Usted está aquí: lunes 27 de octubre de 2008 Cultura Los demonios de la depresión gira sobre un mal minimizado por siglos

■ Anamari Gomís “abre su mente y su corazón” en este libro

Los demonios de la depresión gira sobre un mal minimizado por siglos

Arturo García Hernández

En todo el mundo aproximadamente 350 millones de personas sufren depresión. Anamari Gomís es una de ellas y ha escrito un libro donde detalla su experiencia personal con el padecimiento: Los demonios de la depresión, quinto título de la editorial Cuadernos del Quirón, que dirige el médico y escritor Mauricio Ortiz.

Este libro –apunta la autora en la introducción– “trata de mi historia depresiva y de mis lecturas sobre la depresión. No soy médico, pero las lecciones vividas bajo el halo de la melancolía me han enseñado mucho sobre su comportamiento.

“(...) Lo que más me torturaba durante una magna depresión que sufrí a principios de la década de los años 80 consistía en el convencimiento de que nadie, que no fuera un loco, podía tolerar lo que yo soportaba en ese momento. Entonces no sabía que la angustia superlativa que me exprimía se llamaba depresión y que había manera de mitigarla.”

Durante la presentación del libro, Gomís dijo que durante esa “magna depresión” vivía en Nueva York: “empecé a tenerle miedo al metro, a los elevadores, a los cuchillos, no me fuera yo a matar o fuera yo a matar a mi pobre marido”.

La primera depresión significativa que tuvo Gomís fue cuando un médium le predijo a su hermana que su padre moriría. Le dijo el mes y el año: abril de 1971. “Desde luego que nunca le comenté eso a mi papá, pero mi propio padre me llevó al médico. Para no hacerles largo el cuento, mi papá murió en abril de 1971.”

Exceso de bilis, según los griegos

Cuenta la escritora que los griegos creían que ese estado de ánimo se debía a un exceso de bilis negra en el bazo y le llamaron “melancolía”, que procede de melan, negro, y cholia, bilis. Durante el renacimiento se pensaba que era una condición inherente a los espíritus creativos. En la Edad Media, “aventaban al fuego a los deprimidos. En el siglo XVIII era muy mal vista, y a los médicos les molestaba lidiar con gente así”.

Ya para el siglo XIX “los médicos aceptan que se trataba realmente de una enfermedad; sin embargo, el propio Freud piensa que solamente la padece gente que tienen una ausencia o una carencia. No es hasta los años 40 y 50 del siglo pasado que los médicos la toman en serio y comienzan a pensarla seriamente como una enfermedad”.

Con una valentía que pocos escritores tienen –observó Mauricio Molina durante la presentación–, “Gomiz se lanza al ruedo, abre su mente y su corazón para decir me pasa esto, de aquí viene mi tristeza”.

Molina refirió que en la Edad Media se hablaba de un demonio meridiano que atacaba al mediodía, el demonio de la inacción, de la imposibilidad de hacer algo, de concentrarse, cuando “uno necesita un camión de tres toneladas para levantarse mientras la gente se encuentra allá afuera haciendo algo”.

Desde el mirador de la depresión –comentó a su vez José Ramón Ruisánchez–, “Anamari reconstruye su propia vida y relee hechos más bien encantadores y sonrientes, y eso se agradece”. Hace del libro “una autobibliografía, una lectura de lo que se ha dicho sobre el tema: la depresión no se llena con libros, no se agota en libros, y entonces pasamos de la autobibliografía a una farmacia, hay un paso por diferentes drogas, mezclas de drogas, la mezcla entre la droga y la terapia”.

Ruisánchez también reconoció que “desde el yo de la depresión, Anamari traza un retrato de época, nos habla a todos, hayamos padecido o no la depresión en carne propia, de lo que implica la visita de estos demonios”.

Julio Patán dijo que Los demonios de la depresión “es, en el mejor sentido, un libro muy actual, de múltiples lecturas, que tocan muchos géneros, que llegan al tema desde muchos lugares; son los libros que forman una de las tradiciones más fértiles del siglo XX, la memoria, y no sólo la memoria médica”. Añadió que le recordaba a autores como Primo Levi y James Elroy.

Cuadernos del Quirón, que ahora acoge el libro de Gomís, tiene como figura tutelar al centauro, por cuya ambivalencia es que Mauricio Ortiz tomó su nombre para la colección: “Es al mismo tiempo el médico y el enfermo, es uno de los patronos de la medicina griega, un enfermo incurable al que Hércules hiere en una pata con una flecha envenenada y le causa una herida que no cierra nunca”.

La colección se distingue por publicar “a médicos escritores (como el propio Ortiz) y a escritores que deseen escribir de una enfermedad o de lo que significa tener un cuerpo y que ese cuerpo se enferme y se cure”.

Antes del libro de Gomís, Cuadernos del Quirón ha publicado La fábrica del cuerpo, de Francisco González Crussi; Migraña en racimos, de Francisco Hinojosa; Intinerario del intruso o para qué me sirvió el cáncer, de Julio Derbez, y Sangre, de Julio Hubard.

 
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