrial después se extendió a la Europa continental, produciendo el mayor conjunto de transformaciones económicas, sociales, tecnológicas, culturales de la historia de la humanidad.

El perfil tecnológico del capitalismo experimentó un formidable jalón en Estados Unidos con el taylorismo –entre fines del siglo XIX y principios del XX–, y con el fordismo a partir de fines de los años 30 del pasado siglo; esta forma de organización productiva experimentó cientos de transformaciones en todas las economías desarrolladas del mundo y se basó históricamente en la industria metalmecánica y en el petróleo barato (a costa de todos los productores).

Las profundas convulsiones derivadas del fin de esas bases históricas dieron paso a la crisis internacional de los años 70, que trajo consigo cambios profundos inmediatos. Una nueva revolución tecnológica, cuyos primeros pasos se dieron desde la década de los 40, se aceleró velozmente con la electrónica por delante, creando nuevos campos en las ingenierías, en la informática, en la creación del software.

Las grandes empresas multinacionales y sus gobiernos pugnaron por abrir las economías del mundo al comercio y a los capitales. Una cantidad creciente de procesos productivos se globalizó, pero sobre todo se globalizó el sistema financiero internacional y la comunicación. Se fortaleció con todo ello, como nunca, el fundamentalismo del mercado. Y más aún con la caída del Muro de Berlín.

La desregulación que ese fundamentalismo empujaba en todas partes contribuyó poderosamente a que la mayor parte de la operación financiera del mundo se independizara de la operación de la economía real: la producción de bienes y servicios. Los nuevos liberales, gobiernos, instituciones internacionales, capitalistas de todo calibre, economistas, ciegos con sus prejuicios, no sabían adónde llevarían a la economía mundial. Pero agregue a todo ello el crecimiento inenarrable de la corrupción de gobiernos y empresas, y los gastos implicados en las guerras de gobiernos asesinos contra poblaciones civiles indefensas. En ello gastaron miles de millones que, como empresarios, se embolsaron.

Los fenómenos recientes en Estados Unidos son conocidos: un asunto de gran peso fue el de la extensión sin medida –sin regulación– de los créditos para vivienda, que pagaban tasa subprime; fue éste uno de los primeros grandes avisos. La tasa subprime es una tasa más alta que la promedio del mercado, que paga el crédito otorgado a personas con ingresos más bajos, pues ese hecho eleva el riesgo de recuperación del crédito. De locos: se cobra más al que menos tiene. Las probabilidades de que los incautos clientes no puedan pagar aumentan. Suman ahora alrededor de ¡400 mil casas! devueltas a los bancos por personas insolventes con deudas que no pueden pagar.

El gobierno estadunidense no atendió este inmenso aviso. Luego vino el derrumbe de Lehman Brothers, con 158 años de operación, que fuera el cuarto banco de inversión de Wall Strett; Bush y compañía y su adocenado fundamentalismo lo dejaron morir. El pánico financiero general empezó a escalar meteóricamente; el encadenamiento de las deudas a nivel internacional configuró el desolador panorama de guerra destructiva en extremo que muestra hoy el sistema financiero internacional, sin salida aparente.

Los campeones de la desregulación claman por la intervención de los gobiernos en los bancos y aun por su estatización (aunque Henry Paulson, secretario del Tesoro, en el extremo enloquecido del fundamentalismo, aprueba grandes compras de deudas basura de los bancos privados, pero defiende como grotesco cancerbero que los bancos conserven la decisión de su operación).

El neoliberalismo desregulador ha muerto. La reforma del sistema financiero internacional es inevitable y absolutamente necesaria. ¿Quiénes serán los actores de la negociación de esa reforma? Europa, Rusia (que no pertenece a la Comunidad Europea, ni le interesa: es poseedora de todo el petróleo y el gas que Europa no tiene) y los países asiáticos. Estados Unidos estará en la mesa como un invitado más, no como la potencia dominante que fuera en 1944/45.

Pero atiéndase al siguiente dato. El 15 de julio pasado el euro alcanzó su máximo histórico: más de 1.60 dólares (l.6037). El 11 de octubre el euro costaba 1.35 dólares. La veloz revaluación del dólar comenzó hacia mediados de agosto, pero en las últimas semanas, junto con el tsunami financiero, se aceleró seriamente. Ello sólo puede ocurrir porque de muchas partes del planeta están acudiendo capitales hacia Estados Unidos, masivamente. Esta tendencia lo ayudará a salir más pronto del pozo. Pero las acciones de las empresas cuyos precios se fueron al sótano las habrán comprado a precio de regalo quienes en el mundo tienen liquidez abundante. Una parte hoy indescifrable del aparato productivo estadunidense será de propiedad extranjera. ¿Cuál será entonces, al final, la configuración internacional capitalista? Chi lo sa!

 
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