Usted está aquí: lunes 27 de octubre de 2008 Sociedad y Justicia Aprender a morir

Aprender a morir

Hernán González G.
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■ Cuidar enfermos / I

Muchos lugares comunes en torno a la muerte y el morir tendrán que ir cediendo espacio a una apreciación más realista y menos pía, con información y preparación, habida cuenta de que entre las buenas intenciones en abstracto y las situaciones en concreto, hay un abismo.

Asistir, ayudar a enfermos, terminales o no, exige bastante más que amor, compasión, profesionalismo o humanidad, pues en los más de los casos se enfrenta un hecho desconcertante: tanto el enfermo como quien lo asiste, más si es familiar, comienzan a dejar de ser los que eran, hasta convertirse en dos extraños fastidiados por las demandas y dependencia de uno y la capacidad de atención del otro.

En ésta y próximas entregas este espacio recogerá opiniones tanto de especialistas como de quienes se ven o han visto en la necesidad de asistir o ser asistidos, toda vez que las posibilidades institucionales y familiares de ayuda disminuyen día a día por razones económicas y escasa disponibilidad y disposición. Organismos en quiebra y parientes atareados reducen aún más las expectativas.

“La asistencia a enfermos –dice Elba Flores, teóloga y sicoterapeuta– ha de entenderse en varios niveles de cuidado: alimento adecuado con relación a su enfermedad y necesidad, no de quien asiste; vestido, reconociendo la voluntad del enfermo; higiene, limpio en sí y limpio hacia fuera, no una prescripción por la prescripción, sino la consideración y reconocimiento del paciente, así como en su espacio ordenado y limpio.

“Otro nivel es la solidaridad, no únicamente por un sentido del deber o por la paga sino donde yo me implico con mi afecto humano. Lo que a ti te sucede a mí me importa. Si estuviera en tu lugar, me gustaría contar con alguien junto a mí reconociéndome como a su semejante.

“Y uno más sería la caridad, pero entendida como ágape, como donación de mí sin dejar de ser quien soy pues la enajenación de la donación impide que haya donación a partir del sujeto. Sin olvidarme de mí mismo me acuerdo de las posibilidades de crecimiento del otro. Estás enfermo y aun así puedes crecer. Estoy dispuesto a ayudarte para tu bien y a la vez como posibilidad de mi crecimiento personal.

“No puede la persona que cuida –concluye Elba– aspirar a hacer el bien si no tiene consciencia de su bien y de su bondad, no sólo de su condición de proveedor de servicios, por más profesionales que se quieran.”

 
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