Usted está aquí: miércoles 12 de noviembre de 2008 Opinión Bajo la Lupa

Bajo la Lupa

Alfredo Jalife-Rahme

■ ¡Baby Bush ignora qué es el G-20!

Ampliar la imagen Luiz Inacio Lula da Silva, presidente de Brasil, y Silvio Berlusconi, primer ministro de Italia, al término de una reunión este martes en la ciudad de Roma Luiz Inacio Lula da Silva, presidente de Brasil, y Silvio Berlusconi, primer ministro de Italia, al término de una reunión este martes en la ciudad de Roma Foto: Ap

Mientras el México neoliberal, que subsume la coalición gobernante del PAN y el PRI (mediante el trío nihilista Beltrones-Labastida-Gamboa) se derrumba con las descalificaciones financieras internacionales a todo su sistema bancario, lo cual ya habíamos adelantado (ver Bajo la Lupa 15, 19 y 26/10/08), Baby Bush convoca a regañadientes a la cumbre del G-20 en Washington el 15 de noviembre próximo con el fin de detener la hemorragia financiera global.

En una clásica jugada de pérfida británica, que probablemente esté relacionada con las fuertes presiones de la anglósfera en la lucha por el liderazgo financiero entre la City y Wall Street, The Weekend Australian (25/10/08) filtró una llamada de Baby Bush –uno de la presidentes más ignorantes del mundo (con el debido respeto al ranchero Fox)– al primer ministro del país de los canguros, Kevin Rudd, en la que inquiría saber “¿qué es el G-20?” El premier Rudd sugería que la solución a la crisis financiera debía incluir a los países asiáticos en el seno del G-20.

The Washington Post (27/10/08) desmintió rotundamente el contenido de la llamada, mientras la oposición australiana del Partido Liberal ha imprecado que tal filtración podría dañar las relaciones con EU, lo cual, a nuestro juicio, es una exageración aducir que se ha allanado la muy ya mancillada reputación de Baby Bush.

El grave problema de la convocatoria del G-20 es doble: exhibe la ausencia de liderazgo en el mundo cuando Baby Bush carece de las credenciales para tal desempeño, y Washington no es el lugar apropiado para la convocatoria cuando el presidente francés Nicolas Sarkozy deseaba un formato diferente (el G-8 más cinco potencias emergentes) para celebrar la reunión en Nueva York bajo la égida de la ONU, lo cual le valió una brutal filtración de los servicios de inteligencia de EU sobre los amoríos de Dominique Strauss-Kahn, carismático director israelí-marroquí-francés del FMI.

Si la escenografía no es la adecuada, la coreografía ha exhibido reyertas del polémico anfitrión, quien in extremis accedió a la presencia del presidente español Rodríguez Zapatero, a quien Baby Bush pretendía castigar porque retiró sus tropas de Irak. La ausencia de España hubiera sido descabellada, ya que, guste o disguste, representa con todo y sus severos problemas financieros la quinta potencia geoeconómica de la Unión Europea (UE).

No se nota mucha cohesión en el G-20 cuando el primer británico Gordon Brown parece haberle quitado el liderazgo de la anglósfera al catatónico Baby Bush, mientras los bloques de Europa continental y Asia no exhiben sus cartas y Sudamérica ha caído en la perplejidad.

La retórica del primer Brown suena muy atractiva, pero carece de sustancia refundacional al ser cuidadosamente escudriñada, ya que se ha pronunciado por la edulcoración del vigente cuan fracasado sistema monetario internacional, al desear la permanencia del modelo neoliberal y una “regulación lite” de la “contabilidad invisible” de los “paraísos fiscales” (Reuters, 9/11/08).

El “nuevo orden mundial” de Brown es tripartita entre Gran Bretaña, EU y la UE. No lo dice, pero excluye de tajo a Rusia, Asia, África y Latinoamérica. Su formulación se centra en abolir el proteccionismo (al que tiende Obama) y en frenar el contagio a los países de medianos ingresos (léase: la mayoría del G-20), mediante la creación de un nuevo departamento en el seno del FMI, así como un acuerdo librecambista del comercio mundial (¿querrá resucitar la cadavérica Ronda Doha?) y la recapitalización de los bancos con una “mejor coordinación internacional de las políticas monetarias y fiscales”.

Más que proferir que Brown no aprende, mejor se pudiera decir que Gran Bretaña no desea ceder la batuta de liderazgo financiero global que ha ejercido durante tres siglos. Se gesta un común denominador entre la UE y Asia para revigorizar al FMI con más capitales y una “estrategia de regulación global”. Sin duda, el FMI ha mejorado con Strauss-Kahn, pero será muy difícil que las naciones de Asia, África y Latinoamérica olviden la aciaga dictadura del FMI y su siniestro siamés, el BM.

China ha adoptado una posición intermedia entre la pasividad reactiva del régimen torturador bushiano y la dinámica refundacional de un nuevo sistema financiero internacional que aboga el presidente galo Sarkozy. Sudamérica ha exhibido su alta vulnerabilidad financiera al carecer de los instrumentos adecuados para enfrentar su exagerada dependencia a la hegemonía del dólar, por lo que urge, al margen del G-20, la creación de una divisa regional, así como la aceleración del Banco del Sur, si es que no desea persistir bajo la férula del mismo orden financiero global que lo ha devastado durante casi cinco siglos.

En forma interesante el portavoz oficioso de la reina de Inglaterra, William Rees-Moog (The Times, 10/11/08), pone en relieve el desacuerdo tanto en el seno del G-20 como entre Sarkozy, quien desea un “segundo Bretton Woods” con un sistema fijo de cambios (que descarriló 27 años más tarde el presidente Nixon cuando rompió la convertibilidad del dólar al oro), y el primer Brown, quien “bloqueó el ingreso de Gran Bretaña al euro, en sí misma una divisa de tasa fija”. Agrega que la “conferencia en Washington no contempla un nuevo tratado monetario mundial” cuando “nada puede decidirse en este estadio sobre la reforma estructural ni puede existir una curación para la depresión”. En forma correcta asevera que no se puede esperar mucho de Obama, salvo que estará más dispuesto “a escuchar que a hablar”, ya que no tiene autoridad oficial hasta que asuma plenamente el poder el 20 de enero próximo, es decir, se esperan 10 semanas aciagas del régimen torturador bushiano que colinda con el desastre.

William Rees-Moog, con el bagaje de su gran experiencia, recuerda que la peor etapa de quiebras bancarias se escenificó en el lapso entre la elección de Franklin Roosevelt y su ascenso oficial al poder. Así que nos esperan 10 semanas de miedo y el mejor barómetro será la semana, posterior a la conclusión de la cumbre del G-20, que inicia el 17 de noviembre y que puede explotar en un “lunes negro”, en caso de no existir un “segundo Bretton Woods”. Baby Bush no se puede despedir sin antes haber legado al género humano otro cataclismo más, esta vez financiero y bursátil.

The Observer (9/11/08), muy cercano al primer Brown, expresa que el presidente electo Obama apoya el cierre de los paraísos fiscales (que incluyen los enclaves británicos de Jersey, Guernsey y Isle of Man). Quizá haya que esperar más al 20 de enero, fecha de la toma de posesión de Obama, para la adopción de un “nuevo Bretton Woods”.

 
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