Usted está aquí: jueves 13 de noviembre de 2008 Opinión San Cristóbal redoux

Jorge Eduardo Navarrete

San Cristóbal redoux

La parca información disponible acerca de las comunicaciones entre el actual inquilino de Los Pinos y el candidato triunfador en las recientes elecciones en Estados Unidos deja la penosa impresión de que todo parece encaminarse hacia una segunda puesta en escena del lamentable episodio del encuentro entre Fox y Bush en el rancho San Cristóbal.

Tal parece ser el caso si se atiende al tono y contenido de las declaraciones de parte mexicana, las únicas hasta ahora disponibles, pues los mensajes y conversaciones de esta primera semana no han tenido repercusión proveniente del entorno del senador Obama, detectable en la prensa estadunidense. En los comunicados y declaraciones de Los Pinos y la Alameda se encuentra el mismo tono tan frívolo como ilusionado y la misma ausencia de contenido real que se halla en los que precedieron al infortunado encuentro de 2001. Se torna transparente la intención de lograr que se olvide la servil desmesura con la que hace algunos meses se acogió la visita del candidato ahora derrotado, que se manejó con un protocolo prácticamente equiparable al de las visitas de Estado.

Se evidencia, por otra parte, la vacuidad del enfoque mexicano de la relación bilateral, que subraya sobre todo la continuidad, que se hace depender de factores circunstanciales y de coincidencias irrelevantes, en ausencia de planteamiento de fondo alguno.

Todo parece indicar que, a pesar del desastre de la relación bilateral en los últimos años –evidenciado en las actitudes correlativas de una secretaria de Relaciones Exteriores que suplica repetidamente que queden disponibles las ayudas pactadas en la Iniciativa Mérida y un embajador estadunidense que se permite aleccionarnos en todas las materias, desde política económica hasta medidas de seguridad– la administración Calderón no tiene otro horizonte que un San Cristóbal redoux.

El día mismo de la elección estadunidense, se hizo saber, a través del comunicado de prensa CGS-211 de la oficina de la Presidencia, que Calderón remitió al senador Obama una carta congratulatoria en la que expresaba “el compromiso del gobierno de México para fortalecer y profundizar las relaciones bilaterales y trabajar en la construcción de un mejor futuro para la región” y la confianza en que “la relación entre ambos países iniciarán [sic] una nueva etapa de progreso basada en la corresponsabilidad, el diálogo franco y respetuoso, y la confianza mutua”.

Esta sucesión de lugares comunes, tan repetidos como hueros, aderezada con los traspiés gramaticales y sintácticos al parecer inevitables en los textos de este origen, se complementó con una expresión de condescendencia apenas disimulada: “el proceso electoral vivido en Estados Unidos, con una participación de los electores estadunidenses sin precedente, ratifica la solidez de la vida democrática de ese país”. Nadie pudo decir lo mismo, por cierto, del proceso electoral vivido en México en 2006.

La carta contuvo, asimismo, una invitación “para que el candidato triunfador lleve a cabo próximamente una visita a México”. Si ésta llega a realizarse será instructivo ver cómo se arregla el programa para distinguirlo del que rigió la del candidato derrotado, que vino motu proprio y al que, como se ha dicho, se recibió como a jefe de Estado.

El segundo episodio de la ruta hacia San Cristóbal II se manifestó, al día siguiente, en un segundo comunicado de la oficina de la Presidencia (CGCS-214) que da cuenta de una conversación telefónica entre Calderón y Obama. El comunicado precisa que la conversación se originó en México y tuvo por objeto –como si la carta de la víspera no hubiera existido– “felicitarle, en nombre del pueblo de México, por su histórica elección como presidente de los Estados Unidos de América”.

El senador Obama –a quien el comunicado de Los Pinos alude como “presidente electo” como si el Colegio Electoral se hubiese ya reunido y hecho la declaratoria correspondiente –habría hecho dos señalamientos: uno de reconocimiento, por “la labor de México en la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado”, ante cuya dificultad “ofreció el apoyo decidido de su gobierno”, y otro de condolencia, por el percance aéreo del martes anterior.

Por su parte, Calderón –temeroso, quizá, de que Obama no hubiese leído su carta congratulatoria– reiteró su contendido, con algunas variantes y una adición significativa: “Como miembros de la misma generación, el Ejecutivo federal invitó al presidente electo a trabajar unidos para enfrentar los problemas globales y para fortalecer la relación bilateral en beneficio de todos los mexicanos y estadunidenses”.

Como sin duda Calderón no se refería a una generación de la Libre de Derecho, implicaba cierta coetaniedad. Olvidó, sin embargo, que tener edades semejantes no implica tener historiales similares. Los antecedentes de Obama como activista comunitario y organizador sindical no encuentran paralelo en el historial de su interlocutor telefónico.

El tercer y último episodio, hasta ahora, de la reescenificación de San Cristóbal correspondió a la encargada de la Secretaría de Relaciones Exteriores. No encontré un comunicado de prensa al respecto en la página web de la dependencia, pero utilizo los despachos publicados por la prensa mexicana el 6 de noviembre. De ignorarse los antecedentes de la funcionaria en la materia, sus declaraciones, formuladas en Ciudad Victoria, se antojarían inverosímiles. Se insiste, como se hizo en San Cristóbal, en plantear un “acuerdo migratorio” con Estados Unidos.

El objetivo, sin embargo, es más modesto. Ya no se habla de cocinar toda la enchilada, sino de “sensibilizar” al gobierno y a la opinión pública estadunidenses sobre la importancia del aporte de los emigrados mexicanos y, por este medio, alcanzar la anhelada “reforma migratoria”. Ninguna referencia, desde luego, a la situación recesiva que atraviesa la economía de Estados Unidos, que la llevará a ser expulsora más que receptora de inmigrantes y que torna remota la probabilidad de que se adopte una visión esclarecida, de largo plazo, en el tratamiento de este problema.

El hecho que le parece fundamental a la secretaria es que Obama y Calderón concluirán sus mandatos en 2012, lo que sin duda los alentará a hacer muchas cosas juntos, como fue el caso de Fox y Bush que iniciaron sus gobiernos simultáneamente. Tal es la magia de las coincidencias.

 
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