Usted está aquí: domingo 16 de noviembre de 2008 Cultura Apreciación de Fuentes

Bárbara Jacobs

Apreciación de Fuentes

Hay un texto de Carlos Fuentes que me interesa en especial, es autobiográfico y está escrito originalmente en inglés. Creo que todavía no se ha publicado en español, pero a mí me da tanta materia de reflexión y me pinta al autor desde tantos ángulos y hacia tantas dimensiones, que he entretenido la fantasía de ser su traductora a nuestra lengua materna, que en palabras de Fuentes es el Territorio de la Mancha, para adueñarme del espíritu y aprenderle a la mano la manera. Para recoger su vida, Fuentes recurre a cómo empezó a escribir, y para escribirlo con la naturalidad con que lo hace tuvo que combinar varios de sus talentos o no lo habría logrado, el narrativo y el ensayístico, además del conceptual, que refleja la amplitud de su cultura y la forma despejada y vívida en que expone la mezcla, a la que añadiría el don de lenguas, que si de por sí es una gracia valiosa para cualquiera que la tenga, ser políglota tiene doble valor para un escritor.

Ni el tema ni la elaboración del escrito al que me refiero son comunes en la literatura mexicana, y en las literaturas en que sí lo son tampoco es usual dar con uno de estos textos que reúna la combinación de la que participa el de Fuentes. Está bien hacerse una leyenda y mejor si la puede uno enlazar con cuentas que se puedan constatar, y mejor si estas realidades o anécdotas constitutivas son interesantes y particulares. En el caso de Fuentes, las circunstancias de su nacimiento se prestan muy maleablemente al enfoque de la ficción. Su mamá se encontraba entre los espectadores de la película La Bohème en un cine de la ciudad de Panamá cuando, según observa Fuentes, tal vez provocada por la anomalía de estar viendo una versión muda de una obra cuyo origen es operístico, y por lo tanto inherentemente sonoro, sintió los dolores del parto y tuvo que abandonar la sala y ser conducida al hospital a dar a luz. En el trayecto se habían empezado a presentar los forcejeos relacionados con el lugar donde debía nacer la persona que venía en camino, pues el padre era miembro del cuerpo diplomático de México, y la embajada, aunque territorio adecuado para la ocasión, carecía de facilidades para el alumbramiento. El hospital en el que debió alumbrar la madre estaba en la capital de Panamá, en aquel momento y en concepto jurídico, país protectorado de los Estados Unidos, circunstancias que de entrada auguraban a Fuentes la nacionalidad ideal o universal, que es el sueño recurrente del hombre libre, y que sólo una mentalidad no liberal tacha. Por fortuna, Fuentes sacó el mejor partido de estas señales que le dieron la bienvenida al mundo, pues un día lo harían decir que la lengua española es el espacio cultural común de los hispanohablantes, y que él es mexicano por acto de la voluntad y gracia de la imaginación, iluminaciones que no sólo para mí resultan emblemáticas.

Desde antes de conocerlo asocio a Fuentes con otro sueño de vida, la cosmopolita, o lo más cercano que existe al concepto de civilización, pues es un modo de pensar, expresarse y actuar con tolerancia y sin prejuicios hacia los demás. Mi encuentro inicial con Fuentes corporeizó estas nociones a tal grado que constituye un hito en mi propia formación. Hasta ese momento la literatura y sus autores no existían para mí sino como el mundo de mi ser interior, celosamente protegido del exterior, de modo que conocer a Fuentes fue un impacto, en esos finales de los sesentas al estrechar su mano salí por primera vez de la fantasía y entré a la realidad.

Los escritores existen, y los libros que viven en mi mente fueron escritos por los escritores. Contribuyó a la impresión que me llevé que el encuentro se diera en la Embajada de España en el Exilio, otro territorio ficticio pero también cargado de sentido, y dato que, si añadía su parte a la ficción del teatro de la vida, también la dimensionaba, pues reflejaba que el mejor de los mundos posibles era metasimbólico o no era nada.

 
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