Usted está aquí: martes 28 de octubre de 2008 Cultura Maazel y Herzog mostraron un hallazgo musical y dramático con tintes futuristas

■ El montaje de Parsifal, de Richard Wagner, abrió la temporada de ópera en Valencia

Maazel y Herzog mostraron un hallazgo musical y dramático con tintes futuristas

■ Como sostenía el compositor alemán, probaron que la música es el arte redentor por excelencia

Armando G. Tejeda (Corresponsal)

Ampliar la imagen Escena de Parsifal, ópera de Richard Wagner, que se presentó en el Palau de les Arts de Valencia Escena de Parsifal, ópera de Richard Wagner, que se presentó en el Palau de les Arts de Valencia Foto: Armando G. Tejeda

Valencia, 27 de octubre. Una de las convicciones de Richard Wagner (1813-1883) consistía en que la música era el “arte redentor por excelencia”. Esa idea se complementaba con su credo vital: “Creo en Dios, en Mozart y en Beethoven”.

De la obra portentosa que compuso el artista de Leipzig, Parsifal es sin duda la más mística; la que sirve de puente para exponer a través de su cadencia musical, de su poesía mitológica y de sus inquietantes metáforas visuales sus profundas creencias e interrogantes metafísicas.

Precisamente, una versión futurista de Parsifal abrió la temporada de ópera del Palau de les Arts, de Valencia, que poco a poco se convierte en uno de los centros neurálgicos de la lírica europea, gracias sobre todo a dos personas: Lorin Maazel, director musical, y a Helga Schmidt, directora artística.

Parsifal fue la última ópera que compuso Wagner antes de morir, en el invierno de 1883, en Venecia, después de una crisis cardiaca.

El origen de esa composición, con la que pretendía cerrar uno de los legados más importantes en la historia de la música, nació de un paseo por el campo de Zurich, efectuado un Viernes Santo.

De ese instante, en el que reconoció años después haber vivido un momento de “iluminación”, creció el poema lírico-filosófico de Parsifal, en el que no sólo afirma con vehemencia su concepto metafísico de la vida, sino también se convierte en un alegato de esa idea primigenia, la cual defendió desde siempre: el arte redentor por excelencia es la música.

Prohibición rota en 1913

La obra, divida en tres actos, también pasó a la historia como una de las composiciones más polémicas después de la muerte de su autor, una vez que Wagner estableció una serie de condiciones para su interpretación: que durante su ejecución y dado su carácter “sagrado” no se aplaudiera ni durante los entreactos ni al final, y que únicamente se escenificara en Bayreuth, en el contexto del festival que creó y que hoy se ha convertido en el más prestigioso del mundo.

La prohibición se rompió hasta 1913, cuando se comenzó a interpretar Parsifal en todos los teatros de ópera de prestigio en el mundo.

El Palau de les Arts, de Valencia, obra del arquitecto español Santiago Calatrava, y una de las nuevas joyas arquitectónicas de Europa, inició esta temporada con un Parsifal propio, con una producción íntegra que permitió además que la escenografía la hiciera el cineasta alemán Werner Herzog, autor de algunos clásicos del cine, entre ellos una película con tintes operísticos, Fitzcarraldo.

La elección de Parsifal no fue gratuita, una vez que la historia del Santo Grial –eje de la trama operística– es una de las tradiciones más misteriosas de Europa y que confluye en algún momento en la ciudad mediterránea, donde algunos historiadores sostienen que está guardado para mantener la pureza de la doctrina y para anunciar al mundo el mensaje de salvación, para lo que ha sobrevivido a guerras, invasiones y cismas dentro de la propia Iglesia católica.

La versión del Parsifal, de Herzog-Maazel, provocó una ovación cerrada, casi elevada, del público, que asistió a un hallazgo musical y dramático: con tintes futuristas, donde los dominios de Monsalvat, donde vivían los guardianes del Santo Grial, se asemeja a un centro de investigación en las antípodas de la civilización, con un paisaje lunático y algunas antenas desvencijadas alrededor.

La escenografía es sobria, con lo que el director de escena se limita a servir de plataforma para que la música se eleve lontananza –como efectivamente se logra al final de la obra–, haciendo de nuevo una alegoría muy wagneriana, en la que el templo de adoración de la música –en este caso del Palau de les Arts– se convierte en una especie de tercer ojo divino y se eleva en el cosmos, difuminándose en un cielo estrellado y hermoso. Otra manera de decir que el “arte redentor por excelencia es la música”.

Violeta Urmana, voz portentosa

El tenor Christopher Ventris (Parsifal) tuvo una actuación correcta y discreta, pero sin llegar a entusiasmar, mientras la soprano Violeta Urmana (Kundry) mostró su portentosa voz, con agudos nítidos y solventes. El Coro y la Orquesta de la Comunitat de Valenciana ejecutaron con maestría su papel, llegando a recrear momentos de gran belleza.

El público finalmente reconoció la labor de precisión y de intenso trabajo de Lorin Maazel, de 78 años, quien dirige el Palau desde hace dos.

Desde que llegó a Valencia ha creado una orquesta con cada vez más prestigio y, sobre todo, mejor sonido, al tiempo que empieza a situar a la ciudad dentro del circuito operístico de calidad de Europa. Además de que la temporada de este año tendrá desde este Wagner a algo de Verdi, el Fausto de Gounod y hasta alguna zarzuela.

 
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