Usted está aquí: viernes 24 de octubre de 2008 Opinión Una carta de esperanza para Obama

Jaime Martínez Veloz

Una carta de esperanza para Obama

Estimado Barack: Le escribo esta carta faltando pocos días para la elección presidencial en su país. Hace tiempo en este mismo espacio escribí una serie de artículos en los cuales apuntaba que usted constituía una esperanza para América Latina y argumentaba dicha afirmación. Hoy sigo pensando lo mismo, pero quiero destacar algunas de las preocupaciones de muchos ciudadanos que vivimos al sur de los Estados Unidos de Norteamérica.

Durante casi dos siglos, las naciones de América Latina hemos buscado construir una relación positiva y de cooperación con el país que usted aspira a presidir. Sin embargo, la actitud de los diferentes gobiernos que han dirigido a Estados Unidos, salvo honrosas excepciones, han mantenido una actitud hostil hacia nuestros pueblos. Ninguno de nuestros países ha sido la excepción. Ejemplos abundan para comprobar que autoridades estadunidenses se involucraron en agresiones y, en muchos casos, invasiones de las soberanías y territorios argumentando motivos por demás insostenibles.

Durante la campaña presidencial en Estados Unidos, los temas de América Latina han estado ausentes, no estamos en la agenda salvo cuando se sienten afectados por acontecimientos que pudieran modificar la actual relación de supeditación o dependencia de nuestras naciones con los intereses de los corporativos privados de Norteamérica.

Pretextos y justificaciones no faltaron para que el gobierno estadunidense apoyara el criminal golpe militar en Chile contra el presidente Salvador Allende; ha mantenido una agresión sistemática contra el pueblo cubano, sostuvo a Anastasio Somoza en Nicaragua hasta la ignominia; sin interés por la democracia constituyó el principal apoyo de Stroessner para su dictadura durante 35 años en Paraguay; en el mejor de los casos, desvió la mirada durante los sangrientos gobiernos de Brasil, Uruguay y Argentina. Todo ello sin olvidar que en el siglo XIX Estados Unidos se anexó la mitad del territorio mexicano.

No escribo desde el resentimiento, sino desde la esperanza, y podría señalar multitud de casos y periodos que han reflejado el tipo de relación injusta y desigual entre Estados Unidos y nuestros pueblos, que con usted como presidente de esa gran nación esperamos se modifique sustancialmente.

La profunda crisis mundial que hoy aflora con todo su dramatismo no es sino expresión de un desajuste estructural, creado por los enormes intereses de los grupos más poderosos del orbe, los mismos que han combatido su candidatura. La debacle financiera no ha sido causada por los pobres del mundo, sino por un sistema de intereses al que, en su ambición y avaricia, poco le ha importado el derrumbe de las economías. Recesión cuyas consecuencias las sufrirán con mayor efecto los frágiles sistemas de los pueblos subdesarrollados, ente ellos y en forma destacada los de América Latina. Ésta es la situación mundial que le corresponderá enfrentar desde la presidencia de su país.

En América Latina hemos aprendido a distinguir las diferencias que existen entre lo que realizan los gobiernos y el papel que desempeñan los pueblos. Por ello nuestra diferencia no ha sido jamás con el pueblo estadunidense, sino con sus gobernantes y una clase política empecinada en mantener una relación bilateral injusta, desequilibrada e irrespetuosa. También hemos conocido de la irracionalidad y el fanatismo de un segmento de la sociedad estadunidense, que, aunque es minoritario, no deja de ser peligroso por la forma criminal de resolver sus diferencias, por ello no sobra decirle que extreme las precauciones de su seguridad, sobre todo hoy que perciben el riesgo de sus intereses y canonjías.

Para nosotros, usted representa la antítesis de las castas gobernantes de su país, y tal vez por ello hoy el conjunto de los pueblos latinoamericanos vemos con simpatía y agrado su candidatura y la posibilidad de que sea usted el próximo presidente de Estados Unidos. Por ello aspiramos a que, sin menoscabo de la soberanía estadunidense y de los legítimos intereses que representa, empecemos a escribir una nueva historia de colaboración y cooperación que sepulte los ingratos recuerdos de sangre, guerras y luchas fratricidas, financiadas y apoyadas por los intereses de los gobiernos y las grandes compañías trasnacionales.

Por su trayectoria de lucha, que ha roto paradigmas y unificados sectores disímbolos y heterogéneos en el interior de su país, tenemos una esperanza fundada en que las relaciones entre nuestros pueblos se modifiquen. Queremos una América Latina empeñada en la construcción de su futuro y su progreso, donde la distribución de la riqueza responda a patrones de justicia y equidad. Aspiramos a que se fundan en un mismo propósito los anhelos de Bolívar, del Che Guevara, de Morelos, de Zapata, de Martin Luther King y Benjamin Franklin, sólo por nombrar algunos de los personajes que han destacado por su afán libertario, forjador de una nueva sociedad.

Queremos una relación donde los temas y las agendas entre nuestros países respondan en forma equilibrada a los asuntos que cada realidad nacional demande. No queremos limosnas, privilegios ni dádivas, sólo queremos respeto y dirigir nuestros propios destinos. Estoy convencido de que esta carta podrían firmarla millones de latinoamericanos.

 
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