14 de octubre de 2008     Número 13

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

1er ANIVERSARIO

El Retorno de los Campesinos

Blanca Rubio


FOTO: Marisol Chapur

Preguntarse sobre el futuro de los campesinos resulta hoy no sólo pertinente, sino indispensable, debido a que atravesamos por una crisis de fase del capitalismo, en la cual se expresa el agotamiento del dominio agroalimentario mundial y de la forma de explotación que enfrentaron los campesinos durante más de 20 años.

La actual crisis del capitalismo mundial que estalló con el colapso inmobiliario en Estados Unidos es a la vez una crisis de hegemonía que ha puesto en entredicho el poder económico, militar y político de la gran potencia del Norte. Es también una crisis de orden energético, a la vez que ha calado hondo en el terreno alimentario, al disparar los precios de los bienes básicos, golpeando a los sectores más pobres del planeta. Éstas son las caras más conocidas de la crisis. Sin embargo, a medida que avanza el proceso, se desnudan sus rasgos más ocultos, pues el reciente colapso financiero estadounidense ha puesto al descubierto su naturaleza más profunda. Lo que se está derrumbando es el dominio parasitario del capital financiero sobre el productivo, que sustentó el ciclo perverso del neoliberalismo y le confirió su carácter salvaje. La debacle económica obliga hoy a regular y controlar el funcionamiento especulativo y depredador de dicho capital.

Campesinos indispensables. En el ámbito rural, la crisis de fase ha fracturado las condiciones que permitieron la marginación de la producción alimentaria nacional en los países latinoamericanos. Los altos precios de los bienes básicos, de orden estructural, han hecho renacer la renta de la tierra, pues permiten a los agricultores ubicados en las mejores tierras obtener un remanente de valor por encima de la ganancia media. Tal situación encarece la producción básica, por lo que genera nuevamente la necesidad del aporte de los campesinos, ya que son los únicos capaces de cultivar sin el requisito de cobros extraordinarios y, por tanto, de producir alimentos baratos.

El autoabasto. Para los países latinoamericanos vuelve a ser un imperativo producir los bienes alimentarios que satisfagan la demanda interna, con el fin de no depender de los encarecidos precios internacionales, proteger las balanzas comerciales y evitar la fuga de los ingresos obtenidos por la exportación de materias primas y petróleo. Por eso, se ha empezado a hablar del “retorno de los campesinos”.

No se trata solamente del regreso de un rol funcional que se perdió con el neoliberalismo, lo cual significa dejar el estatus de pobre para pasar de nuevo a ser productor, sino que hace alusión a los agricultores que emigraron a Estados Unidos durante el largo ciclo de ascenso del capital y ahora se topan con un desempleo generalizado que les está obligando a regresar al terruño. En este caso se trata de una vuelta real, no metafórica.

Sin embargo, a pesar de que las nuevas condiciones mundiales están abriendo paso al “retorno de los campesinos”, este proceso no se da mecánicamente como resultado de factores económicos.

En una transición como la que estamos enfrentando, la etapa crucial es sin lugar a dudas la salida de la crisis; ya que mientras el estallido responde a las contradicciones económicas del modelo que declina, la salida remite fundamentalmente a factores de orden político. Ante el debilitamiento del poder, se impondrá el proyecto de aquel sector que tenga un lugar favorable en la correlación de fuerzas. Por ello, las crisis constituyen una oportunidad histórica para las clases subalternas.

Desde esta perspectiva, el “retorno de los campesinos” depende del modelo o la vía de desarrollo que se imponga una vez que culmine la crisis de fase.

El cambio de terreno mundial ha favorecido el ascenso de la representación campesina, expresado en la campaña Sin Maíz no hay País, que supera las fracturas ocurridas en el movimiento El Campo no Aguanta Más

Hasta el momento se disputan el poder dos proyectos principales en la región latinoamericana. Uno, alternativo al neoliberalismo, que ha emergido precisamente con el debilitamiento del poder estadounidense, y se encarna en los gobiernos progresistas de Bolivia, Venezuela, Ecuador, Nicaragua, Paraguay, Uruguay, Argentina, Chile y Brasil. Este proyecto, que va desde el nacionalismo más elemental hasta el socialismo de Estado, pasando por múltiples matices, es en todos los casos resultado de una vía electoral, con mayor o menor respaldo de los movimientos sociales.

Dicha vía alternativa se sustenta en la nacionalización de los recursos naturales, políticas fincadas en el fortalecimiento del empleo, la producción interna y la seguridad social; soberanía política e independencia financiera, y en el terreno rural, impulso a la autosuficiencia y soberanía alimentarias, apoyo a los productores rurales y en algunos casos, aliento a reformas agrarias auténticas.

