Usted está aquí: domingo 19 de octubre de 2008 Opinión Ceguera

Carlos Bonfil
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Ceguera

Ampliar la imagen Julianne Moore y Gael García Julianne Moore y Gael García Foto: Tomada de Internet

Ceguera (Blindness), una película sobre la “naturaleza humana”, la fórmula es en principio tan eficaz como anodina, pues en el cine actual el tema se aborda con tanta frecuencia y en tonos tan diversos como ese otro lugar común que alude al lenguaje del corazón. Una cosa es cierta: en su adaptación de la formidable novela Ensayo sobre la ceguera, del portugués José Saramago, el realizador brasileño Fernando Meirelles (Ciudad de Dios, El jardinero fiel) no logró o no pudo prever que la terrorífica alegoría del premio Nobel de Literatura, trastocaría en la pantalla buena parte de su dramatismo, de su sobriedad narrativa y de su enorme poder de sugerencia por los resortes más pedestres del culto al espectáculo y de la comicidad involuntaria.

La situación extrema de una población entera reducida a la indigencia por haber perdido la vista súbita y misteriosamente, se transforma en el infierno terrenal donde aflora, en primer término, la mezquindad moral. Pero al solazarse la película en una farsa delirante de ciegos inexpertos que continuamente tropiezan, se desnudan sin saberse observados, e incurren en conductas grotescas, exhibiendo insospechadas reservas de ridículo, lo único que se consigue es provocar en muchos espectadores el reflejo automático que hace de los ciegos un fácil objeto de sarcasmo.

El resultado arroja una ironía lamentable: la novela se lee con sobrecogimiento y admiración por una técnica de suspenso lograda por la ausencia de puntuación y por una prosa de fluidez sorprendente; la cinta se soporta como un alarde visual tremendista, en medio de las recurrentes risas de muchos espectadores. Un efecto distinto al esperado.

En una ciudad que digitalmente reúne aspectos de Toronto y de Sao Paulo, surge una epidemia que, a través de misteriosas vías de contagio, va convirtiendo a cada ciudadano en un invidente. Una novedad: en lugar de sumirlo en la oscuridad total, el padecimiento lo extravía en una claridad lechosa, semejante a una pantalla en blanco. Otra novedad: una mujer (Julianne Moore), esposa de un oftalmólogo (Mark Ruffalo), es el único ser que conserva la vista, convirtiéndose, a pesar suyo, en el lazarillo de un grupo de personas confinadas en pabellones en cuarentena, y que ignoran el privilegio del que goza esa guía a la que sólo imaginan muy capaz e inteligente.

Imagine el lector un campo de concentración (Dachau) o una cárcel (Carandirú), donde los prisioneros paulatinamente harían despliegue de ambición y de ruindad moral, atormentándose y destruyéndose mutuamente, bajo la mirada entre aterrada y divertida de sus celadores. Uno de estos presos, tal vez el más corrupto, se apoderaría de un arma, confiscaría la comida de los demás, y la negociaría a cambio de dinero, pertenencias y favores sexuales. La situación en Ceguera es apenas diferente, y al mexicano Gael García Bernal le corresponde el papel del bufón envilecido. Su cómplice es un ciego de nacimiento que aprovecha su destreza frente a los invidentes novatos para explotarlos con mayor eficacia. La única diferencia con los espacios señalados es que los reclusos son aquí invidentes, presentados durante un buen tiempo como seres a la vez torpes y risibles en sus esfuerzos de supervivencia. De parte del realizador brasileño, cabría preguntarse cuál es en esta adaptación fílmica la dosis de incorrección política y cuál la de miopía intelectual.

Ceguera tiene con todo un notable trabajo técnico. El clima de apocalipsis urbano lo consiguen de modo elocuente el director y su fotógrafo, César Charlone, con sus disolvencias en blanco que acentúan el desamparo de los personajes, y las avenidas y supermercados que semejan corredores del vandalismo y la penuria extrema; es a la vez la globalización del ghetto, la legitimación del delito, y la certidumbre de que toda esperanza ha quedado proscrita para siempre.

Hay personajes positivos que resisten al caos y a la sordidez moral: la esposa del doctor, una pareja asiática, un niño, un viejo sabio (Danny Glover); todos ellos son la última reserva del comportamiento civilizado. Julianne Moore tiene una actuación formidable y es convincente en su papel de observadora involuntaria y reticente de la degradación humana que la circunda. Fernando Meirelles acomete una tarea muy arriesgada al ilustrar con violencia y gran guiñol semejantes a los de Ciudad de Dios, esa radiografía extrema de la favela carioca, una alegoría sobre la irracionalidad y el desamparo moral que en Saramago tiene como notas dominantes la sobriedad del punto de vista y el rechazo del sentimentalismo. Ceguera es una superproducción muy atenta a las convenciones hollywoodenses, y entre ellas a la más eficaz, que consiste en supeditar el rigor artístico a los reclamos del espectáculo. Nada gana la novela con su traslado a la pantalla, y sí pierde mucho la película con la renovada lectura del material emotivo y original que la inspira.

 
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