El otro proyecto dominante en México, Colombia, Perú y algunos países centroamericanos, persiste en la ya conocida visión neoliberal, centrada en el sometimiento a los designios de Estados Unidos, privatización de los recursos naturales, predominio de la gran empresa trasnacional, políticas restrictivas del empleo y del salario, y en el ámbito rural, apertura comercial irrestricta, apoyo a los grandes sectores exportadores, impulso a la producción de agrocombustibles y una visión de los pequeños productores rurales como indigentes.

La vía alternativa al neoliberalismo va acorde con las tendencias mundiales, por lo que avanza claramente en el terreno económico. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en el Estudio económico de América Latina y el Caribe 2007-2008, el crecimiento en los países que cuestionan el neoliberalismo será de 7.5 por ciento en Uruguay, siete en Argentina, y seis por ciento en Venezuela en 2008, por mencionar algunos. En contraste, dichos países enfrentan fuertes dificultades de orden político provocadas por la oposición de Estados Unidos y de las clases dominantes. Esto genera desestabilización y pone en riesgo continuamente la consolidación del proyecto, como ha ocurrido recientemente en Argentina, Paraguay y Bolivia.

El modelo neoliberal, en cambio, va a contracorriente de las tendencias económicas mundiales, por lo que enfrenta dificultades en este terreno. México constituye uno de los países que han registrado un crecimiento menor del producto interno bruto (PIB) en los años recientes, mientras la CEPAL le pronostica para el 2008 un modesto aumento de 2.5 por ciento. En estos países tiende a fortalecerse el desempleo, a la vez que presentan mayor vulnerabilidad ante la crisis de la Unión Americana. En el ámbito político son proyectos fuertemente degradados por el narcotráfico y, en el caso de Colombia, la guerrilla, fenómenos que les confieren también gran inestabilidad, además de la oposición de gran parte de la población.

Esto quiere decir que ninguno de los proyectos se ha consolidado, por lo que enfrentamos una etapa en la cual se disputan las tendencias dominantes del nuevo orden mundial en gestación.

Surge nuevamente la necesidad del aporte de los campesinos, ya que son los únicos capaces de cultivar sin el requisito de cobros extraordinarios y, por tanto, de producir alimentos baratos

En nuestro país, el cambio de terreno mundial ha favorecido el ascenso de las agrupaciones campesinas, expresado en la campaña Sin Maíz no hay País, que avanza hoy a su segunda etapa conocida como Alimentos Campesinos para México. ¡El Hambre no Espera!”, la cual ha congregado al conjunto de organizaciones, superando las fracturas ocurridas en el movimiento El Campo no Aguanta Más durante el sexenio foxista. Hay consenso en un proyecto alternativo al neoliberal que permita recuperar la soberanía alimentaria, renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, sustentar en la producción campesina la autosuficiencia alimentaria por medio de una política integral de fomento productivo y la creación de una reserva estratégica de alimentos.

Sin embargo, esta propuesta va a contracorriente de la visión oficial, por lo que su éxito depende fundamentalmente de la posibilidad de cambiar el modelo de desarrollo.

La vía electoral no garantiza por sí misma una transformación real a favor de los más pobres, pero en esta coyuntura abre la posibilidad, fundamentalmente cuando se encuentra sustentada en movimientos sociales. Por ello, aunque existen sin duda proyectos alternativos de transformación que pueden ser más radicales, muestran en esta etapa menor viabilidad histórica para avanzar y consolidarse.

Por ello, desde mi perspectiva, el movimiento campesino enfrenta hoy dos desafíos esenciales: el primero, endurecer la resistencia frente al neoliberalismo, echando mano de las ventajas que le confiere la crisis de fase del capitalismo, esto es, fortaleza ideológica frente a la desprestigiada visión neoliberal y emergencia de la lucha social ante la crisis hegemónica. Y el segundo, sumarse al proceso de acumulación de fuerzas de aquellos sectores que impulsan la transformación del modelo por la vía electoral, cuyo éxito puede permitir a nuestro país ponerse en concordancia con los del cono sur, en aras de fortalecer una opción colectiva de oposición a la decadente hegemonía de Estados Unidos.

El “retorno de los campesinos” no es un proceso inmanente al nuevo orden mundial que surgirá de la crisis. Como siempre, los labriegos tienen que ganar su lugar a punta de machetazos. Pero ahora las condiciones económicas mundiales resultan favorables a una vía nacionalista sustentada en una producción alimentaria nativa, campesina, sana y sustentable, hecho que no pasaba desde hace más de 20 años. Sólo que dicha vía se tiene que conquistar y consolidar organizadamente en los planos nacional e internacional. Éste es, desde mi perspectiva, el reto que enfrentan quienes apuestan hoy por la refundación campesina.